24.04.2024 |
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La verdad no entiende de memorias

No, señores, no fue la historia de la Guerra Civil española como la cuenta la izquierda, ni siquiera parecida. Si hubo buenos y malos, desde luego, sus añorados republicanos no estaban precisamente entre los primeros, salvo casos particulares.
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Portada de 'El Cantábrico', precursor del Diario ALERTA, del 29 de julio de 1936
La verdad no entiende de memorias

Los españoles hemos aceptado que el partido que ha hecho de la mentira y el latrocinio sus señas de identidad escriba nuestra historia con renglones muy torcidos, irreconocibles en muchos momentos, sólo apuntalados a través de leyes promovidas por ignorantes, malvados o ambas cosas; leyes que recogen la nada despreciable aportación de los defensores del tiro en la nuca y hechas para perseguir, sancionar y conculcar la libertad de expresión, de cátedra o de investigación. Por supuesto que, estando la izquierda española por medio no podía ser de otro modo, el cuento memorialista está dotado de presupuesto, enorme por cierto, que sirve para engrasar las cadenas de centenares de grupos y grupúsculos que medran a la vera del gobierno y los partidos que lo apoyan y que no dudan en responder cuando son requeridos por sus caritativos donantes.

Pero la verdad no entiende de sometimientos ni servidumbres y frente la imposición, la razón; frente a la propaganda la cruda realidad. No, señores, no fue la historia de la guerra civil española como la cuenta la izquierda, ni siquiera parecida. Si hubo buenos y malos, desde luego, sus añorados republicanos no estaban precisamente entre los primeros, salvo casos particulares. Hay testimonios sobrados de ello. No pensemos que la furia profanadora es cosa de los Bolaños y Sánchez de ahora, era actividad rutinaria de aquellos indeseables que regaban la retaguardia de sangre como acreditan infinidad de imágenes más propias de una tribu de cafres que de seres civilizados.

Repasaremos en sucesivos episodios los motivos por los que la guerra fue ineludible y, las consecuencias de que cada acción provoque una reacción. Se puede pensar que tan mala es una cosa como la otra pero de lo que no cabe duda es que una justifica la otra.

La provincia de Santander amanece tranquila el 18 de julio de 1936 y así siguió en días sucesivos. Si bien el coronel Argüelles debió sumarse al alzamiento no lo hizo, más por cálculo que por cobardía, quería esperar para asegurarse de un triunfo en el resto del país. Como nada se mueve son los partidos y sindicatos mal llamados obreros los que toman la delantera y se hacen con el control de la provincia sin que las tropas o los falangistas y requetés muevan un dedo. De inmediato comienzan las detenciones más o menos arbitrarias, ser reconocido como católico basta para perder la libertad, de momento. Comienzan a circular listas de falangistas y tradicionalistas que al ser reconocidos o descubiertos engrosan las filas de condenados. Y comienza el baño de sangre. Los presos se hacinan en la prisión provincial y el buque prisión Alfonso Pérez, del que hablaremos otro día, previo paso en muchos casos por los centros de detención de las autoridades republicanas. Quienes pasaban por ellos en muchos casos no llegaban a ser conducidos a los centros anteriormente citados.

Será de estos centros de los que nos ocupemos en el próximo relato donde quedará claro que el PSOE hoy adolece de la misma maldad intrínseca que hace casi 90 años al alojar el chiringuito memorialista nada menos que en la cheka que ocupara el comisario Neila, miembro del PSOE, en la santanderina calle del Sol. Preparémonos para conocer el verdadero ‘Terror Rojo’.

El ‘terror rojo’:  La izquierda radical también masacró en la guerra civil 

El término ‘Terror Rojo’ puede hacer referencia a los actos de violencia y vandalismo, política y culturalmente motivados, que formaron parte de la represión en la zona republicana durante la guerra civil española. Implicó el asesinato de decenas de miles de personas. Los autores de dichos actos fueron grupos de izquierda política entre los que se incluyó el Gobierno de la Segunda República española[cita requerida]. Fue el fruto de la polarización política que caracterizó el periodo previo a la Guerra Civil. En el lado republicano, una de las formas en las que el extremismo se manifestó fue en odio hacia la Iglesia católica y agresiones contra sus miembros. Las víctimas fueron  alrededor de 6832 miembros del clero católico​ e institutos religiosos (13 obispos, 4184 sacerdotes seculares, 2365 monjes y frailes y 283 monjas), miembros de la nobleza española, propietarios industriales, laicos y políticos conservadores. Algunas estimaciones del Terror Rojo oscilan entre 38 000​ y 72 344​ víctimas mortales. Paul Preston y Hugh Thomas calcularon la cifra entre 50 000 y 55000. El historiador español Julián Casanova dijo que el número de muertos fue inferior a 60.000. Stanley G. Payne sugirió: «Es posible que nunca se sepa con exactitud el precio que cobraron los respectivos terrores». La izquierda masacró.

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