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El Diario de Cantabria

Tenemos una deuda de escucha

La ministra portavoz Rodríguez, la vicepresidenta Calviño y la ministra Montero.E. P.
La ministra portavoz Rodríguez, la vicepresidenta Calviño y la ministra Montero.E. P.
Tenemos una deuda de escucha

Tenemos un problema. Nadie escucha a nadie. Tenemos una enorme deuda de escucha. No nos escuchamos. El Gobierno no escucha a la oposición, a pesar de que sus números crecen semana a semana, a veces tampoco a sus barones o a sus socios de Gobierno o de investidura y tampoco a lo que nos dice Europa. De lo que se trata aquí es de demonizar al contrario, de rebatir sus argumentos en lugar de sentarse para ver si es posible el acuerdo en temas fundamentales. Es más fácil decir que el PSOE es "el partido de los ciudadanos", a los que tampoco escucha, y que el PP es "el partido de los ricos, de los bancos y de las eléctricas" que dialogar escuchando lo que unos y otros pueden aportar en beneficio de todos. Las medidas sociales son más una batalla contra el contrario y para ganar votos o para paliar fugas de votos, que una verdadera apuesta por los más débiles. La oposición a algunas medidas del Gobierno son más un empeño en acorralar al contrario que una defensa real de toda la sociedad. En Cataluña, cinco años después del intento de golpe de estado, los políticos siguen peleándose entre sí y sin escuchar a los ciudadanos. También se ha demostrado en La Palma. Mientras los políticos dicen que se han volcado con los damnificados, éstos, que saben de lo que hablan, dicen que siguen sin casa, sin ayudas, sin futuro. Siempre pierden los mismos.

Pero no es solo en la política. Los hijos no escuchan a los padres y los padres no escuchan a los hijos. Las reformas se hacen sin contar con los que las van a sufrir ni con los que las tienen que aplicar. En la televisión nadie escucha a nadie, todo es una sucesión de monólogos intransigentes y de enfrentamientos sin cordura. Hacemos un periodismo con poca capacidad de escucha. Estoy seguro de que muchos conflictos se solucionarían si fuéramos capaces de escuchar. Nadie nos enseña a escuchar y a dialogar, y esa debería ser la primera asignatura educativa.

En medio de una crisis amenazante hay excepciones. Personas que escuchan de verdad, instituciones que han sido pioneras y lo siguen siendo en la carrera por no dejar a nadie atrás, por escuchar a los que sufren, por atender a los descartados, por acompañar a los más vulnerables, por buscar de verdad su inserción en la sociedad sin preguntar a quién votan, en qué creen, cuál es su origen o su raza. Me refiero a Caritas que, hace poco, ha cerrado la celebración de su 75 aniversario. La plataforma social de la Iglesia es un ejemplo de austeridad, transparencia y eficiencia. Solo gasta el 6,2 por ciento de su presupuesto en administración y todo lo demás va a quien lo necesita. Sus 73.600 voluntarios y sus 5.400 trabajadores hacen posible ese milagro diario de escucha y atención a 1,6 millones de personas. Por cada persona contratada hay casi catorce voluntarios y cada trabajador acompaña, solo en España, a más de 300 personas. En lugar de hablar, hacen. En lugar de criticar, escuchan.Sería bueno que todos copiáramos el ejemplo de Cáritas. Aunque tenga riesgo. Decía Oscar Wilde que "es peligroso escuchar. Se corre el riesgo de que te convenzan; y un hombre que permite que le convenzan con una razón, es un ser absolutamente irracional".

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