29.04.2024 |
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La política es para los que que seguirán disciplinadamente lo que dicte el aparato del partido

La política es para los que que seguirán disciplinadamente lo que dicte el aparato del partido

Basta ver las listas electorales de todos y cada uno de los partidos para el 23J para descubrir que no se ha buscado a los mejores, a los más expertos, a los que más pueden aportar, sino a los más leales, a los más fieles, a los que seguirán disciplinadamente lo que dicte el aparato del partido y a quienes hay que salvar porque, si los que están en el poder pierden, se quedarán en la calle. Y para los que están en política sin otro oficio o beneficio, sin haber demostrado antes en algún otro lugar, que saben gestionar, dirigir equipos, hacer planes estratégicos, en la calle hace mucho frío, incluso cuando los termómetros se disparan. La lealtad a toda prueba da más réditos en política que el conocimiento y la experiencia. Y no estamos hablando de asuntos menores o de ideología, sino de gestión. Muchos alcaldes o presidentes de comunidades autónomas gestionan miles de millones de euros, miles de funcionarios y convocan concursos y contratos millonarios. Pero para aspirar a esos puestos no se exige ninguna preparación específica. Solo que el partido te ponga en las listas y los ciudadanos te voten.

Así que no es de extrañar que si a algún político se le ocurre llamar a alguien con un currículo profesional intachable en áreas como la cultura, la economía, la investigación o cualquier otra, la respuesta sea no. Y luego algunos denuncian que el vicepresidente de una autonomía sea un torero, cuando hemos tenido un ministro electricista o una ministra cajera en un supermercado. La política está mal pagada --empezando por el presidente del Gobierno-- pero sobre todo exige lealtad absoluta y ausencia de cualquier tipo de crítica, incluso cuando los errores son evidentes. Y así es muy difícil que alguien ajeno a los aparatos de los partidos se embarque en el servicio al Estado.

Así nos va. Los que mandan exigen disciplina absoluta, no toleran la crítica y buscan perfiles fieles, a veces perrunos --dicho sea con todo respeto para los perros-- para ocupar ministerios, concejalías, consejerías o presidencia de altos organismos institucionales. Y regalan la dirección de empresas públicas o participadas a amigos, independientemente de que sepan de eso o no. Basta con que hagan lo que les mandan. Algunos, incluso, deforman la realidad o corren como pollos sin cabeza para complacer al líder y garantizarse el futuro. Así descubrimos a un responsable del CIS, militante del partido que le nombró, que no da una, a un delegado del Gobierno que exalta el papel "democrático y civilizador" de Bildu o a un embajador de España en la ONU, ahora número 2 de la lista de Sumar, que compara a Biden con Putin y que firma con seudónimo ataques a los aliados de España.

Se ha abierto un abismo importante entre la política y la ciudadanía, entre la política y la cultura, entre la política y la empresa. Alberto Núñez Feijóo ha dicho que, además de derogar lo que el sanchismo ha hecho mal, es urgente "reconstruir económica, social e institucionalmente España". Eso pasa por buscar a los mejores, no a los más fieles, para los cargos públicos, por acabar con las puertas giratorias y por introducir ética en la vida política. Alguien tiene que despertar una nueva forma de hacer política donde la ética, el conocimiento, la experiencia y la capacidad de gestionar los recursos públicos no estén en manos de quienes no saben o no pueden. "El momento no es bueno./ Ya se sabe/ que los vientos tampoco", decía el poeta Ángel González, pero alguien tiene que devolver la esperanza los ciudadanos para que retorne la confianza en los políticos y en la política.

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