​Estos días ha sido noticia la campaña electoral que está teniendo lugar estas semanas de cara a los comicios del domingo 28 de mayo que, pese a ser unas elecciones municipales y autonómicas, sin embargo, en buena medida se plantean como un plebiscito sobre el gobierno de Sánchez, dado el protagonismo que este está teniendo durante la campaña, y por el hecho de ser la antesala de las próximas elecciones generales que se celebrarán a finales de año.

​Los candidatos presentan sus programas, sus propuestas, sus iniciativas para cada Ayuntamiento y para cada Comunidad Autónoma, pero todos son conscientes de que, además de ponderarse el elemento local y regional, en esta ocasión, gravita sobre la campaña, como un factor omnipresente, el juicio sobre el sanchismo, que es la consecuencia inevitable del caudillismo con el que se ha desarrollado la labor de este gobierno durante toda la legislatura. Y es que hemos asistido a un proceso de ideologización de la vida política, impulsado desde la Moncloa, como no se había visto nunca desde la transición, hasta el punto de que la gestión realizada, que era el principal elemento a tener en cuenta en anteriores convocatorias electorales, en esta ocasión pasa a un segundo plano, pues cada vez tienen más peso las cuestiones de naturaleza política, en parte como consecuencia de la polarización de la vida pública a la que se está arrastrado a la sociedad durante estos últimos años. Pese a tratarse de elecciones autonómicas y locales están muy presentes cuestiones como las relativas a las acciones y decisiones de los socios preferentes del gobierno, que seguirán siéndolo, con más peso aún, si cabe, si no hay un cambio tras las elecciones generales.

Y es que ya nadie duda del papel protagonista que juegan, y podrían llegar a jugar en el futuro en la gobernabilidad de España, los filoetarras de Bildu, que ya no se esconden y presentan a terroristas y asesinos en muchas de sus listas electorales, o los separatistas catalanes, cuya pretensión de independencia se vislumbra como el gran objetivo de la próxima legislatura, allanado ahora por un Tribunal Constitucional en el que una clara mayoría sostiene, en buena medida, los planteamientos y las tesis del actual gobierno. Esta mayoría de izquierdas en la composición del Alto Tribunal permite atisbar escenarios que hasta ahora parecían inimaginables, y que se abren camino a través de una forma de interpretar la Constitución que alguno de los propios magistrados, en un voto particular, consideró como una forma de reescribir nuestra norma suprema.

Por todo ello, cobra fuerza y sentido el hecho de considerar estas elecciones como un plebiscito, y como un adelanto o anticipo de las que serán unas de las elecciones más trascendentales de nuestra reciente historia democrática, puesto que la continuidad del actual gobierno podría suponer un auténtico cambio de modelo, una ruptura con lo que se dio en llamar el régimen del 78, puesto que, incluso sin reformas constitucionales de calado, imposibilitadas por las mayorías reforzadas que exige el propio texto de la Constitución,asistiríamos a una autentica reinterpretación de la misma, que nos conduciría a un nuevo modelo inspirado en regímenes que, pese a su continuo y reiterado fracaso histórico, sin embargo, avanzan, sobre todo en Sudamérica, a pesar de que sistemáticamente destrozan todos los países en los que se implantan. Por eso, en estas semanas, es necesario no perder la perspectiva de lo que significa y supone esta campaña electoral plebiscitaria.