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"Quimet" Bernadó, el gran toreo catalán al que condecoró Pasqual Maragall

Paco Aguado

"Quimet" Bernadó, el gran toreo catalán al que condecoró Pasqual Maragall

Paco Aguado

Madrid, 21 (EFE).- El que en esos días era alcalde de la Ciudad Condal Pasqual Maragall se encargó personalmente de conceder y de imponer al torero Joaquín Bernadó, fallecido hoy a los 86 años, la Medalla de Oro de Barcelona durante un acto celebrado en octubre de 1983 en la Casa de Madrid de la capital catalana.

Corrían otros tiempos en aquella comunidad autónoma, tres décadas antes de que el Parlament votara la prohibición de las corridas de toros que luego anuló el Tribunal Constitucional.

Tan distintos eran que hasta el mismo Jordi Pujol, president de la Generalitat, acudió al homenaje a Bernadó para reconocer la gran afición taurina de su propio padre, mientras que el alcalde aseguraba que los toros eran "muy importantes" para Cataluña.

En realidad, aquella medalla hacía justicia a la intachable trayectoria de un diestro nacido en Santa Coloma de Gramanet (Barcelona) que, para orgullo de sus paisanos, se erigió como el más importante de cuantos han surgido en Cataluña desde aquel pionero que, a mediados del siglo XIX, fue Pedro Aixelá "Peroy".

Con dos plazas en funcionamiento, la de las Arenas -hoy reconvertida en centro comercial- y la Monumental -cerrada desde septiembre de 2011- Barcelona era a mediados del siglo pasado la gran meca del toreo en España, con una temporada de casi un centenar de festejos, superando incluso a los cosos de Madrid y Sevilla.

En ese caldo de cultivo, con una afición local muy versada y que llenaba ambos cosos, y con un brillante elenco de escritores y críticos en todos los medios catalanes, Joaquín Bernadó se dio a conocer en 1954, después de haberse presentado en público cuatro años antes en Manresa.

Y su lanzamiento definitivo llegó al año siguiente, durante una campaña en la que, a lo largo de las 67 novilladas que organizó en Barcelona la empresa Balañá, compitió tarde tras tarde con el onubense Antonio Borrero "Chamaco", en un contraste de estilos que apasionó a la afición barcelonesa.

Porque si Chamaco representaba la enervante heterodoxia del "tremendismo", Bernadó era un cristalino ejemplo de clasicismo y elegancia, aplicando la más pura ortodoxia con una templada naturalidad que le llevó a tomar la alternativa como gran promesa el 4 de marzo de 1956 en la feria de la Magdalena de Castellón, de manos de un referente de esa línea como fue Antonio Bienvenida.

Joaquín Bernadó tuvo una larga e ininterrumpida carrera de matador desde entonces hasta 1983, cuando se retiró estoqueando seis toros de Antonio Pérez en Barcelona, y aún reapareció en la misma plaza en 1987 para, ahora sí, decir adiós definitivamente a los ruedos tres años después en Las Ventas de Madrid, alternando con El Fundi, uno de sus alumnos como maestro de tauromaquia.

Aunque sus eternos desaciertos con la espada le impidieron concretar en los suficientes éxitos la mucha calidad de su toreo, Bernadó fue un diestro admirado y muy respetado por todos sus compañeros y especialmente idolatrado por la afición de Madrid, donde hizo 66 paseíllos, o la de México, escenario de 155 de sus actuaciones, una marca que no ha sido superada en mucho tiempo.

Pero donde más toreó "Quimet", como le llamaba cariñosamente la afición catalana, fue en las dos plazas barcelonesas, en las que alcanzó el ya insuperable record de 253 contratos, entre ellos el que le enfrentó en solitario a seis toros de Miura en 1972.

Casado con la bailaora gitana María Albaicín, matrimonio que acabó rompiéndose y del que es fruto el escritor Joaquín Albaicín, Bernadó se trasladó a vivir a la sierra de Madrid que ahora le ha visto morir y desde entonces ejerció como maestro de nuevos aspirantes en la Escuela de Tauromaquia de Madrid.

En las últimas décadas ejerció también como comentarista de las corridas del canal autónómico Telemadrid, donde hablaba de toros con idéntica sabiduría, temple, clase y elegancia con que manejaba el capote y esa muleta con la que aportó un pase de su invención, la "bernadina", similar a la manoletina, pero asiendo el trapo de manera inversa a como lo hacía Manolete, su ídolo. EFE

pa/acm

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