Cantabria se prepara para vivir una Semana Santa de récord, con las cifras de ocupación hotelera disparándose hasta el cielo. Los establecimientos de la región esperan recibir a hordas de visitantes, con previsiones que apuntan a una ocupación media del 70-72%, mientras que la comarca de Liébana se prepara para un impresionante 90% de ocupación. Santander y otros destinos costeros no se quedan atrás, esperando un aluvión de turistas deseosos de escapar de la rutina.

Sin embargo, este panorama aparentemente próspero esconde una realidad más sombría. Según fuentes de la Asociación Empresarial de Hostelería en Cantabria (AEHC), el crecimiento exponencial de viviendas turísticas ilegales está poniendo en jaque al sector, ofreciendo una competencia desleal que amenaza con desbordar el sistema.

Estos alojamientos no regulados, que operan al margen de la ley, no solo restan clientes a los hoteles y casas rurales legítimas sino que también plantean serios riesgos de seguridad. Sin un control adecuado, nadie sabe quién cruza las fronteras de Cantabria, dejando una interrogante abierta sobre la seguridad de propios y visitantes.

"Veremos Cantabria llena", advierten desde la AEHC, pero no necesariamente por las razones correctas. A medida que el contador de reservas sube, también lo hacen las preocupaciones de los empresarios locales, quienes claman por una regulación que ponga fin a este caos turístico no regulado.

Mientras tanto, los turistas, posiblemente ajenos a esta lucha interna, se dirigen en masa hacia la belleza indómita de Cantabria, buscando disfrutar de su naturaleza, su cultura y su gastronomía. Pero detrás de las postales perfectas y las experiencias inolvidables, se libra una batalla por la sostenibilidad y seguridad del turismo en la región.

Esta Semana Santa, Cantabria se convierte en el epicentro de un dilema que va más allá de la capacidad hotelera, planteando preguntas sobre cómo queremos que sea el turismo y a qué costo estamos dispuestos a acogerlo.