27.04.2024 |
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La calle es mala consejera

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en el Palau de la Generalitat. / Quique García
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, en el Palau de la Generalitat. / Quique García
La calle es mala consejera

Cuando faltan cauces de diálogo, y ciertamente el Gobierno no los facilita, el recurso más directo para hacer oposición es la calle. Las manifestaciones. Y en algo de esto me parece que piensa el Partido Popular, que este lunes concentró a los alcaldes de las grandes ciudades cuyos ayuntamientos controla, en un intento de 'movilización' contra objetivos políticos concretos, como la amnistía.

Pienso que las manifestaciones callejeras, y alguna hay ya en el horizonte próximo, hay que manejarlas con cierta cautela, aunque es cierto que sirven para que los adeptos cierren filas en torno a la protesta: claro que desde el PP nunca se favorecerán actos inciviles o hasta violentos, pero la verdad es que la agitación ciudadana, que muchas veces es comprensible indignación, favorece poco los pactos o los acuerdos de los que tan necesitado anda el país.

Lo cierto es que, como ocurre especialmente en etapas preelectorales, el alejamiento entre los dos principales partidos que se disputan el poder nacional es notable. Y a mejorar el clima no contribuyen precisamente las 'gracietas' de determinada vicepresidenta sobre la calvicie o las gafas de sus oponentes, ni las descalificaciones contra algunos empresarios a los que hasta ayer se elogiaba, ni los desplantes ministeriales a determinados periodistas críticos. No es este, me parece, el clima político ideal para iniciar una nueva etapa como la que va a significar esta Legislatura.

Me parece que el marco deseable para mejorar unas ahora 'impeorables' relaciones pasaría por olvidar las acusaciones lanzadas contra la oposición en el sentido de que viola la Constitución, y, al tiempo, que desde la oposición se reconozca que no todas, todas, las cosas se hacen mal en el Gobierno. La lucha democrática entre los partidos no incluye ni la sal gorda de la vicepresidenta primera ni las acusaciones de grueso calibre que casi nunca se corresponden con la realidad: aquí llamamos a los otros golpistas, fascistas o terroristas con una excesiva facilidad. Y, si esto es así ¿cómo extrañarse de que a un oponente se le llame 'calvo' con claro ánimo de ridiculizarle, en abierta contradicción con esa política de lenguaje inclusivo que desde el Gobierno se pretende instaurar?

No, la oposición no se hace exclusivamente desde la calle, ni minimizando el papel del Congreso solamente por el hecho de que lo controlan -aunque sea en alianzas con extraños compañeros de cama-- los adversarios, ni desde los medios afectos. Como tampoco ha de gobernarse desde las declaraciones a los medios de otro signo, ni desde el hermetismo, ni desde el otro lado del muro imaginario. El ambiente se puebla de signos preocupantes y ya digo: la calle puede ser un instrumento legítimo de protesta, como buscar el aplauso en las convenciones políticas puede igualmente serlo. Pero ni lo uno ni lo otro son la solución a nuestros males. Definitivamente, hay que hacer política de otro modo, ni en las manifestaciones ni en las convenciones con los 'fans'. O sea, hacerla de la manera contraria a como ahora se está haciendo.

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