26.04.2024 |
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CRÓNICA NEGRA

20 años después, demostrar quién es el asesino y sin pruebas

Foto de archivo de uno de los pliegos del informe de la investigación policial del asesinato de Nidia Rodríguez Sánchez perpetrado el 5 de octubre de 1997. Si hubieran pasado tres meses más, nadie habría podido juzgar a Rafael por matar a su exnovia en Barcelona en 1997. Pero tras casi 20 años huido en Nueva York, fue multado por orinar en la calle poco antes de que la Policía reactivara su búsqueda. EFE/Policía Nacional
Foto de archivo de uno de los pliegos del informe de la investigación policial del asesinato de Nidia Rodríguez Sánchez perpetrado el 5 de octubre de 1997. EFE/Policía Nacional
20 años después, demostrar quién es el asesino y sin pruebas

Si hubieran pasado tres meses más, nadie habría podido juzgar a Rafael por matar a su exnovia en Barcelona en 1997. Pero tras casi 20 años huido en Nueva York, fue multado por orinar en la calle poco antes de que la Policía reactivara su búsqueda… Pero faltaba los más complicado: demostrar su culpa sin pruebas.

Los policías que llevaron el caso hace veinte años no tenían los medios de hoy, pero se afanaron y concluyeron que el asesino de Nidia Rodríguez Sánchez el 5 de octubre de 1997 tenía que ser Rafael Alberto Burgos, que había sido su pareja y que huyó a Estados Unidos al día siguiente de la desaparición de la mujer, de origen colombiano, de 31 años y madre de una niña y un niño.

Sus informes y notas de campo sirvieron dos décadas después para cerrar el puzzle y condenarle a 22 años por asesinato tras su localización en Nueva York en 2017, justo cuando el delito iba a prescribir.

Todo ello “a pesar de que no había pruebas”, según recuerda el subinspector Ángel de la Policía Nacional, que cuando se encargó del caso en 2018 propuso al juez un trabajo conjunto entre la Policía y la Fiscalía para asegurar las pesquisas.

Así se trazó una minuciosa investigación “inversa” que transformó datos subjetivos en objetivos y convenció al tribunal.

UNA MUERTE CON DOLOR INNECESARIO

“Se ha probado que el acusado, con el propósito de aumentar el dolor físico y psíquico de Nidia, le causó gran número de lesiones, alguna especialmente dolorosa e innecesaria para producir la muerte, en particular la lesión en la órbita ocular”, reza la sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona de julio de 2019 que condenó al acusado a 22 años de cárcel.

Antes, el jurado popular no creyó la rocambolesca versión del acusado y dictó un veredicto de culpabilidad por asesinato con alevosía y ensañamiento.

Quedó probado que Rafael, de 24 años, convenció a Nidia, que ya no quería verle y le temía, para que bajase a hablar con él al portal del piso de Barcelona en el que ella vivía con sus padres, sus hijos de 9 y 5 años y varios hermanos. Le dijo que le daría su pasaporte, que él había recogido en una gestoría tras unos trámites.

Ella explicó dónde iba y bajó con la ropa de estar por casa y sin dinero ni llaves, lo que fue determinante después.

Rafael discutió con Nidia recriminándole que la noche anterior un amigo la hubiese llevado en coche a casa y de alguna manera la metió en el vehículo, la mató y dejó el cadáver en la cuneta de la autovía de Castelldefels.

Luego fue a un centro de salud a curarse unas pequeñas heridas, esperó a que abriese una agencia de viajes para comprar un billete a Nueva York y voló.

El cadáver de Nidia no fue descubierto hasta siete meses después, ya esqueletizado, y tardó semanas en ser identificado.

LA PRÓTESIS DENTAL Y LA ROPA, CLAVES PARA SABER QUE ERA NIDIA

Al agente Ricardo de Científica de Viladecans le sonó el teléfono móvil -“un Motorola que pesaba un quintal”- la tarde del 6 de mayo de 1998, cuando estaba cortándose el pelo en una peluquería: tenía que ir a inspeccionar el hallazgo de un cadáver en el kilómetro 11 de la autovía de Castelldefels.

Metió prisa a la peluquera, cogió su maletín y se dijo que “tenía que ser un trabajo impecable” porque a sus 20 años era un novato y llevaba poco tiempo en ese grupo. De camino pensó que podría tratarse del cadáver de Cristina Bergua, la joven de 16 años que desapareció en marzo de 1997, y cuyo caso a día de hoy sigue sin resolver.

El cuerpo, que la maleza había ocultado durante siete meses y que había sido atacado por animales, era un esqueleto con la cabeza separada y con la mandíbula fuera de su lugar. Cerca había tres uñas largas, un anillo y un reloj parado a las 01.29.

Todo lo fotografió y lo anotó Ricardo, que se percató de que la postura del cadáver indicaba que la víctima había sido arrastrada hasta allí después de muerta, que la mandíbula tenía prótesis diferentes a las más habituales en España y que la ropa tenía algunas etiquetas aún revisables.

A cada elemento se le siguió el rastro, hasta que la familia reconoció el cadáver como el de Nidia. Y se tomó declaración a todos sus allegados: coincidían en que la fallecida tenía miedo a su expareja, que la acosaba y que fue la última persona que la vio con vida.

Una sobrina de Nidia contó que la fallecida ejercía a veces la prostitución en un local de la Ciudad Condal, y se constató este hecho, sin que surgiese ningún otro sospechoso.

NUNCA SE DEJA DE INVESTIGAR… CON UNA DE CAL Y UNA DE ARENA

La Policía emitió una orden de detención contra Rafael Alberto Burgos y siguió tirando de hilos porque “nunca se deja de investigar”, pero no hubo avances. Los medios eran otros y la familia le encubría, recuerdan los investigadores.

A mediados de 2016, el Juzgado de Instrucción 2 de Gavá comunicó al Grupo II de Crimen Organizado de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona que ese caso estaba próximo a prescribir, y los agentes que en ese momento lo integraban fueron al expediente de 1997. Tenía que ser él, relata el agente Conejero, compañero del subinspector Ángel.

Los policías buscaron información en las consejerías de Interior de las embajadas españolas en Washington y en la República Dominicana, ya que Rafael era originario de este país, y en el Consulado dominicano en Barcelona.

El trabajo policial iba dando una de cal y otra de arena: primero saltó una identificación de un ciudadano dominicano llamado Rafael Alberto Alberto Burgos -con el segundo nombre duplicado- que había sido fichado por orinar en una calle de Nueva York en 2012.

Esta localización fue determinante, pero cuando los agentes americanos fueron a la dirección que constaba, no estaba allí.

Luego una funcionaria del Consulado dominicano en Barcelona se implicó y comprobó, con ayuda de un familiar que trabajaba en el Registro Electoral Central de aquel país, que con ese nombre aparecía una gestión para regularizar la situación de un ciudadano dominicano en Estados Unidos. Y consiguió una foto actual.

Agentes de Científica hicieron un estudio de esa foto en comparación con la del DNI de Rafael de 1997… Y eran la misma persona. Era la de arena, pero veía otra de cal.

Con todos estos avances, los investigadores quisieron ir a Nueva York a detener al sospechoso, pero no les dieron permiso, sino que sus superiores optaron por reactivar una orden internacional de detención, que quedó tramitada en España pero no se materializó en Estados Unidos, por causas que aún no entienden.

No obstante, las gestiones de los policías de la Embajada de Washington conllevaron que agentes de la denominada ICE (Inmigration and Customs Enforcement) detuvieran al sospechoso el 8 de junio de 2017 a las seis de la tarde en la avenida Madison 555 de Nueva York. Tres meses más y hubiera sido demasiado tarde.

Le arrestaron inicialmente por estancia ilegal, recuerda Conejero, que fue el encargado de ponerle los grilletes a Rafael y comunicarle que se le imputaba un asesinato cuando bajó del avión que le trasladó a Barcelona el 11 de julio de 2017. Eran las 07:30 de la mañana y el sospechoso estaba tranquilo.

DESMONTANDO LA VERSIÓN DEL ACUSADO

“Fui con Nidia a tomar algo a un local y, al salir, unos sicarios colombianos se la llevaron; supongo que les debería dinero por ser prostituta. Me quedé en shock y solo se me ocurrió huir”, fue en resumen lo que argumentó Rafael tanto a la Policía como al juez que le envió a prisión provisional hasta el juicio, que tuvo lugar casi dos años después.

En este tiempo, el subinspector Ángel y sus compañeros se dedicaron a desmontar “punto por punto” la versión del acusado.

Ángel revisó el programa de Paco Lobatón, “¿Quién sabe dónde?”, en el que la familia de Nidia contaba su caso y reparó en detalles como que era muy presumida, lo que le valió luego para demostrar que nunca habría ido a un bar vestida con ropa de estar por casa.

Y empezó un periplo por lugares de Barcelona, como el pub en el que supuestamente estuvieron Rafael y Nidia el día de su desaparición, que no existía.

Fue a la barra americana en la que la mujer había trabajado, cuyo responsable le aseguró que Nidia no tenía problemas con ningún cliente, y comprobó que, en contra de lo que decía un amigo de Rafael, la mujer no ejercía la prostitución en ningún burdel de la autovía de Castelldefels.

Certificó incluso que no había bandas de trata en aquella época, con sicarios, como la que había descrito el acusado.

El subinspector también fue al centro de salud al que Rafael acudió a curarse unas pequeñas heridas la madrugada del 6 de octubre de 1997, encontró a la doctora que le atendió y vio el parte médico, cuya hora demostraba que tuvo tiempo de matarla antes.

Indagando sobre la familia del detenido, se dio cuenta de que, cumpliéndose la máxima de que los asesinos suelen dejar los cadáveres en lugares que conocen, unos allegados suyos vivían cerca del punto de la autovía de Castelldefels en el que apareció Nidia.

Localizó al gestor que tramitó el permiso de residencia de la mujer, que “veinte años después se acordada de todo”, y le contó que Rafael había ido solo a recoger el pasaporte de la mujer.

“Ese dato hace que todo tenga sentido, explica cómo la coaccionaba y por qué ella accedió a verle”, detalla el investigador.

La fecha del juicio se acercaba y sobre los investigadores pendía la duda de si el jurado popular consideraría culpable a Rafael, porque no había pruebas concluyentes, como ADN.

CONDENA POR MAYORÍA EN UN CASO DIFÍCIL

Tranquilo, aunque en ocasiones cabizbajo, como si estuviese derrotado, pasó el juicio el acusado.

Defendió la teoría de los sicarios colombianos y dijo que simplemente hizo su vida en Estados Unidos, donde trabajaba y tenía pareja e hija, y desde donde podría haberse ido a su país natal si hubiese querido “desaparecer”.

Sin pruebas concluyentes como las que probablemente se habrían podido reunir si el crimen hubiese ocurrido ahora, el jurado integrado por seis hombres y tres mujeres tuvo clara la culpabilidad de Rafael. Caso por fin cerrado.

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