20.04.2024 |
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«Hay que seguir ahí, atendiendo al barrio lo mejor posible»

Sindo Revuelta, tendero de la Cuesta de la Atalaya en Santander, señala que cada mañana abre con «mucha incertidumbre y bastante preocupación» porque no sabe si al día siguiente va a poder hacerlo
Sindo Revuelta y su mujer Ana Mari en su tienda de la Cuesta de la Atalaya. / Aguilera
Sindo Revuelta y su mujer Ana Mari en su tienda de la Cuesta de la Atalaya. / Aguilera
«Hay que seguir ahí, atendiendo al barrio lo mejor posible»

Sindo Revuelta abre cada mañana la persiana de su tienda de la Cuesta de la Atalaya, en Santander, con «mucha incertidumbre y bastante preocupación» porque no sabe si al día siguiente va a poder hacerlo, pero tiene claro que «hay que seguir ahí», detrás de la pantalla de metacrilato, atendiendo a sus clientes del barrio «lo mejor posible». En su negocio siguen las medidas sanitarias para evitar contagios de coronavirus «al pie de la letra». Sindo, Ana Mari, su mujer, y su única empleada, Amparo, llevan mascarillas, guantes dobles que se cambian «cada dos por tres», y han adelantado media hora el cierre a mediodía y por la tarde para dedicar ese tiempo a desinfectar con pura lejía, explica a Efe este tendero, que lleva 35 años atendiendo a la clientela, mucha de ella «de toda la vida» .

La gente, apunta, acude menos a los centros comerciales porque ya no se puede ir a comprar en familia, y calcula que las ventas de su tienda han aumentado más de un 20 por ciento desde el «famoso viernes» en el que se empezó a difundir la noticia de un inminente confinamiento, como el de Italia, y «todo el barrio» se lanzó «a acaparar mercancías por lo que pudiera pasar». Su negocio vivió también la fiebre del papel higiénico que se extendió por todo el país aquel primer fin de semana. «Los paquetes de 18 y de 36 rollos se vendían como rosquillas», recuerda, pero no se le ocurre una explicación para el fenómeno. «Igual es porque no se pasa de fecha y dicen bueno, por lo menos hay papel», aventura.

85 metros cuadrados. En una tienda de barrio de 85 metros cuadrados y poco más de un metro de pasillo no lo tiene tan fácil como en un supermercado para marcar las distancias de seguridad y ha acabado reduciendo el aforo a dos personas. «La gente se esquiva y se ceden el paso como en una carretera», explica.

Ahora acuden más clientes que antes de la pandemia y en algunos momentos se forman colas de hasta ocho personas en la cuesta. «Hay gente que solo compra una vez a la semana o dos como máximo, pero también hay otras personas que pueden bajar cinco veces al día». «Aunque lo tengamos a todas horas en los medios de comunicación, parece que hay gente que no es consciente del riesgo», lamenta.

Cuenta que generalmente la clientela cumple las normas pero también le ha tenido que llamar la atención a alguno para que «haga el favor de ponerse guantes». «Y se lo tienes que repetir uno dos o tres veces, incluso ha tenido que amenazar con llamar a la policía», asegura. Como toda tienda de barrio, la de Sindo es un lugar de encuentro propicio a las conversaciones pero en tiempos de pandemia un cartel advierte de que hay que abreviar las compras. Aunque la gente no se entretiene charlando, «ahora ya no se habla ni de fútbol ni de política, solo del coronavirus, es el único tema como en todas partes».

La jornada de Sindo empieza bien temprano. Se levanta todos los días a las cinco de la mañana para ir a Mercasantader a abastecerse menos los martes y jueves, cuando adelanta el despertador a las cuatro y cuarto para acercarse también a la plataforma de Coviran. Al final, dice, está «todo el día expuesto» y le preocupa la posibilidad de tener que cerrar. Ya sin pensar en que puedan enfermar de gravedad, el que alguno de los tres diera positivo le supondría «unas pérdidas considerables». A pesar de esa preocupación cree que los pequeños comerciantes que cada mañana abren su tienda están haciendo lo que deben hacer.

«Hay que estar ahí. No es un acto de heroísmo, es mi trabajo, tengo que seguir luchando por ello y atender a los clientes lo mejor posible», afirma. «Y que esto pase pronto porque genera mucho estrés también. Notas un ambiente raro, y estamos trabajando forzados por las condiciones», añade.

Pero está convencido de que de esta crisis va a salir «algo bueno». «Estábamos en un momento en el que pensábamos que tenemos derecho a todo, que no nos va afectar nada, que somos inmortales y creo que tenemos que bajar un poco a la tierra, darnos cuenta de que somos vulnerables, no ser tan exigentes y apreciar lo que tenemos, que son muchas cosas. La sociedad española ha vivido años muy buenos y no hemos sabido valorarlo», reflexiona.

Sindo confiesa que el único momento de alegría en el barrio llega después de bajar la persiana. «A las ocho de la tarde, cuando salimos a la ventana o al balcón a aplaudir, es un momento que aprecio con emoción porque veo que el mundo sigue ahí vivo, que la gente está en sus casas confinada pero sigue ahí».

«Hay que seguir ahí, atendiendo al barrio lo mejor posible»
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