27.04.2024 |
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El minuto de oro

Lucas Díaz atajó el penalti mal lanzado por Güemes y, apenas unos segundos después, el árbitro pitó otro en el área contraria | Tras lo sucedido el miércoles, ayer no lo lanzó el más listo de la clase, sino el designado para ello

Álvaro Bustos, lanzando el penalti que le dio los tres puntos a su equipo. / rrc
Álvaro Bustos, lanzando el penalti que le dio los tres puntos a su equipo. / rrc
El minuto de oro

El fútbol está muy loco. Cambia de género narrativo sin que uno se dé cuenta y prácticamente sin esperarlo. Cuando uno cree que está disfrutando de una comedia loca, de pronto se percata de que ha caído en la tragedia. Lo pasa mal, sufre, se rasga las vestiduras y, de repente, se echa a llorar. El drama. Después, puede incluso aparecer el surrealismo aliñado de un toque burlesco. No hay por dónde cogerlo. Quizá por eso es tan grande, porque resulta imprevisible. Un deporte en el que uno sabe siempre quién va a ganar o cómo va a terminar la historia lo pierde todo y se queda sin sentido. Por eso, en el fondo, gusta ver al Racing. El equipo verdiblanco se ha convertido, como dijera aquel tipo de Greenbow, Alabama, en una caja de bombones: nunca sabes lo que te va a tocar.

Ayer tocó uno mejor que los tres anteriores, pero todo podía haber cambiado en el loco minuto treinta y seis, ese minuto fronterizo que da inicio a la recta final del primer tiempo en la que los dos equipos ya prácticamente firman no hacerse demasiado daño para no irse perdiendo al descanso. Y quienes habitan la frontera son seres que habitualmente no son de ningún sitio, que no tienen un hogar propio y que suelen tener un secreto tras de sí que no siempre se cuenta. Los racinguistas sí que conocían el de su equipo. Llevan demasiado tiempo juntos. Eran bien conscientes de la importancia que tenía lo que sucedió en ese minuto treinta y seis.

El Racing no estaba sufriendo demasiado, pero tampoco estaba haciendo sufrir al contrario. Había comenzado jugando más en campo contrario que propio, pero se había ido dando la vuelta a la tortilla. El partido no tenía un dueño claro pero quien camina siempre por el alambre es el conjunto cántabro. Éste no puede ver pasar los minutos sin que le suceda nada. Estaba a punto de batir el récord de minutos sin recibir el primer gol de la ‘era Solabarrieta’ pero, de pronto, el árbitro pitó penalti. Otra vez el drama, la tragedia, todo. Nunca nada puede salir bien.

El penalti lo cometió Martín Solar prácticamente sobre la línea frontal del área pequeña. Justo cuando el delantero del Portugalete iba a rematar a portería, el santanderino metió la bota y derribó al atacante. Por un instante, se generó cierta confusión porque, aunque sonó el silbato con fuerza, el árbitro no señaló el punto de penalti, sino que se echó la mano al bolsillo para sacar la tarjeta. Todos quietos, cabía la posibilidad de que fuera a amonestar al jugador jarrillero por querer engañarle. Sin embargo, Martín Solar ya se había delatado al insistir de manera gestual en que él no había tocado a nadie en vez de acusar a quien estaba en el suelo de haberse tirado. No había nada que hacer. Era penalti y punto.

La acción tenía su miga porque conllevaba un significado profundo. Teniendo en cuenta la situación anímica del Racing, haber vuelto a recibir un gol en el primer tiempo le habría podido hundir. Si ha contratado un psicólogo esta semana es porque sabe que anda tocado psicológicamente y que al mínimo revés que sufre se hunde. Como si nadie le pudiera llevar la contraria. Se estaba manteniendo en pie en el partido pero volver a ponerse a remolque le podía hacer polvo.

El penalti se encargó de lanzarlo Güemes, el jugador que ejerció de delantero centro en el Portugalete. El precedente no era malo porque ya había fallado uno esta misma campaña en el duelo ante el Bilbao Athletic. Y eso siempre aporta presión, lo que se notó en su lanzamiento. No pudo ser más tímido y más miedoso. Lanzó la pelota sin demasiada fe, con miedo de hacerla daño. Eligió tirarlo hacia su derecha pero lo hizo tan suave que, si hubiera querido, el portero no se habría por qué tenido que empezar a tumbar antes del remate.

Si Güemes temía profundizar en su error anterior, delante tenía a un portero que convirtió el penalti en oportunidad. Todo el partido lo era. Tras los errores cometidos el pasado miércoles por Iván Crespo, un guardameta caracterizado por la sobriedad y la seguridad, Solabarrieta decidió cambiar. Entró dentro de su apuesta por rejuvenecer el equipo. Fuera treinteañeros. Lucas Díaz, que hasta entonces se había llevado un par de sustos pero no había tenido que intervenir, tenía delante la posibilidad de lucirse y confirmar que se podía uno fiar de él. Un portero no tiene nunca nada que perder en un penalti y menos aún él.

El guardameta verdiblanco acertó. Se dejó caer hacia su lado izquierdo y atrapó el pobre lanzamiento de Güemes. Lucas Díaz no sólo se había reivindicado con dicha intervención, sino que había salvado a su equipo de caer todavía más en la depresión que le persigue desde hace demasiado tiempo. Quizá con ese penalti estaban empezando a cambiar las cosas y el hada buena comenzaba a imponerse sobre el hada mala.

Ese minuto 36 no acabó ahí. Lucas Díaz sacó rápidamente y, en un visto y no visto y aprovechando que los jugadores del Portugalete estaban lamentándose de su mala suerte, el Racing se presentó en seguida en el área vizcaína. Por allí estaban Jon Ander y Cedric y le hicieron penalti al delantero alavés. El colegiado manchego había pitado dos, uno en cada área, en otros tantos minutos. Sin que le temblara el pulso. Y los dos parecieron claros. Lejos de dedicarse a festejarlo, quizá porque venían de desaprovechar uno el pasado miércoles, los jugadores verdiblancos se dedicaron a exigir al trencilla una amarilla como la que había visto Martín Solar en el otro lado del campo, pero no la concedió.

Haber fallado el penalti del pasado miércoles ayudó a marcar el de ayer. Solabarrieta había adelantado el día anterior que había cerrado la lista de lanzadores para acabar con esa imagen de patio de colegio que dio su equipo ante el Real Unión. Entonces, lo tiró quien lo cogió. Y lo cogió quien estaba más cerca y no el mejor lanzador o quien más confianza tenía, que es lo que suelen decir los entrenadores para justificar lo escasamente justificable. Ayer estaba claro que lo iba a lanzar Bustos y por eso éste no necesitó ir corriendo a por la pelota, sino que se fue al punto de penalti a iniciar el proceso de concentración previo a todo lanzamiento. Le llevaron el esférico, lo colocó y, aunque tampoco lo lanzó demasiado bien, fue gol. La pelota entró por el medio, lo que suele ser un acierto en una pena máxima porque, prácticamente por pura inercia, el guardameta siempre acostumbra a tirarse hacia un lado. El Portugalete falló y el Racing acertó. Quizá, a saber, algo esté cambiando.

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