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11M

El terror del 11M provocó una ola masiva de solidaridad ciudadana

Los taxistas, sanitarios y psicólogos, pilares inquebrantables en la respuesta ciudadana al terrorismo del 11 de marzo de 2004
Estado de uno de los vagones, en la estación de Atocha, tras la explosión registrada en la mañana del 11 de marzo de 2004, en una imagen de archivo. / Sergio Barrenechea
Estado de uno de los vagones, en la estación de Atocha, tras la explosión registrada en la mañana del 11 de marzo de 2004, en una imagen de archivo. / Sergio Barrenechea
El terror del 11M provocó una ola masiva de solidaridad ciudadana

Hace dos décadas, la capital española fue testigo del mayor atentado terrorista en su historia reciente. El 11 de marzo de 2004, la metrópoli despertó con estruendo y caos tras una serie de explosiones en el sistema de trenes, desencadenando una respuesta ciudadana marcada por la solidaridad y el coraje.

En aquel fatídico amanecer, la estación de Atocha se convirtió en el epicentro de una tragedia que dejaría cicatrices imborrables en la memoria colectiva de Madrid. Sin embargo, entre los escombros y la confusión, emergió una red inquebrantable de solidaridad encabezada por héroes anónimos, destacando el papel fundamental desempeñado por taxistas, sanitarios y psicólogos.

Desde las primeras horas de la mañana, taxistas como José Miguel Fúnez, impulsados por un impulso humanitario, se lanzaron a las calles para transportar heridos de forma gratuita. El sonido de las sirenas y el estruendo de las explosiones aún resonaban cuando estos héroes improvisados se convirtieron en conductores de esperanza, brindando ayuda a aquellos que más la necesitaban.

Bomberos, sanitarios y agentes de policía, desbordados por la magnitud del caos, se encontraron con la escasez de recursos, desde camillas hasta ambulancias. En este contexto, taxistas y voluntarios locales se convirtieron en un eslabón indispensable en la cadena de socorro, utilizando mantas y sábanas para improvisar camillas y transportar a los heridos hacia hospitales y lugares seguros.

La magnitud de la tragedia exigía una respuesta rápida y eficiente. La falta inicial de ambulancias fue suplida por autobuses urbanos y, en particular, por la generosidad desinteresada de los taxistas, cuya labor trascendió las fronteras de sus funciones habituales. No solo se limitaron a transportar heridos, sino que extendieron su ayuda altruista, dedicando la jornada a trasladar a familiares, profesionales sanitarios y psicólogos, cuya presencia se tornaría esencial en las horas y días posteriores.

La mañana del 11 de marzo se transformó en un crisol de emociones para José Miguel Fúnez, quien, tras haber trabajado hasta altas horas de la madrugada, recibió la noticia del atentado. En un acto de valentía y solidaridad, se dirigió hacia el epicentro del caos, enfrentándose a la desesperación de quienes buscaban desesperadamente hacer algo por aquellos afectados por la tragedia.

El silencio que se apoderó de los taxis durante aquellos trayectos fue testigo del dolor compartido entre conductores y pasajeros, muchos de los cuales no pronunciaban palabra alguna hasta llegar a los hospitales. En medio del caos y la tragedia, taxistas como Fúnez actuaron como vínculos de apoyo emocional, ofreciendo su presencia y solidaridad a aquellos que necesitaban sostén en momentos inenarrables.

La trágica jornada no solo demandaba respuestas físicas, sino también apoyo emocional y psicológico. En este contexto, los psicólogos desempeñaron un papel esencial, desplegando una red de ayuda para las víctimas y los profesionales que enfrentaron la barbarie en primera línea. Fernando Chacón, decano del Colegio de Psicólogos de Madrid en ese momento, lideró la coordinación de voluntarios, recordando el impacto y la necesidad de la intervención psicológica.

La experiencia previa en emergencias, como la riada de Biescas en 1996, permitió una rápida movilización de los psicólogos, que, desde el mismo 11 de marzo, se organizaron para atender las demandas de ayuda que llegaban desde hospitales, tanatorios y centros de atención. La planificación cuidadosa y la selección de voluntarios capacitados fueron cruciales, garantizando la efectividad de la intervención en Ifema, tanatorios y el centro de llamadas del 112.

Fueron días intensos y desgarradores para los psicólogos, quienes, además de brindar apoyo a las familias en luto, extendieron su labor a los profesionales que se enfrentaron directamente a la tragedia. La atención a sanitarios, bomberos y policías se convirtió en una prioridad, reconociendo el nivel de ansiedad que permeaba la población en esos días.

El proceso de asimilación del trauma no solo involucró a las víctimas y sus familias, sino también a los propios profesionales de la salud mental. Un proceso de 'debriefing', compartiendo experiencias y sentimientos, se convirtió en una práctica común antes de que cada voluntario regresara a su hogar.

La ayuda desinteresada de los psicólogos se tradujo en una intervención sin precedentes, con cerca de mil profesionales participando durante dos semanas, configurando lo que Fernando Chacón calificó como "la mayor intervención que se ha dado en todo el mundo". Dos décadas después, se ha consolidado una profesionalización de los psicólogos de emergencias y una mayor claridad en los protocolos de actuación.

Mientras los taxistas y psicólogos encontraban formas inmediatas de contribuir, otros ciudadanos buscaban poner su grano de arena en una ciudad que pasó, en cuestión de horas, de la caótica conmoción al abrumador silencio. Pilar de la Peña, actual directora del departamento de Promoción del Centro de Transfusión de la Comunidad de Madrid, rememora la necesidad urgente de reorganizar la planificación de donación de sangre.

El caos en las calles dificultó el desplazamiento de las unidades móviles de donación, pero cuando finalmente llegaron a sus destinos, la respuesta fue abrumadora. Las colas en el centro de Madrid, especialmente en la unidad móvil de la Puerta del Sol, se extendían hasta la Plaza de Ópera. La solidaridad de la población se manifestó de manera concreta, con más de 5,000 donaciones de sangre en dos días, cifras impresionantes que nunca se han repetido, ni siquiera en catástrofes posteriores.

En medio de la tensión y la tristeza, Pilar de la Peña recuerda las horas de extracción de sangre como momentos de silencio abrumador. La radio, inicialmente encendida para mantenerse informados, fue apagada a media mañana para amortiguar la avalancha de noticias. En un escenario donde normalmente se recogen entre 500 y 600 bolsas de sangre al día, el 11 y 12 de marzo de 2004 se convirtieron en jornadas extraordinarias, con más de 5,000 donaciones.

La respuesta rápida y generosa de los madrileños ante situaciones de crisis no sorprendió a Pilar de la Peña y José Miguel Fúnez, quienes destacan la prontitud y la solidaridad innata de la población. Como testimonio perdurable, una placa en la Puerta del Sol agradece a todos aquellos que cumplieron con su deber en la auxilio a las víctimas del 11 de marzo de 2004, recordando el comportamiento ejemplar del pueblo madrileño que permanece en la memoria colectiva.

Dos décadas después, Madrid conmemora el 20º aniversario del 11-M no solo recordando el dolor y la pérdida, sino también destacando la resiliencia y la solidaridad que emergieron en medio de la tragedia. El legado de aquel día persiste en la memoria colectiva de una ciudad que supo enfrentar el terrorismo con unidad, compasión y valentía.

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