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El Diario de Cantabria

El partido soñado

El Sinfín gana con solvencia al Bidasoa y se planta en la final de la Copa Asobal, en la quese medirá al Barça l La enorme actuación de Ernesto con 16 paradas, la buena defensa y el gran porcentaje de acierto de cara a gol noquearon a su rival
Los jugadores del Sinfin celebran el triunfo. / Hardy
Los jugadores del Sinfin celebran el triunfo. / Hardy
El partido soñado

La derrota es bella y romántica, pero ganar cuando nadie se lo espera es otro nivel. El rival se queda entonces con la cara de quien acude disfrazado a una fiesta que no era de disfraces. Por eso el Bidasoa se sintió ayer descolocado, desubicado y sin capacidad de reacción ante el vendaval que se le presentó delante. No debe resultar sencillo ser un grande y sentirte impotente ante alguien claramente inferior al que ya habías ganado fácil dos partidos esta misma temporada. Algo cambió en las entrañas de ‘La Ballena’. Quizá la motivación, quizá el acierto o quizá la inspiración. Lo que sea, pero sucedió.

El pez chico se comió al grande, se resistió a aceptar su destino, se atrevió a mirar a los ojos a alguien de una clase social superior y dijo aparta, que voy. Y ya está en la final. El Sinfín, una familia convertida en equipo de balonmano que ha estado luchando por la permanencia todo el año, va a jugar esta tarde la final de la Copa Asobal contra el Barcelona. Ahí queda eso. Quien ayer estuvo en el Palacio de los Deportes ya podrá contar durante toda su vida que estuvo ahí el día que el Sinfín hizo historia.

Para el club, ya lo era disputar una Copa Asobal, pero no tiene mérito cuando se hace como organizador. Lo tremendo es dar la campanada en las semifinales y dejar en la cuneta al subcampeón de liga. Por eso se celebró como si de un título se tratara. Era algo con lo que no contaba casi nadie pero que no fue ninguna sorpresa en el minuto sesenta. La victoria se fue fraguando poco a poco y se vio venir, ya que los hombres de Montesinos no sólo ganaron al Bidasoa, sino que lo hicieron con una solvencia tremenda. Ni sufrieron. Tanto es así, que el entrenador se permitió el lujo de conceder los últimos minutos a jugadores que aún no habían participado de la fiesta como Basualdo, Lastra, Leonardo e incluso Luis Pla. Nadie se tenía que quedar sin una fiesta así.

La única ventaja que tuvo el Bidasoa en todo el partido fue el 0-1. Éste se transformó en un 5-1 y, a partir de ahí, la tónica general del equipo santanderino fue mantener una renta de cuatro o cinco goles que incluso fue superior en el segundo tiempo. Esta vez, el partido no se le hizo largo al pez chico, aguantó el tirón y, aunque el equipo guipuzcoano tuvo balón para irse al descanso perdiendo sólo de uno, en la reanudación no se alteró la tendencia natural que llevó el partido. Al contrario, la barrera se fue más allá de los cinco goles, que había sido la ventaja máxima de los primeros treinta minutos, hasta llegar a seis (18-12), siete (24-17) e incluso ocho (26-18). Increíble pero cierto. Para que sucediera algo así, un equipo como el Sinfín necesitaba un partido prácticamente perfecto tanto en ataque como en defensa. Y a eso se dedicó. En campo rival funcionó con fluidez, con ideas y alternativas y siempre bajo la batuta de un Nacho Valles pletórico, con un repertorio de lanzamientos y de pases que, sobre todo, agradecieron sus compañeros de la segunda línea. Fue así como Barco anotó seis goles de ocho disparos o Lon, una constante pesadilla para la zaga vasca, cinco de cinco.

Acabó el equipo con un porcentaje de acierto del 75 % desde los seis metros. Y lo mejor es que la segunda línea también colaboró con los siete tantos con pleno de acierto de Zungri o los seis con un sólo error de Valles. Los porcentajes resultaron espectaculares, como si el equipo estuviera jugando contra una piscina en vez de contra una portería. Esa capacidad anotadora y, sobre todo, la alegría en el juego de ataque y las numerosas alternativas mostradas por el Sinfín sacó de quicio a un Bidasoa que lo intentó todo. Lo primero fue cambiar a su portero, ya que Sierra apenas duró en la cancha los primeros diez minutos. No veía una y ahí estuvo, quizá, la gran diferencia entre los dos equipos, ya que el Sinfín tuvo a su particular héroe en su portero.

Ernesto ya había completado enormes actuaciones en momentos puntuales del presente curso, pero lo de ayer fueron palabras mayores. Tras el partido que se marcó ayer, debería haber un busto suyo en el Palacio o, por lo menos, podría donar el chándal con el que actuó al museo del deporte que hay en los vomitorios del recinto. El portero de Leganés acabó con 16 paradas, lo que supuso un 39% de acierto. El porcentaje es enorme pero lo más interesante de todo es que no respondió a un solo momento de inspiración, sino que sus intervenciones fueron continuas durante toda la contienda. Y especialmente atinadas fueron en el primer cuarto de hora de encuentro, al que llegó, y atención aquí, con un 90% de lanzamientos parados. Eso, lógicamente, saca de la cancha a cualquiera.

Ernesto se convirtió en la gran pesadilla de un Bidasoa que nunca estuvo cómodo y al que incluso marcó un gol aprovechando que la portería rival había quedado vacía. La bien cerrada defensa de los hombres de negro, con el correoso muro levantado por Oustroushko, Muñiz y Zungri en la parcela central, provocó que los lanzadores del equipo vasco nunca sacaran su brazo a pasear como a ellos les gustaría. Funcionó la retaguardia y funcionó la portería retroalimentándose ambas, empujándose una a otra y resultando fundamentales para conseguir una victoria que debía comenzar por ahí. Lo mejor fue que ese buen hacer frente a su área fue correspondido en la contraria no sólo con buenos porcentajes de acierto, sino también al no caer en pérdidas que permitieran a su rival correr y cambiar la dinámica del encuentro con un par de buenas acciones. Fue un partido que se acercó a la perfección, el sueño húmedo de cualquier entrenador.

El único que no estuvo todo lo acertado que se podía prever al buscar la portería rival fue Ostroushko, que ayer dobló en defensa y en ataque en buena parte del encuentro y que, aunque comenzó y terminó fallón, fue clave para mantener el guión que venía marcando el partido. Fue en el inicio del segundo tiempo. El final del primero había apuntado a lo que tantas veces sucede cuando un pequeño tiene su instante de gloria ante un grande. El Sinfín estuvo a punto de irse a descansar viendo cómo sus enormes treinta minutos quedaban en poca cosa cuando una pérdida y un lanzamiento al palo incluso dieron balón al Bidasoa para ponerse a uno antes de que sonara la bocina, pero no acertó en la última jugada.

Con todo, iba a ser fundamental cómo se retomara el encuentro y fue en esos primeros compases del segundo periodo cuando el lateral ucraniano se echó a la espalda la responsabilidad ofensiva con tres goles consecutivos que en seguida volvieron a abrir distancias obligando a Jacobo Cuétara a pedir tiempo muerto (16-11). El entrenador del equipo irundarra lo probó todo. En el primer tiempo cambió constantemente a sus jugadores buscando a alguien inspirado o alguien que frenara en ataque a un Sinfín que se gustaba por todas partes. Del 6-0 con el que comenzó el encuentro, pasó después a un 5-1 que lo que hizo fue facilitar las cosas a Nacho Valles y Xavi Castro, que encontraron más espacios para conectar con los extremos y el pivote.

Aún así, Cuétara lo mantuvo y fue ya cuando lo vio todo perdido y tuvo que jugársela cuando pasó a una defensa 4-2 e incluso otra 3-3 que el equipo santanderino supo librar muy bien. En ningún momento amagó con sentir vértigo de altura y acabó la contienda con la posibilidad de disfrutar el momento y decir a todos los presentes que hoy domingo se volverían a ver en el mismo lugar para jugar toda una final. Ahí es nada. Delante estará el Barça, que es un equipo mucho más imposible que el Bidasoa, pero siempre pueden pasar cosas cuando uno da semejante nivel.

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