26.04.2024 |
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Racing de Santander. Jugando con fuego

El Racing superó la primera eliminatoria de Copa Federación al ganar al ARenas por la mínima  | El equipo cántabro terminó pidiendo la hora ante un rival de inferior categoría que fue superior en el segundo tiempo

Manu Justo marca el segundo gol en la última acción del primer tiempo. / Hardy
Manu Justo marca el segundo gol en la última acción del primer tiempo. / Hardy
Racing de Santander. Jugando con fuego

 

Ganó el Racing, que es lo que tenía que hacer. Sin más. Fue una victoria triste, inmerecida y, lo que es peor, incluso sufrida. No hubo prórroga de milagro. El equipo terminó pidiendo la hora y el público pitando en los minutos 87, 90 y 94, lo que dice mucho de lo cerca que estuvieron los de Romo del accidente. Fue duro ver a un equipo de categoría inferior metiendo al conjunto cántabro en su área en los instantes finales del encuentro. Fue la culminación a un segundo tiempo en el que fue mejor el Arenas aprovechando que, quizá, quién sabe, los anfitriones pensaron que ya estaba todo hecho. El fútbol volvió a ser un estado de ánimo y, mientas el pequeño se creció al ver que podía armarla en El Sardinero, el supuesto grande sólo quería que pasara el tiempo. Lo malo es que ni siquiera fue capaz de conseguir que no pasara nada porque pasaron demasiadas cosas.

El Arenas mereció mucho más de lo que se llevó. Al menos, hizo méritos suficientes para haber llevado la eliminatoria a la prórroga, lo que ya habría sido un premio para ellos y una condena para un Racing que afrontó el tramo final del encuentro como un albañil de vacaciones al que llama el jefe para que salga de inmediato de la playa y suba al andamio. Y claro, no se cayó del cuarto piso de milagro. De hecho, con el tiempo ya cumplido, Miquel Parera, que hasta ese momento había enseñado más dudas que certezas, tuvo que intervenir a lo grande para impedir la igualada tras un error tremendo de Jorrín en el corazón de su propia área. El balón quedó muerto para que Lazka lo fusilara y se sacó una volea a la que respondió bien el guardameta balear.

El terror hizo acto de presencia en Los Campos de Sport. Y por eso cuando el colegiado, tras los cuatro minutos de descuento, por fin pitó el final de la eliminatoria, lo que les salió del alma a los algo más de dos mil espectadores que hubo ayer en el coliseo verdiblanco fue pitar. Fue una pitada que podía ser crítica pero que, por encima de todo, era de alivio. Se habían temido lo peor: el ridículo, el bochorno y algo más. Con el juego ya parecen escarmentados y, tras mes y medio de temporada, el personal ya sabe lo que hay. Que nadie busque florituras. Ayer ganó el Racing gracias a dos despistes de la zaga vizcaína y ni siquiera llegó a sentirse verdaderamente superior al Arenas. Había acudido a la cita a hacer simplemente los deberes y los hizo. El siguiente paso será hacer olvidar cuanto antes lo sucedido en el segundo tiempo de ayer, cuando el equipo verdiblanco se hizo tremendamente pequeño. El sábado ante el Calahorra tendrá la oportunidad de hacerlo.

Ganó el Racing por un gol en el primer minuto de partido y otro en el último del primer tiempo. A partir de ahí, un equipo que, como el de Fernández Romo, no juega a someter al rival con el balón, sino a armarse bien atrás e intentar correr a los espacios, al menos debía haber tenido la virtud de funcionar como un bloque sólido que apenas concede. No hay nada que reprochar a un planteamiento así. Fue como subió el Racing de Paco Fernández. Sin embargo, ayer sufrió lo indecible. Dio vida a un Arenas que encontró numerosas debilidades en la retaguardia cántabra.

Si el equipo de casa llegó con el agua al cuello a los minutos finales fue porque fue incapaz de cerrar antes el encuentro. La mejor y casi única oportunidad para haberlo conseguido sucedió a los setenta minutos, a veinte del final. Una penetración de Marco Camus, que en ese momento le había tocado jugar por banda derecha, metió la pelota al punto caliente del área y ahí se generaron tres remates consecutivos, uno de Cedric y dos de Manu Justo, que no se fue para dentro porque había una buena colección de futbolistas vizcaínos sobre la línea de gol que se dedicaron a sacar fuera todo lo que parecía que iba a la red.

No entró la pelota y a partir de ahí sólo hubo un equipo sobre el terreno de juego, que fue el Arenas. Como si fuera el Bayern de Munich. Ya tras el paso por vestuarios había dado un paso al frente el equipo vasco. Se había crecido porque se lo había creído.  De pronto, se vio a sí mismo en Los Campos de Sport dominando el encuentro y generando acercamientos que fueron aumentando la moral de sus hombres. Fernández Romo introdujo cambios administrando los minutos y pensando, como reconocería después, en que pasado mañana hay otro partido importante. Primero entraron Tienza y Bustos y después ya llegó el momento de meritorios como Bustillo y Yeray, que no tuvieron la oportunidad de brillar. El último en entrar fue el último de la fila actualmente, que es Diego Ceballos. No tiene muy claro el santanderino qué pinta hoy en día en este equipo.

Quizá lo peor es que el pobre encuentro del Racing ayer no se debió a que su entrenador apostara por una alineación repleta de jugadores sin minutos y sin ritmo. Fernández Romo quiso dejar claro que no interpretaba el partido como un recreo, que nadie iba a regalar nada y nadie debía despistarse. Ni mucho menos rotó a toda su maquinaria para que no se mancharan de grasa sus hombres de confianza, sino que muchos de ellos saltaron a jugar. Sobre el césped estuvieron Mantilla, Íñigo, Borja Domínguez, Pablo Torre e incluso Cedric. Confianzas cero. El entrenador no quería jugar con fuego porque la Copa, más allá de lo que pueda aportar si el equipo es capaz de avanzar en la competición, puede dejar una herida mortal en la moral de la tropa en caso de accidente. Ganar y hacer todo lo posible para que la teórica superioridad verdiblanca quedara acreditada iba incluso a favor de la estabilidad del propio entrenador, que tampoco está para florituras.

Con el once diseñado por el técnico, los jugadores fueron los primeros que entendieron de qué iba la cosa. Y al primer minuto de juego, ya habían marcado un gol y habían conseguido lo que parecía que iba a ser lo más difícil en la tarde de ayer. Existía el temor a que el Arenas saliera a replegarse y a hacer largo el partido, a que a su rival le entraran los nervios, la ansiedad y la precipitación, pero lo cierto es que borró todos los fantasmas de un plumazo. En cuestión de segundos, Marco Camus, uno de los jugadores que debía aprovechar la oportunidad como si fuera el último tren a Gun Hill, se quitó un tremendo peso de encima convirtiendo en gol el primer balón que tocó.

El entrenador le colocó en banda izquierda mientras que en la posición de extremo derecho se situó Manu Justo, que no es un jugador con desborde pero que desbordó en la primera acción de partido. Combinó bien con Jorrín, que fue quien se colocó en el lateral dando forma entre ambos a una banda completamente novedosa y que, más allá de esa acción, no transmitió demasiadas ilusiones.

El gallego llegó hasta línea de fondo, desde donde centró al lugar donde se corta el bacalao con la connivencia de los futbolistas rojinegros. La pelota llegó a los dominios de Camus, que llegó desde atrás hasta, exactamente, el punto de penalti. La defensa del Arenas estaba todavía en el vestuario porque no apareció nadie por allí. Se pudo haber tomado un helado antes de culminar la acción. El canterano estaba completamente solo y no dio tiempo a que apareciera nadie por allí, ya que remató de primeras. Y lo hizo bien, sabiendo lo que hacía y llevando la pelota a donde quería llevarla, que era a la base del palo derecho del guardameta. Fue un buen gol.

El santanderino lo celebró con rabia. Es normal. Había comenzado la temporada como titular pero, a partir de ahí, había ido desapareciendo. Y era difícil ver un porvenir por su puesto teniendo en cuenta el gran estado de forma que viene mostrando Álvaro Bustos, que acabaría entrando a la hora de partido para jugar la última media. El sacrificado, al menos, no fue Camus, que no sólo marcó el gol, sino que se convirtió casi en el único jugador que en el primer tiempo mostró mordiente, valentía y desborde para romper la rutina en cuanto se encontraba con el balón con espacios por delante. De sus botas salió la triple acción que pudo haber matado la contienda, pero le costó una subida del gemelo que acabaría precipitando su marcha.

Espacios para correr es lo que  necesita el Racing para sentirse a gusto, para sentirse poderoso y para que no se le noten sus limitaciones con el balón. Y la teoría anunciaba que los iba a tener tras haberse puesto por delante. Sin embargo, el Arenas, que empezó a jugar de verdad a partir de los diez minutos, tampoco se volvió loco. No debía porque quedaba todo el partido por delante y sabía que si se desordenaba se podía ir goleado. Mantuvo el tipo y simplemente confirmó que no había acudido a Los Campos de Sport a ser la comparsa de nadie y ni mucho menos a perder el tiempo. Intentó jugar e intentó atacar y no sólo lo hizo cuando fue perdiendo, que era lo que le tocaba, sino también cuando consiguió empatar el envite cuando nadie se esperaba ya un giro de guión semejante.

Lo hizo sin haberlo merecido apenas hasta ese momento y en una acción aislada. Un saque de córner fue cabeceado de manera poderosa por Uranga aprovechando que nadie saltó como él y que el portero se quedó a medias. Fue la culminación a una progresiva mejoría en sus filas que, aún así, reactivó al Racing, que intentó poner una marcha más a partir de ese momento. Reaccionó bien al gol bailando siempre al ritmo de Pablo Torre, que es quien consigue dar sentido a un juego que, cuando no está él, se vuelve demasiado plano y arrítmico. De sus botas salió el centro que permitió a Manu Justo, sin oposición, marcar el 2-1 en la última acción del primer tiempo. De nuevo se había vuelto a poner todo de cara y sólo quedaba matar el cuento, pero los hombres de Romo parecieron resistirse a ello. Querían que hubiera emoción y permitieron que el Arenas se marchara con la cabeza muy alta.

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