Cerca de 15.000 manifestantes en París un sábado 31 de julio, en pleno verano, en el momento de los cruces de la autopista. Más de 200.000 en todo el país, en 180 concentraciones organizadas en las principales ciudades, así como en ciudades medianas y pequeñas.

Todo ello sin ninguna organización que les apoye, sin ningún líder real, con la única fuerza del boca a boca y de las redes sociales. Si el futuro del movimiento contra el pase sanitario es obviamente difícil de anticipar, el tercer sábado consecutivo de movilización atestigua la instalación de una protesta, minoritaria pero muy determinada, muy viva, a veces radical, contra la política del gobierno.

Una manifestación que terminó, en la plaza de la Bastilla, con enfrentamientos entre varios centenares de manifestantes y la policía y la gendarmería, movilizadas en gran número para controlar la concentración.

El movimiento no se limita a los opositores a las vacunas. Se caracteriza, en primer lugar, por la gran diversidad de perfiles de los manifestantes que corean "libertad, libertad, libertad". Solos, en pareja, en familia, con amigos, de todas las edades, blancos, negros, empleados, jubilados, algunos vacunados, otros que se niegan.

Entre los rostros, las motivaciones, las historias personales, lo que llama la atención es la extrema diversidad de los perfiles. "Nos mantenemos calientes, todos juntos, aunque todos estemos sometidos a críticas a veces duras, a veces a insultos, de los que nos rodean.

Para mí fue visceral venir, porque están atentando contra nuestras libertades", dice Isabelle, de 39 años, trabajadora social. Muy críticos con los medios de comunicación, que consideran partidistas, y preocupados por las posibles repercusiones, la mayoría de los manifestantes exigen el anonimato. Este sábado 31 de julio fue su primera manifestación. Ella jura que volverá.