04.05.2024 |
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RACING 1-1 ALAVÉS

El VAR no quiere al Racing

El Racing empató a uno con el Alavés después de que le anularan dos goles en el segundo tiempo l El equipo vitoriano fue superior en la primera parte pero cambió el partido tras el descanso l Molina marcó dos golazos pero sólo valió uno
La intensidad en cada defensa y ataque a balón parado fue la tónica general. / LA LIGA
La intensidad en cada defensa y ataque a balón parado fue la tónica general. / LA LIGA
El VAR no quiere al Racing

Nadie podría haber imaginado que, con las cartas que tenía, el Racing le pudiera marcar tres goles al Alavés y, aunque en verdad lo hizo, sólo valió uno. Porca miseria. Los otros dos los anuló el VAR, que de nuevo llamó para contradecir la primera interpretación que había hecho el árbitro. En ambas ocasiones fue a consultar la pequeña pantalla y cuando eso sucede ya está todo el pescado vendido. Por supuesto que mirando la calle a cámara lenta siempre se ven cosas, pero el fútbol no se puede vigilar con microscopio. Pocas dudas hay de que el tercero de los goles estuvo correctamente invalidado con el reglamento en la mano pero no así el segundo, el que marcó Satrústegui y el que habría servido para redondear una buena tarde de fútbol de su equipo y, sobre todo, un gran segundo tiempo.

Los jugadores verdiblancos terminaron desquiciados porque sentían que el gran hermano que lo vigilaba todo desde un cuarto oscuro de Las Rozas no quería que ganara. Tras el segundo gol anulado, todo apestaba a drama, a tragedia de alto nivel en el caso de que el equipo vitoriano fuera capaz de marcar y se acabara llevando los tres puntos. Había auténtico terror porque, en el fondo, todo el mundo intuía que el tren del Racing ya había pasado, que su oportunidad de dar la campanada y reencontrarse con la victoria después de tres empates consecutivos había pasado y que sólo quedaba el golpe mortal. Pero se resistió el conjunto cántabro. No le va el papel de víctima. Tanto es así, que incluso estuvo a punto de consumar la victoria en el minuto 97 y de chilena. Nada habría sido mejor para olvidarse del enfado.

Arturo Molina, a punto de marcar el gol que le anularon. / LALIGA
Arturo Molina, a punto de marcar el gol que le anularon. / LALIGA

Para entonces, el Alavés se había quedado con un hombre menos después de la fea entrada que Alkain había realizado sobre Fausto Tienza en el 95. Quizá eso animó al Racing a dar un último empujón y, en definitiva, a rentabilizar un segundo tiempo en el que había sido superior, en el que había dado la vuelta a la sensación que había vendido el partido en los primeros cuarenta y cinco minutos. De hecho, lo último que fue capaz de hacer el equipo de la capital vasca en ataque fue el empate a uno. Y eso sucedió en el minuto cuarenta y prácticamente de rebote, después de que De la Fuente tocara lo justo para cambiar de dirección el disparo de fuera del área de Rebbach. A partir de ahí, el equipo vasco se vio superado por un conjunto cántabro que, lejos de dedicarse a lamerse las heridas al tener tantas bajas acumuladas, se fue hacia arriba con ambición y, sobre todo, sin miedo. Suma ya cuatro empates consecutivos pero es difícil calificarle de reservón o de conservador.

Todo se pone de cara con un 1-0. Por eso el gol de Arturo habría significado media victoria en condiciones normales, pero cuando delante hay un equipo como el Alavés, que apareció en Los Campos de Sport con una enorme jerarquía y con verdadera pose de equipo campeón, es difícil cantar victoria. Quien lo hiciera estaba condenado a sonar desafinado por mucho que el tiempo se quedara cerca de darle la razón. Y es cierto que el conjunto cántabro había hecho lo más complicado porque parece que todo se le ha puesto en contra y que hay alguien que no quiere celebraciones en El Sardinero, pero lo más complicado es aguantar las ofensivas de un rival como el vitoriano durante tanto tiempo.

Los jugadores del Racing, celebrando el gol. / LALIGA
Los jugadores del Racing, celebrando el gol. / LALIGA

Y el gol de Arturo llegó a los 22 minutos. El segundo por su parte sería en el 83, pero ese no valió. El árbitro no vio nada pero sí el VAR para dejar sin valor una enorme actuación colectiva del Racing que, de hecho, mereció haber subido al marcador. Comenzó con una potente arrancada de Marco Camus que, marchando de lado a lado, se llevó tras de sí a todo jugador contrario que se puso en su camino. Parecía un pura sangre al que un grupo de vaqueros quisiera controlar. No pudieron. Cuando él quiso, le cedió la pelota a Íñigo Vicente para que, tras la potencia, llegara la magia. La asistencia que le regaló el de Derio a Arturo Molina demandó un marco. Fue una obra al alcance de muy pocos. Le permitió, tras una buena carrera por su parte, controlar el balón dentro del área a la vez que superaba al portero para, ya in extremis y antes de pasar de largo la portería, meter el pie izquierdo para rematar adentro. Cuando el entrenador y sus propios jugadores hablan tantas veces de la necesidad de conocerse entre ellos debe ser para poder hacer cosas así, para conocer los mecanismos antes de que se produzcan. Fue un gran gol pero el control se produjo con la mano. Estaba pegada, pero hay que pitarlo. «¿Quieres que me corte el brazo?», preguntaba el 22 verdiblanco al colegiado. No hubo respuesta. Sólo frustración y mucho enfado porque era el segundo gol anulado de la tarde. Y no está el Racing como para que le anulen goles.

El que valió fue el que marcó en el minuto que está dibujado en su espalda. Capicúa. Nunca ha sido el murciano un goleador y por eso dio la impresión de no creerse ni él el golazo que había marcado. Envió la pelota por el único lugar por donde podía entrar. Si su bota llega a conectar con el balón un milímetro más para allá o hubiera golpeado con un vatio menos de potencia, quizá no hubiera entrado. Todo salió bien y su duro disparo concedió al Racing la fortuna que quizá le había faltado otros días.

La jugada fue una especialidad de la casa, un ataque rápido al que quiso dar el toque de calidad Íñigo Vicente con un centro a Mboula desde la esquina del área. El extremo no llegó a rematar pero sí fue fundamental para, en la continuación de la acción, condicionar el intento de remate de puños de Sivera, el guardameta del Alavés. Por eso el balón salió flojo y, en concreto, a los dominios de Arturo Molina, que estaba en zona de nadie aguardando alguna migaja. Vio venir la pelota y rápidamente concluyó que no tenía tiempo para otra cosa que no fuera rematar de primeras. No le iban a dejar controlar, pensar y ejecutar. Por eso se sacó de la chistera una potente volea que hizo pasar el balón por encima del guardameta y de un par de defensores antes de chocar contra el larguero y meterse para dentro.

Fue un enorme gol en el que prácticamente fue el primer lanzamiento entre palos del conjunto cántabro. El primero, en el nueve, también fue obra de Arturo Molina, que ayer, además de celebrar dos goles aunque sólo valiera uno, fue quizá la gran novedad en el once inicial al ser el elegido para cubrir el agujero que había dejado Jorge Pombo, el hombre sobre quien transita toda acción ofensiva del equipo verdiblanco. Ayer su equipo le echó de menos como le echaba de menos antes de fichar por el Racing. En cambio, el murciano marcó y, entre otras cosas, cabeceó, muy forzado, un córner en ese tramo inicial del encuentro que, en la práctica, no supuso ningún esfuerzo para el portero del Alavés.

No produjo más el Racing en ataque en todo el primer tiempo. Cuando uno se ha quedado sin sus mejores argumentos ofensivos y delante tiene a un Alavés inspirado, bastante tiene con intentar mantenerse intacto. Ayer su presión se situó bastantes metros más atrás que en Leganés dejando a Alfon, que repitió como hombre más adelantado, demasiado solo corriendo con los primeros futbolistas blanquiazules. El objetivo era que el equipo visitante no se sintiera cómodo y que le costara superar líneas pero lo cierto es que en el primer tiempo dio muestras de una enorme solvencia y, sobre todo, de contar con una rica diversidad de recursos. Era capaz de jugar de manera elaborada tanto por fuera como por dentro pero también de presentarse en el área contraria en sólo tres pases, con mucha presencia de unos laterales muy largos.

No es que sufriera demasiado Miquel Parera, pero lo cierto es que lo normal es que a los treinta segundos de partido ya hubiera encajado un gol. La tarde podría haber comenzado de la peor manera posible pero prefirió el Alavés no ser cruel con su oponente, que de nuevo debió jugar en casa sin la animación de ‘La Gradona’. Fue Anderson Arroyo quien comenzó arrollando por su banda derecha a Satrústegui, a quien no le dejaron tiempo ni para desperazarse tras la siesta. Abrió los ojos y, de pronto, vio a su par poniendo un balón de oro en el corazón del área. La acción también cogió desprevenida a la pareja de centrales porque remató Miguel de la Fuente con todo a favor para celebrar un gol cuando buena parte de los aficionados aún no se habían acomodado en su butaca. La sangre no llegó al río. El partido no se convirtió de partida en una misión imposible de milagro. Lo raro fue que no entrara.

Al Alavés le costó ser tan peligroso como lo fue en esa primera acción del encuentro pero sí se sintió poderoso y dominador, superior a un Racing que, por momentos, transmitió una inferioridad que hacía tiempo que no transmitía. Lo bueno era que eso no se traducía en una sucesión de ocasiones. De hecho, antes de que llegaran los goles, sólo en el 12 y en el 34 volvió a estar cerca el conjunto vasco de marcar. Y lo hizo, en la primera de esas acciones, poniendo en práctica el sueño húmedo de muchos entrenadores. Sivera trazó una diagonal perfecta para que Javi López ganara la espalda a Dani Fernández, y, tras controlar, poner un buen centro atrás a Alkain, que llegó con fuerza para rematar de primeras alto. La segunda de las acciones llegó a balón parado siendo de nuevo Alkain quien llegó al segundo palo para poner un centro a Benavidez que sólo demandaba empujar para convertirse en gol que éste desperdició.

El Alavés se fue a descansar habiéndose comportado, probablemente, como el mejor equipo que había pasado por El Sardinero esta temporada, pero el encuentro seguía empatado. Y lo mejor de todo es que el Racing fue capaz de dar la vuelta a la sensación generalizada que transmitía el encuentro. El equipo vitoriano ya no se sintió tan poderoso, no generó peligro y vio cómo el Racing, que posicionó mejor a sus hombres, no se achicaba. Tampoco acumularon los jugadores de Fernández Romo muchas llegadas porque le faltan muchas cartas para ser ese equipo pero ayer sí marcó los goles que le faltaron otros días, pero no subieron al marcador. Especialmente doloroso fue el anulado a Satrústegui al cabecear con potencia un medido centro de córner de Íñigo Vicente. En la acción comenzó forcejeando con un defensor, como es natural porque esto es fútbol, pero es difícil ver en las imágenes algo lo suficientemente punible como para invalidar ese gol. Está claro que los árbitros y el Racing no se llevan bien y hay que hacer algo por enderezar esa relación porque al equipo cántabro le cuesta sangre, sudor y lágrimas sumar cada punto.

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