29.04.2024 |
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NO OLVIDAMOS. Se cumplen 15 años del último atentado de ETA en Cantabria

 

 

NO OLVIDAMOS. Se cumplen 15 años del último atentado de ETA en Cantabria

ETA: [Euskadi Ta Askatasuna (Euskadi y Libertad)]

ORGANIZACIÓN TERRORISTA, NACIONALISTA VASCA, QUE SE PROCLAMABA INDEPENDENTISTA, ABERTZALE, SOCIALISTA Y REVOLUCIONARIA

Durante más de cinco décadas, y hasta el anuncio de su disolución en 2018, la banda de asesinos de ETA sembró el terror por toda la geografía española, cometiendo 3.500 atentados, acabando con la vida de más de 850 personas y dejando miles de heridos y decenas de secuestrados. Hoy recordamos a Luis Conde de la Cruz, un brigada del Ejército de Tierra que murió asesinado por la banda el 22 de septiembre de 2008.

Agentes de la Guardia Civil trabajando en las labores de investigación tras el atentado, junto al coche bomba que la banda terrorista ETA utilizó para atacar el edificio del Patronato Militar de la Virgen de Santoña. / Archivo ALERTA
Agentes de la Guardia Civil trabajando en las labores de investigación tras el atentado, junto al coche bomba que la banda terrorista ETA utilizó para atacar el edificio del Patronato Militar de la Virgen de Santoña. / Archivo ALERTA

CRONOLOGÍA DE LA TRAGEDIA

Los etarras se desplazaron un día antes a Vitoria para recoger un Puegeot 307 cargado de explosivos que les facilitó la organización terrorista desde Francia. El día 22, los asesinos aparcaron el coche ante el Patronato con el maletero orientado hacia la puerta del edificio. El vehículo estalló a la 1.01, cuando se estaban llevado a cabo las tareas de desalojo del edificio, en el que se encontraban en el momento del atentado 26 personas, de los que 13 eran militares y el resto familiares. La explosión alcanzó de lleno al brigada Luis Conde de la Cruz, que llegó a ser trasladado con vida al centro de salud de Santoña, donde se certificó su fallecimiento a la 1.40.

Un policía corre mientras grita «hay que cortar ahí, hay que cortar ahí». Sabe que le quedan quince minutos para desalojar un edificio completo de residentes y alejar a los numerosos viandantes que a primera hora de la madrugada aún disfrutan de una noche benigna en el paseo marítimo.

Es la una menos cuarto de la madrugada del 22 de septiembre de 2008, en la avenida Carrero Blanco de Santoña, que discurre paralela a la bahía, y donde ETA mató a una persona tras atacar la academia militar de esta localidad cántabra. Se llamaba Luis Conde de la Cruz. Le asesinó con el tercer coche bomba que hizo detonar en veinticuatro horas. Los dos anteriores asolaron la sede de Caja Vital en Vitoria y la comisaría de la Ertzaintza en Ondarroa.

El policía sabe, porque es un profesional, que no habrá tiempo para la evacuación. Los expertos aseguran que el plazo concedido por la banda terrorista es un lapso demasiado breve. Ahí delante está el coche. Lo ve. Debajo de un árbol. Un Peugeot 307 gris. Pero en realidad no ve un coche. Él ve una bomba con cien kilos de explosivo. Y va a estallar. Ruega que el reloj se demore. El etarra informó en su llamada a la DYA de Guipúzcoa que explotaría en veinte minutos. Llamó a las 0.40 horas. Cuenta. Han pasado cinco hasta que él ha saltado del coche patrulla. Un tiempo récord. En el camino se han activado y movilizado todos los dispositivos de emergencia del Ministerio y de la consejería vasca de Interior, que ha comprobado que la llamada se realizó desde una cabina telefónica de Vizcaya, concretamente de la localidad de Abanto.

Y ahí está él, corriendo en la frontera de la muerte. Al policía le pesa el cinturón con el arma, el walkie. Hay guardias civiles a su alrededor. Corren en la misma dirección, cortan calles, llaman a algunos portales -pocos, los que da tiempo- para poner sobreaviso a los vecinos e indican a las ambulancias dónde esperar. Y cargan con su propio peso, el lastre del temor y de cada minuto que pasa. Son conscientes de que los terroristas son puntuales como la muerte.

Dentro del Patronato Militar, el tiempo avanza como la sombra de la catástrofe que se avecina. El grupo de profesionales del Ejército alojado con sus familias para pasar unos días de vacaciones en este centro de formación ha sido alertado de que debe desalojar de inmediato. Al parecer, la mayoría de residentes abandona las instalaciones por la parte trasera, mientras otros lo hacen por un lateral y la zona frontal, donde se aprecian las ventanas de varias hileras de habitaciones. Es fácil imaginar la angustia que supone escapar de un edificio a punto de volar por los aires cuya configuración no se conoce bien. Algunos inquilinos están acompañados por sus hijos y el terror a perderlos se agrega y supera al miedo a la explosión. «Un matrimonio salió corriendo hasta la plazoleta que hay junto al Patronato. De repente, se pararon y empezaron a llorar. Luego, la bomba explotó.

UNA BOLA DE FUEGO

El brigada Luis Conde de la Cruz queda atrapado en el reloj de la muerte. El coche revienta y se forma una «bola de fuego» según los testigos que provoca miedo y confusión. Cien kilos de explosivo arrojan llamas, humo y metralla.

ETA es una asesina puntual. El militar, que desalojaba el inmueble en ese instante, es alcanzado por la deflagración. Cae a unos metros, en el campo de rugby situado frente a la academia. A este parquecillo se le conoce por el nombre de ‘Glacis’ y sobre él se levantaba hasta hace un siglo, cuando fue demolida, la muralla interior que protegía a los santoñeses de quienes pretendían invadirles desde el mar. La hierba, que hasta anoche crecía verde, se tiñe de sangre.

Al hijo del brigada le quedan desde ahora recuerdos, orgullo y una gran pena, pero no su padre ni las anécdotas de un veraneo «en esa Cantabria que querían bien y a la que deseaban seguir viniendo». Cuando llega la ambulancia, Luis Conde prácticamente agoniza, según testigos presenciales. «Tenía heridas muy graves y había perdido mucha sangre». Su esposa, que salía del edificio detrás de él, intenta socorrerle. Sin aún comprenderlo, vistirá de luto durante muchos años después.

La bomba produce también lesiones graves al capitán José Manuel Martínez de Andrés, aunque su vida no corre peligro, y a seis personas que se encontraban en el paseo, conocido como El Pasaje.

El tiempo se ha congelado. La explosión tiene el efecto de absorber el oxígeno y los minutos. El estruendo está suspendido en el aire. «Ha sonado como un trueno» en Laredo, al otro lado de la bahía, y se ha escuchado de forma «demoledora» en Colindres y Cicero, a más de media docena de kilómetros de distancia.  ¿Y ahora, qué? ¿Qué sucede después? ¿Qué toca presenciar? A cien metros del cráter abierto en la calzada por el Peugeot 307 cargado de explosivos, que fue robado el 12 de septiembre en Francia y ha quedado convertido en un amasijo de hierros, un coronel se levanta del césped aturdido, junto a su mujer y su hijo. «Creo que huían por el campo de rugby cuando, al llegar a un pequeño foso de arena donde suelen jugar los niños, él les ha ordenado que se arrojaran boca abajo al suelo y se taparan la cabeza. Entonces explotó el coche y la metralla les pasó por encima», relata un testigo.

La puerta del infierno ha sido abierta. Lo siente un bombero que, a la pregunta de un periodista sobre la posible existencia de víctimas, no es capaz de articular palabra. Un voluntario de los servicios de urgencia acierta a decir: «Lo más fuerte que he conocido. He visto explotar coches bomba en los telediarios, pero vivirlo...». Los ojos se le empañan. «Aún la escucho». Calla.

La potente deflagración ha barrido la fachada del Patronato, arrancado parte de la valla exterior y arrasado las dependencias que dan a la fachada frontal; al aparcamiento en batería donde los terroristas estacionaron el vehículo -sólo les separa una calle de dos carriles- presumiblemente unas horas antes, aprovechando el intenso flujo de visitantes que un domingo acude a la localidad cántabra y, en especial, al paseo marítimo. La avenida es una alfombra de hojas muertas. La onda expansiva ha arrancado las ramas de una decena de árboles. Un tronco arde. En el lugar donde estuvo el automóvil, queda el agujero.

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