25.04.2024 |
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La guerra que no cesa

Gente pasa junto a los vehículos militares blindados rusos que fueron capturados en combates por el ejército ucraniano, expuestos en la calle Khreshchatyk en el Día de la Independencia, en el centro de Kiev, Ucrania, el 24 de agosto de 2022. Los ucranianos conmemoran el 31º aniversario de la independencia de Ucrania de la Unión Soviética en 1991, mientras la invasión rusa continúa seis meses después de su inicio. Las tropas rusas entraron el 24 de febrero en territorio ucraniano, iniciando el conflicto que ha provocado destrucción y una crisis humanitaria. (Rusia, Ucrania) EFE/EPA/ROMAN PILIPEY
Gente pasa junto a los vehículos militares blindados rusos que fueron capturados en combates por el ejército ucraniano, expuestos en la calle Khreshchatyk en el Día de la Independencia, en el centro de Kiev. EFE/EPA/ROMAN PILIPEY
La guerra que no cesa

Estos días han sido noticia el hecho de que se ha cumplido ya medio año desde que dio comienzo la injustificable invasión rusa de Ucrania y, desde entonces, la guerra continúa, día tras día, aumentando el horror, el dolor y la destrucción que deja a su paso, convirtiendo en un infierno la vida de todos aquellos que la sufren directamente y que han tenido de acostumbrarse a vivir en medio de una auténtica pesadilla que se repite diariamente cada mañana, sin que tengan forma humana de salir de la misma; y es que aunque parece que nos hayamos acostumbrado a convivir con una guerra en la trastienda de Europa, el drama de este conflicto y la devastación que lleva aparejada no hacen más que aumentar, como lo hacen sus víctimas, cuya muerte, por cotidiana e inevitable, no deja de ser igualmente dolorosa y terrible.

Al dantesco escenario de la guerra se suman episodios que son propios de los tiempos en que vivimos, como es el hecho del riesgo que supone que en una de las zonas más calientes del enfrentamiento bélico se encuentra situada una de las mayores centrales nucleares de Europa, la de Zaporiyia, que es objeto de los ataques que se producen en sus inmediaciones y que, en estos días, han dado lugar, por primera vez en su historia, a una desconexión temporal con la red eléctrica ucraniana, que ha provocado el corte durante unas horas de los reactores nucleares, generando así una importante alarma y preocupación que ha hecho que desde la Organización Internacional de la Energía Atómica se alzasen voces muy autorizadas advirtiendo de que el riesgo de desastre nuclear en la planta atómica es real, con las desastrosas consecuencias que para toda Europa tendría una fuga radioactiva en la central.

No deja de ser llamativo el hecho de que los importantes movimientos antinucleares, que se movilizan de forma tremendamente activa para pedir el cierre de centrales nucleares absolutamente seguras y en funcionamiento en países como el nuestro, no den la más mínima muestra de preocupación ni encabecen multitudinarios actos de protesta ante hechos como estos, en los que el fantasma de una catástrofe nuclear, según los propios expertos, es una realidad, pues es fácil entender que en un escenario bélico las situaciones en muchas ocasiones quedan fuera de control y, una vez más, esta guerra está demostrado como la razón y el sentido común han dejado paso a una auténtica locura en la que no parecen medirse las consecuencias de las acciones que se emprenden por todas las partes implicadas.

El caso es que en medio de acusaciones mutuas entre rusos y ucranianos el mundo tiene que vivir conteniendo el aliento con la esperanza de que todo se quede en una amenaza que no llegue a tener consecuencias, porque, de producirse estas, serían de una gravedad difícilmente imaginable. Esto demuestra hasta qué punto somos capaces de ir acostumbrándonos a todo lo que va pasando, cómo acabamos aceptándolo con una mezcla de resignación, de escepticismo y de impotencia ante acontecimientos terribles que nos sobrepasan y con los que tenemos que convivir en un día a día en el que no nos queda más remedio que hacer frente a los problemas cotidianos, mientras en nuestro propio continente, a unos cuantos miles de kilómetros, se sigue librando diariamente y con toda su violencia, un guerra cruel y sangrienta que, entre muchas otras cosas, pone en grave peligro la seguridad de una gigantesca central nuclear que, en definitiva, es otra víctima más de esta guerra que no cesa.

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