26.04.2024 |
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UCRANIA GUERRA

“No hay nada en las tiendas, los rusos nos quieren aislar”

El marido de Irina, Antonio (i), una ucraniana que lleva 22 años viviendo en Murcia, donde regenta un bar de copas con su marido, y que viajó el 12 de febrero a Jersón, en el sur de Ucrania, para cuidar a su padre, vacía una botella de vodka tras decidir vetar todos los productos rusos de las estanterías de su establecimiento. EFE/ Marcial Guillén
El marido de Irina, Antonio (i), una ucraniana que lleva 22 años viviendo en Murcia, donde regenta un bar de copas con su marido, y que viajó el 12 de febrero a Jersón, en el sur de Ucrania, para cuidar a su padre, vacía una botella de vodka tras decidir vetar todos los productos rusos de las estanterías de su establecimiento. EFE/ Marcial Guillén
“No hay nada en las tiendas, los rusos nos quieren aislar”
“No hay nada en las tiendas, las comunicaciones telefónicas se cortan, los rusos nos quieren aislar”, explica Irina, que viajó desde Murcia a su Ucrania natal hace apenas un mes para cuidar de su padre enfermo y a quien la guerra iniciada por Rusia ha dejado atrapada en la ciudad de Jersón, la primera tomada por el Ejército de Vladímir Putin.

A pesar de la dura situación que está viviendo, la voz de esta mujer de 43 años que prefiere no dar su apellido, suena firme y tranquila, valiente, al otro lado del teléfono en el mediodía del 4 de marzo, ocho días después de que comenzara la invasión.

Irina lleva 22 años viviendo en Murcia, donde regenta un bar de copas con su marido Antonio. El 12 de febrero viajó a Jersón (300.000 habitantes), en el sur de Ucrania, para cuidar a su padre, que había ingresado en el hospital con una pulmonía.

Tenía previsto volver a España el 22 de febrero, pero decidió alargar su estancia “dos o tres días más” para disfrutar de su progenitor, ya recuperado. “Y el día 24, empezó la guerra”, resume.

Los acontecimientos de estos días, asegura, han “sobrepasado” todos los temores y malos presagios que el pueblo ucraniano pudiera tener porque, a pesar de la tensión creciente de los dos últimos meses y la llegada de militares rusos a las fronteras del país, “nadie pensaba que la guerra iba a empezar, y mucho menos que se iba a disparar directamente a los civiles. Eso es lo más triste”, lamenta.

Este viernes en Jersón no se escuchaban las bombas. Si acaso, “alguna a lo lejos, en el aeropuerto”. No en el centro de la ciudad, que ya está tomada por militares rusos, así que los vecinos han salido a intentar llenar unas despensas cada vez más vacías, aunque la mayoría, como Irina, sin éxito.

“Algunos vendedores locales tienen sacos de patatas o de cebollas, pero hay colas de más de cien personas, así que no voy a esperar. Todavía tengo algo de comida en casa”, asegura antes de explicar la “suerte” de su familia, que vive en un barrio residencial a las afueras de la ciudad, rodeado por el río Dniéper, en el que no ha habido ataques.

“No estamos en un túnel ni en un refugio, seguimos en casa. Tenemos agua, luz, calefacción. Otros lo están pasando mucho peor”, apunta, sin un atisbo de resignación.

Su preocupación ahora son los cortes intermitentes de las conexiones telefónicas que se están produciendo durante todo el día y que dejan a la población incomunicada.

También la campaña de desinformación que está llevando a cabo Rusia con sus ciudadanos a través de vídeos y noticias falsas: “Han tomado la televisión de Jersón y están trayendo a gente desde Crimea para hacer creer a los rusos que los ucranianos se quieren unir a sus tropas y que han tirado las armas. Quieren engañarlos. Pero los ucranianos nunca se van a rendir”, dice con firmeza.

La ciudad, con salida al mar Negro por la desembocadura del Dniéper, es un punto estratégico para Putin, por un lado, por la cercanía con Crimea, la península que Rusia ya se anexionó de forma ilegal en 2014, y por otro, porque establece una vía de ataque desde el mar a la ciudad de Odesa, cerca de la frontera con Moldavia, en el suroeste del país.

El deseo de Irina es regresar “a casa”, a Murcia, “cuanto antes”, y está en contacto con un grupo de otras 5 personas que tienen previsto viajar a España en cuanto se establezca alguno de los corredores humanitarios acordados este jueves por los gobiernos ruso y ucraniano.

Su padre no estará en ese grupo. “Es una persona mayor y se niega a abandonar su hogar. Se quedará con mis tíos, sus hermanos. Me gustaría convencerlo para llevarlo conmigo, pero es imposible”, relata.

En Murcia, en su bar, su marido Antonio ha comenzado una campaña para vetar de sus estanterías todos los productos rusos, como el vodka, una iniciativa que escenifica vaciando una botella entera por el fregadero, y colocando en la barra y las paredes pegatinas con la bandera de Rusia tachada.

La espera también aquí su hermana, casada con otro murciano, y sus dos sobrinos, que llevan cuatro años sin visitar su país y tenían previsto un viaje para este verano que ya no podrán realizar.

“Estoy desbordada, todo esto es horrible y solo quiero, necesito, que termine ya. Siento mucho dolor por mi país, pero no puedo seguir aquí y mi única esperanza es regresar a España en cuanto surja la primera oportunidad”, concluye.


 

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