26.04.2024 |
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RACING DE SANTANDER 1-0 CALAHORRA

La diferencia es el 10

El Racing logró ante el Calahorra su cuarta victoria en cuatro partidos en casa | Tras un mal primer tiempo, un pase extraordinario de Pablo Torre originó la jugada que desequilibró la contienda | El equipo acabó sufriendo

Pablo Torre se abraza con Borja Domínguez, a quien dio un pase perfecto que acabó con el gol de Cedric. / Hardy
Pablo Torre se abraza con Borja Domínguez, a quien dio un pase perfecto que acabó con el gol de Cedric. / Hardy
La diferencia es el 10

Al Racing le salvan los buenos. Juega a eso, a oscurecer el terreno de juego y a que, de pronto, surja una chispa entre sus más talentosos futbolistas. Fernández Romo sabe lo que tiene entre manos y lo exprime. Sacrifica todo lo demás para apostarlo todo a la espera paciente, a la cocina a fuego lento. Tiene un plan. Se antoja simple, pero lo tiene y será bueno mientras le dé resultados. El día que no los tenga, el equipo se quedará desnudo. Ayer mantuvo a los buenos sobre el terreno de juego, no como en Ferrol, y obtuvo recompensa. El Calahorra estaba consiguiendo que el conjunto cántabro no encontrara manera alguna de generar peligro del de verdad y el técnico ayudó a los suyos dejando a Pablo Torre en el verde. Premio. Fue él quien por fin encendió la luz para romper la rutina y la mediocridad y regalar a todos los presentes un pase a la altura de los privilegiados. A la altura, en definitiva, de los buenos.

Fue un encuentro gris sólo alterado por esa jugada brillante en el minuto 72, a las puertas de ese último tramo del encuentro en el que a buen seguro le habría entrado la ansiedad a los futbolistas locales. Fue una acción magistral, un golpe de varita mágica que sacó un conejo de la chistera. La perla de Soto de la Marina controló el balón apenas un par de metros más allá de la frontal del área, avanzó unos pocos pasos en paralelo a la misma y vio lo que nadie más sobre el terreno de juego vio. Se inventó en ese momento un pase imposible para la mayoría. A nadie se le habría ocurrido intentarlo porque suponía desperdiciar un balón en zona de peligro, algo que ayer se pagó caro durante toda la tarde. Pero él lo hizo. Es de los buenos. Y lo mejor es que lo sabe.

De pronto, elevó la pelota hacia el costado derecho del área, donde entró Borja Domínguez con la limitada potencia que transmite. El gallego es un futbolista que ve el fútbol como pocos. Da la impresión de hacerlo a cámara lenta, pero a menudo aporta aire en un cuarto oscuro que huele a moho. Ayer vio un espacio y lo aprovechó. Él también creyó. Sabía que era Pablo Torre quien tenía la pelota y eso hacía que la aventura mereciera la pena. Y obtuvo la recompensa. El balón que salió de la bota derecha del canterano se elevó, pasó por encima de todos los que poblaban el área y, sobre todo, del último defensor, del que debía evitar que la carrera de Borja Domínguez tuviera sentido. El esférico cayó, de este modo, a la cabeza del gallego. ¿Cómo pudo suceder eso?

El medio centro se había soltado, había cogido la mochila y se había echado al monte. Como Jeremiah Johnson. Adiós a todos. Levantó la cabeza y le llegó ese balón de otro planeta al que no le quiso dar demasiadas vueltas. Sencillamente, lo cabeceó con tacto y con delicadeza para que lo recibiera Cedric, que estaba esperándolo en el área pequeña completamente solo. Era lógico porque nadie se esperaba una combinación así. El africano, que no marcaba desde la tercera jornada y que necesitaba goles para que a nadie se le ocurriera comenzar a hablar de la sequía goleadora del delantero centro, lo recogió con voracidad. No remató de manera limpia sino que tuvo que pelearlo, pero el balón se fue para dentro.

El gol fue la recompensa a unos primeros veinte minutos de segundo tiempo que fueron lo mejor del partido. Por fin comenzó a carburar la maquinaria y el balón se comenzó a mover con más ritmo y, sobre todo, con más intención e incluso cierta ambición. Nadie duda de que el Racing salte a por los tres puntos desde el primer minuto, pero tomando el camino que tomó en el primer tiempo es imposible. Poco merecimiento hizo el conjunto cántabro en 45 minutos en los que se mostró incapaz de hacer evidente su teórica superioridad sobre el Calahorra. Aún así, estuvo a punto de marcharse con ventaja. Cosas del fútbol.

Fue Soko quien estuvo a punto de repetir la historia de quince días atrás y volver a marcar al filo del descanso, como contra el Dux e incluso como hizo también el equipo contra el Arenas. Sin embargo, no siempre puede contar uno con goles psicológicos con los que llevar al diván a su rival y su testarazo a fino pase de Pablo Torre se estampó contra el palo. Aún hubo un rechace que llegó a las botas de Pol Moreno, pero el central vio dos platos de alubias para él solo, los fue a atacar con voracidad y la pelota se marchó alta. El veloz extremo camerunés ya había buscado la madera a los 22 minutos con un zurdazo en la frontal, pero el disparo le salió ligeramente desviado.

Fueron estas dos acciones la única producción ofensiva del Racing en todo el primer tiempo. Muy pobre bagaje ante un Calahorra que, aunque sí mostró una gran capacidad para jugar con sus líneas bien juntas, tampoco se presentó en Los Campos de Sport con la intención de matar todo lo que oliera a fútbol. No pegó, de hecho, ni un pelotazo y cuesta acordarse de algún balón en largo. Intentó jugar pero durante buena parte de la contienda se chocó contra sus limitaciones. Sólo disfrutó de un par de buenas acciones de Jon Madrazo, su extremo izquierdo, en el primer tiempo aprovechando quizá la incomodidad física de Unai Medina primero y los nervios de Jorrín después. Sólo en los instantes finales del encuentro, en modo de traca final con enormes similitudes a lo sucedido el miércoles contra el Arenas, se fue el Calahorra con decisión hacia arriba aprovechando que el conjunto cántabro había pasado a jugar a proteger el botín conseguido por la varita de Pablo Torre. Cualquier día se va a llevar un susto.

Unai Medina se tuvo que retirar antes del descanso por unas molestias en el gemelo causadas en el último ejercicio del calentamiento. Tuvo que entrar Jorrín y lo cierto es que su aparición fue preocupante, ya que cometió un par de errores de bulto nada más entrar que anunciaban festival del Calahorra por ese costado. Lo bueno es que el cabezonense se repuso, se hizo fuerte y se fue haciendo más reconocible. Con todo, el gran problema de su equipo en ese primer tiempo fue su incapacidad para generar fútbol. Y eso se debió, por encima de todo, a lo bien atado en corto que el equipo riojano tuvo a Pablo Torre.

El de Soto de la Marina apenas entró en juego y, cuando lo hacía, era para recibir de espaldas y recibir una dura acción del contrario. No le dejaban ni respirar. Y cuando él no entra en contacto con el balón, todo se atasca, como si al motor le entrara pelo y no ejerciera su función. El Calahorra cerró muy bien por dentro y eso obligó a buscarlo por banda, pero ahí faltaban argumentos. Los laterales no ayudaban y Bustos y Soko no se hicieron grandes. Es en días como el de ayer cuando más se nota la escasa proyección ofensiva de un tipo como Satrústegui, a quien parece que su entrenador le pidió irse más frecuentemente de aventura tras el paso por vestuarios.

La cosa cambió tras cruzar el ecuador. El Calahorra tuvo menos el balón en su poder y el Racing apareció con el cuchillo entre los dientes. Puso una velocidad más y, sobre todo, comenzaron a encontrar a Pablo Torre, que, al ver que por el centro estaba prohibido el paso, se dejó ver por banda izquierda para conseguir entrar en juego. Y lo consiguió. Y su equipo lo notó. Hubo algunos momentos en los que se amenazó con un asedio constante aunque al conjunto cántabro le faltaba rematar sus jugadas. Su portero no tocó ni una hasta que llegó ese gol convertido en floritura a los 72 minutos.

Fue poco después del 1-0 cuando saltó la polémica en Los Campos de Sport. Fernández Romo, quizá precisamente por saber lo fundamentales que son para su equipo, quiso reservar tanto a Pablo Torre como a Íñigo. Después, explicaría que el de Ampuero incluso había estado unos días enfermo, pero seguramente no habría cambiado la historia. Les necesita para ganar en Avilés y, sobre todo, para dar un golpe encima de la mesa en Badajoz. Y han de descansar, la excusa perfecta, además, para meter en el campo a Fausto Tienza, a quien al entrenador le gusta tener en el terreno de juego para que se pegue a los centrales y refuerce la labor defensiva, y a Isma López, que de nuevo se situó como extremo.

Ese doble cambio, que haría arquear la ceja a cualquiera, debería servir para, al menos, dar el partido por acabado. Es decir, para que no se jugara más y el equipo rival llegara a la conclusión de que ya había hecho todo lo posible y que no había nada más que hacer, pero no es así. Porque el Calahorra acabó ayer como acabó el Arenas el domingo, metiendo el miedo en el cuerpo al Racing, haciendo que éste y su parroquia pidan la hora y obligando a intervenir a Miquel Parera, que ayer fue quien defendió la portería verdiblanca. Tanto sufrimiento de última hora habría que analizarlo porque cualquier día se va a llevar el equipo un susto. Avisó primero el recién entrado Baracle con un disparo que se fue cruzado, después David Grande con un zurdazo que despejó el portero verdiblanco y por último Aguado, ya en el 92, con un remate desde la frontal que vio demasiado de cerca la madera. Lo peor fue la sensación de que podía pasar cualquier cosa.

Cierto es que el Racing también pudo haber matado antes la contienda. Sobre todo, con dos acciones de Manu Justo que le podrían haber permitido marcar un segundo gol en cuatro días, pero erró. Perdonó un remate en el área pequeña tras asistencia de un Soko pletórico en ese último tramo del encuentro y, sobre todo, un mano a mano contra el portero tras recibir una certera pared de Cedric. Bien podía haber terminado el encuentro 2-0 pero también 1-1. Es más, incluso pudo haber acabado 0-0 si no llega a aparecer Pablo Torre para hacer su truco del conejo.

La diferencia es el 10
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