¿Y si Sánchez nos prepara una nueva sorpresa?
Pido al lector que enmarque lo que a continuación digo en ese momento de 'política liquida' que vivimos y que hace que, desde el pasado 23 de julio, con el resultado de las elecciones, todo haya dado un giro tal que hubiese parecido impensable hace solo dos meses. Y vaya por delante también que lo que voy a narrar será la más improbable de las salidas a la situación política envenenada que padecemos, porque Pedro Sánchez, el gran protagonista/incógnita del momento, es hombre que ama la cuerda floja, el riesgo casi suicida, convencido de que la diosa Fortuna amparará todo volatín, todo proyecto imposible en el que se embarque.
Pero esta vez ciertamente el proyecto es, si no imposible, sí inverosímil. Las hemerotecas, en el tema concreto de la amnistía, se echan encima del propio Sánchez, que no hace mucho decía muy otras cosas, y de la mitad del 'statu quo' del socialismo gobernante. Porque el socialismo no gobernante, el del pasado, también se abalanza incluso con ferocidad sobre los planes del presidente del Gobierno en funciones para lograr resultar investido: tratar, como se trata hoy de hacer desde Ferraz, de minimizar la importancia de las figuras de Felipe González y Alfonso Guerra, los padres del PSOE moderno, porque discrepen de los arriesgados proyectos de Sánchez de ceder ante Puigdemont en exigencias muy difíciles de atender, es como renunciar a los pilares de la propia historia, abominar de aquella 'foto del Palace', de 1982, que abrió una nueva era en España.
He encontrado en el PSOE actualmente en el poder voces que se preguntan si Sánchez se atreverá a desafiar a esas hemerotecas, a esos padres fundadores, a todo el estamento togado -demasiado temeroso, a mi entender, en el acto de apertura del año judicial, pero no por ello menos indignado-, al Senado, a una mayoría de autonomías, a buena parte de la opinión pública y publicada, elaborando a toda prisa una ley de amnistía que no está claro que fuese constitucional y arrostrando las futuras exigencias del fugado de Waterloo, que, si hay amnistía, no sería un prófugo ya por mucho tiempo.
El coste, suponiendo que Puigdemont diese el 'sí' a la investidura de Pedro Sánchez, sería inmenso y la Legislatura sería simple y llanamente un infierno, con un enorme coste moral para el país.
¿Sería posible que, en un momento dado -queda más de un mes para que se empiece a vislumbrar el final de esta trama, que aún controla a su libre albedrío Puigdemont-, empezásemos a oír voces que, desde el máximo poder, digan que lo que pide el ex president de la Generalitat es 'implanteable'? ¿que "hemos tratado de reconducir las cosas desde los planteamientos de Junts contra el Estado, pero ha sido imposible"? ¿O que el PSOE "quiere ser el máximo garante de la pureza constitucional, sin abrir especulaciones sobre hasta dónde puede estirarse lo que dice o no dice la carta magna"? Entonces, en esa hipótesis, el siguiente paso sería o convocar una consulta 'ad hoc' con la militancia o/y proclamar que simplemente no se puede dar a Puigdemont lo que una mayoría de españoles no le quiere dar. Y, a continuación, una vez que Núñez Feijoo no logrará ser investido, salvo sorpresas mayúsculas, abrir paso a nuevas elecciones generales.
Insisto: me inclino a pensar que Pedro Sánchez encaminará sus pasos por donde siempre, por la confrontación, por lo que él llama 'el pacto de una mayoría social', que incluye a los separatistas catalanes y vascos, y por seguir tratando de cuadrar el círculo 'puigdemontiano' frente a una ciudadanía desconcertada que empieza ya a mirar hacia otro lado. Lo que me pregunto es si estos pasos, a estas alturas, cuando el deterioro interno en el mundo socialista se acelera, serán simplemente posibles. Porque así, eternamente tensando la cuerda y permitiendo que el fugado de Waterloo, antes el 'enemigo público número uno', siga pavoneándose de tener al Estado preso en un puño, no se puede seguir.
Por eso, pienso a veces que Sánchez tendrá, en los próximos días o en las próximas semanas, que dar un giro de timón, envainar muchas actitudes desafiantes, embridar los ímpetus de Sumar, que es como una avanzadilla de reconocimiento en territorio hostil, y, aprovechando que el Partido Popular de Núñez Feijoo vive horas bajas de desconcierto, proclamarse el máximo defensor de la Constitución y, por ello, dar la espalda a lo que desde la Generalitat y desde Waterloo le demandan. Puede que unas nuevas elecciones no acaben de resolver el problema de la gobernabilidad en España, porque el sistema electoral es el que es; pero, desde luego, con lo que no podemos seguir es con los problemas bloqueados, enquistados y siempre al borde del pasmo, o del estallido, final.