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El Diario de Cantabria

Un derbi desde la mirilla

A pesar de ser un partido a puerta cerrada, un buen número de aficionados encontraron la manera de hacerse muy presentes | Finalmente, hubo un intenso ambiente de fútbol

Matic, rodeado de jugadores del Laredo. / Hardy
Matic, rodeado de jugadores del Laredo. / Hardy
Un derbi desde la mirilla

Cuando acabó el partido, los jugadores del Laredo, que se daban por satisfechos con la gran imagen mostrada y con el empate cosechado contra el ‘gallo’ del grupo, se situaron en el centro del campo para aplaudir, algo que se suele hacer cuando hay aficionados en la grada para agradecer el apoyo del respetable, pero ayer no había respetable. Al menos, en teoría. Es más, en un momento dado, se trasladaron hacia uno de los fondos para repetir el aplauso, esta vez centrado hacia la zona de la grada donde están los seguidores más animosos, los ‘ultras’, que llaman en algún sitio. ¿A qué venía eso? ¿A quiénes estaban aplaudiendo si el partido había sido a puerta cerrada? Había truco, algo que se le escapaba a quien no había estado de cuerpo presente en San Lorenzo. El candado estaba echado, pero lo que pasaba es que el muro tenía grietas. Se coló el agua, creció la vegetación entre ellas porque la naturaleza siempre se termina adueñando de lo que siempre fue suyo. Y el fútbol es de los aficionados.

Una puerta pierde valor si los muros son muy bajos. Es lo que sucede con San Lorenzo. Las autoridades prohibieron que al derbi pudieran acudir los aficionados porque entendían que era peligroso para la salud pública y podía haber peligro de contagios. Por eso hubo quien prefirió ir al cine, a donde sí dejaban ir. Otros se quedaron en casa para verlo por la pequeña pantalla y luego los hubo que no se dieron por vencidos y decidieron tirar de imaginación o de iniciativa propia para ver el duelo cántabro en vivo y en directo. No como si estuvieran en la grada, pero casi.

El acta oficial dirá que no hubo público en San Lorenzo, pero sí que lo hubo. Hubo un intenso ambiente de fútbol, más metido incluso de lo habitual en el juego, menos festivo y más futbolístico. Se estuvo encima de los jugadores y del árbitro, se pidieron faltas y tarjetas y se protestaron manos. Se gritó cuando el Charles cabalgaba, se oyeron ‘huis’ y se apretó cuando el Racing parecía resucitar en el segundo tiempo. Obviamente, no fue como si el encuentro se hubiera podido disputar con normalidad. Normalidad de la vieja, de la buena, de la que ayer desde primera hora habría generado un ambiente futbolístico para el recuerdo por las calles de Laredo. La resistencia la formaron todos esos que pasearon la bufanda del Charles desde la mañana y por la tarde encontraron la manera de arengar a los suyos. Desde cerca, pero desde detrás del muro. O sobre él.

Cuando a uno le cierran la puerta, ha de echar mano de la imaginación. A los del balcón ya les conocen en Laredo. Manu Calleja incluso les había agradecido públicamente su apoyo tras el sufrido partido contra el Real Unión. Se trata de una serie de seguidores con una vivienda o con acceso a una de las viviendas colindantes a San Lorenzo. Es como ver el encuentro en uno de esos viejos gallineros situados en el anfiteatro, en donde se colocaban los pobres en los antiguos teatros. En este caso, no se trata de una cuestión económica o de pertenecer a una clase social, sino de pura picaresca. Quien hace la ley, hace la trampa.

Hubo varios balcones con aficionados que se hicieron muy presentes incluso durante el calentamiento. A ellos no les importó dar la nota antes de tiempo porque nadie iba a ir a echarles de sus casas. Hubo otros que esperaron agazapados a que toda la atención se la llevara el encuentro. Sólo enseñaron la cabeza cuando el árbitro decretó el inicio del encuentro. Lo hicieron poco a poco, sin hacer ruido, como si estuviera oteando el horizonte desde una trinchera con miedo a que les pegaran un tiro. Sólo se les veía del cuello para arriba. Formaban una fila tras el muro que había detrás de los banquillos como si fueran parte de una barraca de feria y hubiera que lanzarles calcetines enrollados para ver si derribaban alguna cabeza y llevarse así un gorila gigante de peluche.

Cerca de ellos, en el fondo de la portería que comenzó defendiendo el Laredo, bajo los balcones, la estampa era otra. Allí se formó otra fila de aficionados que habían llegado a la cima del muro y se habían sentado todos a horcajadas y mirando a la misma dirección. En esta ocasión, la atracción de feria era la del caballo loco, la de esa barra acolchada sobre la que cabalgan unos intrépidos con ganas de risas y situados uno detrás de otro mientras que quien maneja la barraca intenta derribarlos desde su puesto de control. Nadie les tiraba de ahí, cada vez se sentían más a gusto y, de hecho, se fueron creciendo y colocándose de manera cada vez más cómoda. Tanto es así, que ya no terminaron el partido a horcajadas, con una pierna dentro y otra fuera, sino con las dos ya dentro de la grada. La confianza da asco.

San Lorenzo se convirtió en una feria porque había derbi y donde hay derbi hay fiesta. Y había más atracciones. Alguna incluso más divertida y más apasionante porque frente al polideportivo Emilio Amavisca, junto a la puerta por donde los jugadores entraban a vestuarios, alguien colocó una grúa que se elevó un buen número de metros para seguir el encuentro desde un lugar privilegiado. Primero fueron sólo dos pero terminarían siendo tres. Una vez que se decretó el descanso, encontró la manera de ir centrando la posición para acercarse más hacia donde atacaba su equipo. Y era una buena elección porque lo cierto es que se jugó mucho más en campo racinguista que en el pejino. Y querían estar cerca si los suyos marcaban un gol. Con el segundo tiempo, incluso encontraron competencia porque también se acercó un tractor que acogió también a media docena de seguidores. Hay quien no se conforma con la televisión, quien no sólo quiere ver el partido, sino empujar a los suyos. Y lo lograron. No fueron pocas veces las que se oyeron unos continuos ‘Laredo, Laredo’.

Nadie quería perderse el encuentro. Sanidad había prohibido abrir las puertas de San Lorenzo al público pero nada se decía de lo que se pudiera hacer detrás de ellas. De hecho, ningún agente policial se acercó a retirar a todos esos seguidores que, como bien pudieron, hicieron acto de presencia en el encuentro para no perderse un partido que debería haber sido un partido para el recuerdo. Tuvieron tacto y, además, vieron que había mascarillas y distancia. Lo bueno fue que entre todos esos que fueron capaces de mirar por la mirilla y quienes estaban dentro del campo, que tampoco eran pocos entre una cosa y otra, se terminó formando un ambiente de fútbol en el que se oía todo pero desde el que también se consiguió transmitir e impulsar la intensidad que ha de tener siempre un duelo vecinal.

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