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El Diario de Cantabria

Dormir en un convento para no exponer a los que más se quiere

Los empleados de Cadmasa, en Las Caldas del Besaya, han optado por no ir a casa y dormir en un convento
Dormir en un convento para no exponer a los que más se quiere

El Covid-19 ha cambiado la forma de vivir de todos, más si cabe la de quienes lidian con el virus en primera línea, como los empleados de la residencia cántabra Cadmasa, en Las Caldas del Besaya, que para no exponer al contagio a sus familias han optado por no ir a casa y dormir en un convento. Tras cuatro años, la caldera del colegio de la Congregación de la Divina Pastora, situado en San Felices de Buelna, ha vuelto a ponerse en funcionamiento para calentar, no a las monjas que solía albergar, sino, debido al coronavirus, a los profesionales de la residencia Cadmasa, como cuenta a Efe su gerente, Rubén Otero.

Los turnos de diez, doce e incluso catorce horas no son excusa para descansar en casa para una veintena de empleados de esta residencia que, con el fin de evitar el contagio entre sus seres más queridos, duermen en este convento. Si bien es un sacrifico el hecho de no poder dormir en casa, puesto que allí como en ningún sitio, Otero resalta que el convento, que tiene seis habitaciones individuales y una gran sala con unas cuarenta camas, es un lugar acogedor en el que están «dignamente».

unas doscientas personas. Con capacidad para unas 200 personas, también disponen de zonas comunes y cocina, en la que se preparan alimentos que traen de la propia residencia y algunos que les ceden empresas, a las que el gerente de Cadmasa agradece su ayuda. Pero además, la plantilla de esta residencia tienen «una segunda residencia». Los que están con uno o dos días libres puedan tomarse un merecido descanso en el camping El Molino, de Cabuérniga, que les ha facilitado el alojamiento con gastos pagados. Hasta van a contar con una psicóloga que se ha ofrecido a vivir en el convento con ellos y hablar de forma individualizada para gestionar el estrés que están viviendo. «De momento estamos contentos, no es nuestra casa ni un hotel, pero es digno. Ya veremos cuando pase el tiempo a ver cómo van los ánimos, la convivencia siempre es difícil y más ahora», afirman. El principal objetivo de Rubén Otero al buscar esta residencia fue encontrar un sitio para que sus empleados pudieran descansar y, al día siguiente, regresar al trabajo con la conciencia tranquila de no haber contagiado el virus a ningún familiar. «Somos conscientes que la mayoría de los trabajadores somos positivos, pero no nos vamos a hacer el test porque si nos lo hacen nos mandan para casa y, si eso ocurre, quién va a atender a estas personas», se pregunta.

Y eso porque, según Otero, no les hicieron caso, cuando saltaron las alarmas ante el Covid-19, al pedir que se aislara a trabajadores y residentes. «Nosotros no teníamos el virus, lo han traído de fuera, bien familiares de visita o bien empleados», explica. Otero sólo tiene palabras de agradecimiento para los que aguantan a pesar del coronavirus. «Hay muchísimo miedo, pero los que se han quedado están luchando con uñas y dientes por esto», enfatiza. 

La decisión de que sus trabajadores tengan un lugar en el que dormir lejos de sus familias para evitar el contagio ya la están tomando otras residencias, porque ven que es la única manera de expandir lo mínimo posible el virus, apunta Rubén Otero. Y agradece el apoyo tanto de empresas privadas como de la Consejería de Servicios Sociales y de sus inspectores, que, lejos de haber puesto problemas a su labor, según Otero, les han trasladado su apoyo a pesar de que el presidente regional, Miguel Ángel Revilla, anunciara que se intensificarían los controles.

«No nos sentimos abandonados nunca, nos sentimos decepcionados», reconoce el gerente de Cadmasa, quien invita a Revilla a que acuda a visitar cualquiera de sus residencias para comprobar cómo trabajan. A su juicio, el jefe del Ejecutivo autonómico «tendría que estar orgulloso y salir con el pecho al descubierto como a él le gusta defendiendo a los trabajadores que tiene en la residencias de Cantabria, que son todos para quitarse el sombrero». Otero destaca las cualidades de sus trabajadores, al tiempo que reconoce que, aunque haya muchos voluntarios, en esta situación hay «que venir aprendido».

Así, explica que se tarda cerca de un año en abrir un centro cuando está construido por la dificultad de contratar trabajadores, no porque no haya residentes. «No se viene por un sueldo, hay que venir por vocación. No vale gritar, dar voces, sino conocer a la gente y tratarles con cariño», apostilla.

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