04.05.2024 |
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ARTE RUPESTRE

Hornos de la Peña, el arte paleolítico en todo su esplendor

Hornos de la Peña, una de las diez cuevas con arte rupestre de Cantabria declaradas patrimonio de la humanidad por la Unesco
Descubierta hace 120 años en el valle cántabro de Buelna por Hermilio Alcalde del Río, la cueva de Hornos de la Peña representa el arte paleolítico. / Pedro Puente Hoyos
Descubierta hace 120 años en el valle cántabro de Buelna por Hermilio Alcalde del Río, la cueva de Hornos de la Peña representa el arte paleolítico. / Pedro Puente Hoyos
Hornos de la Peña, el arte paleolítico en todo su esplendor

Descubierta hace 120 años en el valle cántabro de Buelna por Hermilio Alcalde del Río, la cueva de Hornos de la Peña representa el arte paleolítico en todo su esplendor, por las decenas de grabados de animales que atesora y el misterio que rodea a la enigmática figura antropomorfa que se ha convertido en su icono.

Hornos de la Peña, una de las diez cuevas con arte rupestre de Cantabria declaradas patrimonio de la humanidad por la Unesco, tiene limitado a 16 el máximo de visitantes que puede acceder diariamente a sus estrechas galerías, y descubrir, a la luz de una linterna, los trazos de los bisontes, los caballos y los menos habituales renos grabados en sus paredes.

El director de las cuevas prehistóricas y del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, Roberto Ontañón, que ha acompañado a EFE en una visita a la cueva, recuerda que es el segundo hallazgo de arte paleolítico de Alcalde del Río y sus dos colaboradores, el padre Lorenzo Sierra y el abate Breuil, poco después de Covalanas y apenas un mes antes que El Castillo, en el mismo macizo del Dobra.

Director de la Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega, Alcalde del Río "quedó fascinado" por el arte rupestre cuando la autenticidad de las pinturas de Altamira fue reconocida por fin. Entre 1903 y 1910 se dedicó a explorar la región cantábrica "desde el oriente de Asturias al occidente de Vizcaya", explica Ontañón.

A Hornos de la Peña accedió por primera vez en octubre de 1903 y, para conmemorar ese 120 aniversario, San Felices de Buelna ha organizado un ciclo de conferencias junto al Gobierno de Cantabria, y este viernes inaugurará un mural que recrea el interior de la cueva en la fachada de su ayuntamiento.

Situada en el barrio de Tarriba, junto al arroyo del Tejas, a la cueva se accede por un sendero con una pendiente pronunciada. Al visitante se le advierte de que tiene que agacharse en parte del recorrido y se le proporciona un casco. Como a Luis y María, dos cántabros que han recorrido más cuevas y aseguran a EFE que "esta es diferente" por su gran cantidad de grabados y la sorpresa de descubrirlos junto al guía: "Pone la luz en el punto exacto y, de repente, aparecen".

Un icono de hace 16.000 años

La gran mayoría, cuenta Ontañón, son animales pero "el icono de la cueva" es una figura antropomorfa, "un ser híbrido representado de perfil con un brazo levantado, que en vez de una mano tiene una especie de palma, con una cola como la de un mono y un falo muy grande", describe. Este tipo de motivo aparece en otras cuevas, en la misma época, hace unos 16.000 años.

Además, el yacimiento arqueológico situado a la entrada ha mostrado ocupaciones humanas de la época de los neardentales y durante todo el Paleolítico Superior, ya con el homo sapiens, hace 40.000 años, además de restos en superficie del Neolítico y la Edad de Bronce, de hace unos 4.500 años.

El ultimo trabajo sobre la cueva ha sido dirigido por Olivia Rivero, profesora de la Universidad de Salamanca, que ha completado "el corpus de motivos" y ha podido interpretarlos mejor, porque ahora los arqueólogos utilizan unas técnicas "mucho más avanzadas que hace 10 o 15 años".

El equipo de Rivero ha descubierto además nuevas figuras, como una pequeña cierva en una columna, y ha revisado la estatigrafía para ver exactamente como empezó la ocupación humana en este campamento con vistas a un valle cerrado por el que circulaban manadas de animales, que podían controlar y cercar.

Un lugar para vivir

"Es un lugar muy bueno para vivir, con un vestíbulo agradable y bien orientado que capta la luz del sol a lo largo del día", apunta, sobre el terreno, Ontañón. "La prueba es que vivieron aquí durante miles de años", apostilla.

Junto a él, el también arqueólogo Rafael Palacio se ocupa de las mediciones para controlar la humedad y la temperatura, que se mantiene estable entre 14,9 y 15 grados, pero la cueva descansa al menos un día a la semana para recuperar los niveles óptimos tras "el pequeño aumento" que se produce tras las visitas.

Sus habitantes vivían en la entrada y entraban a las galerías para hacer los grabados, a la luz de las lámparas de tuétano. Como cuenta Palacio, convivían en grupos de 30 o 40 personas, hombres, mujeres, niños y ancianos, y se juntaban en grupos más amplios con sus vecinos, para encontrar pareja y buscar aliados.

Tenían sus propios ciclos, marcados por la llegada de los animales que cazaban como los bisontes o los renos. Entonces hacían sus fiestas. Era su modo de sobrevivir sin caer en la endogamia.

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