El estancamiento en el frente y las dificultades para asegurar nueva asistencia por parte de los aliados en Estados Unidos y Europa han sumido al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, en una situación delicada. Su imagen se desgasta, y las críticas públicas aumentan, especialmente tras meses de relativa tregua política interna. La voz más contundente contra algunas de las decisiones de Zelenski proviene del jefe del Ejército, Valeri Zaluzhni, quien esta semana, de manera implícita, le reprochó el cese generalizado de los responsables del reclutamiento en todas las provincias ucranianas.

Zaluzhni describió como "profesionales" a los cesados, destituidos en agosto después de exponer casos de sobornos a la prensa, sobornos que el trabajo del servicio secreto ha demostrado ser masivo. Además, pidió la restauración del método original de reclutamiento desde el inicio de la guerra. En respuesta, Zelenski acusó públicamente, de forma indirecta, al general de victimizarse y buscar protagonismo, solicitándole "resultados" y planes más específicos sobre la movilización de nuevos combatientes y otras cuestiones sensibles.

Zelenski, enfrentado a un dilema inédito desde el comienzo del conflicto, planteó una disyuntiva entre los intereses del Ejército y los de la población civil. Advertió sobre el elevado costo financiero de ampliar el número de soldados, subrayando que se necesitan seis contribuyentes para cubrir los gastos generados por cada militar. Además, se enfrenta a la oposición parlamentaria liderada por el expresidente Petró Poroshenko, quien ha sido una figura destacada desde la ilegalización de partidos prorrusos al inicio de la guerra.

Las autoridades ucranianas han prohibido varias veces a Poroshenko salir del país, cuestionando la legitimidad de sus viajes. El último incidente ocurrió el 1 de diciembre cuando la guardia de frontera ucraniana le impidió el paso por órdenes del Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU). El SBU justificó la medida alegando que Poroshenko se reuniría con el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, conocido por su postura contraria a Ucrania, y que los servicios secretos rusos utilizarían la reunión para una operación psicológica.

La prohibición de salir a Poroshenko ha sido criticada como abuso por los detractores de Zelenski, quienes también le recriminan no haber hecho lo suficiente para cambiar la percepción de los escépticos con la causa ucraniana en Europa y el Partido Republicano de Estados Unidos. Sin embargo, las divergencias no se limitan a los viajes. Mientras Zelenski insiste en la necesidad de recuperar militarmente todo el territorio ocupado por Rusia, Poroshenko sugiere posibles soluciones que implicarían ceder territorio a cambio de consolidar el Estado con la entrada en las estructuras euroatlánticas.

Fuera del Parlamento, el exasesor de Zelenski, Oleksí Arestóvich, se ha convertido en una figura destacada al criticar las políticas del presidente en diversos ámbitos desde su renuncia en enero. Arestóvich cuestiona la estrategia militar, la política lingüística que considera discriminatoria para los ucranianos rusófonos y el estilo de comunicación que tilda de agresivo y autocomplaciente. Además, es uno de los pocos que aboga por la organización de elecciones en Ucrania durante la guerra, habiendo anunciado su intención de postularse en noviembre, fuera del país por temor a ser detenido tras ser acusado de espía ruso.

Igual de contundente ha sido el alcalde de Kiev, Vitali Klichkó, quien en una reciente entrevista acusó a Zelenski de "autoritarismo" y afirmó que el país se asemeja cada vez más a Rusia bajo su liderazgo. La enemistad entre ambos políticos viene de lejos, y Zelenski ha señalado a Klichkó durante la guerra por supuestos gastos superfluos y responsabilidad en las deficiencias de los refugios antiaéreos de Kiev.