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El Diario de Cantabria

MINERÍA

Desaparecen los últimos vestigios de la explotación minera de la sal

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Desaparecen los últimos vestigios de la explotación minera de la sal

Lamentablemente Cabezón de la Sal está perdiendo una parte de su más importante historia, al ir desapareciendo los últimos vestigios de las explotaciones mineras. Solamente quedan tapados por la vegetación el derruido castillete que daba acceso a la boca del pozo de la mina del barrio de Tresano y el barracón caído. Son el mudo testigo de las salinas que funcionaron durante siglos en la villa.

Aunque en algunas ocasiones, los políticos locales dejaron oír intenciones de construir en la villa un museo de la minería, lo cierto es que los años han ido pasando y los pocos restos que quedan de las instalaciones desparecen ante la indiferencia del Ayuntamiento.

Las explotaciones salineras de Cabezón fueron «una industria tradicional secular, una fuente de riqueza e intercambios comerciales, y la que, sin duda, ha sido durante muchos siglos el referente y la señal de identidad más característica de la villa», señala el investigador José López Carrasco, licenciado en Geografía e Historia, que ha investigado, hace unos años, la historias salinera de la villa, merced a una beca cofinanciada por la Universidad de Cantabria y el Ayuntamiento cabezonense.

En nuestra última visita a la zona, comprobamos que ya ni se puede acceder al lugar que acogió el Pozo de la Sal, -que es como conocieron el lugar los vecinos- dado que los matorrales abrazan los escasos restos.

«Los primeros documentos que citan un pozo salino en Cabezón de la Sal corresponden a la Baja Edad Media, pero, las características del yacimiento y la perentoria necesidad que de la sal ha tenido siempre el ser humano, nos permiten pensar en una explotación varias veces milenaria, avalada por indicios documentales», asegura José López Carrasco.

Aunque, en su momento, el Ayuntamiento anunció su deseo de publicar un libro sobre este trabajo de investigación, al final, la publicación no ha visto la luz. Y, hoy por hoy, el Consistorio ni se plantea tal posibilidad. Y mucho menos, el rehabilitar el lugar de Tresano con fines culturales y turísticos. Una iniciativa que, desde luego, debería contar con la colaboración del Gobierno de Cantabria, pero que no figura en los proyectos municipales.

Historia. Explotadas desde época inmemorial, las salineas de Cabezón de la Sal han sido, hasta hace cuatro décadas, el elemento más relevante, singular y característico de la historia y economía de la villa. Su explotación fue una actividad decisiva para que la villa se convirtiera en cabeza de su jurisdicción, sede de órganos de administración y el asentamiento principal de la comarca.

Hasta bien avanzado el siglo XVI la Corona se hizo cargo de su propiedad y control, cuyo monopolio se extendió durante más de 300 años. La poderosa Casa de la Vega ostentó la propiedad de los pozos desde 1341 hasta 1564, gracias a una concesión Real, para agradecer los servicios prestados en el campo de batalla.

Según el estudio realizado por José López, la explotación directa del yacimiento siguió a cargo bien de arrendatarios o de los propios vecinos, que cocían la salmuera a cambio de una parte de la sal fabricada.

Cuando en 1564, Felipe II instauró el régimen de monopolio de la sal y se apropió de nuevo de las salinas de Cabezón, únicamente cambió el hecho de que los vecinos dejaron de percibir su parte en especie para ser pagados en moneda.

Si bien, durante todos estos siglos solo existió un pozo salino en la zona de Las Tueras, en el cruce de las carreteras de Cabuérniga y Oviedo, cuya extracción de salmuera se hacía con un rudimentario torno, para posteriormente hervirla en calderas, José López explica que en aquella explotación de Las Tueras, cuyo nombre conserva el lugar, «la sal se conseguía mediante un antiquísimo sistema de extracción, caracterizado por un torno y dos odres de cuero, desde donde se vertía el agua salada a una tubería de madera que conducía a unas tueras o calderas de hierro, donde se fabricaba la sal a fuego, quemando bajo ellas leña de roble o tojo».

En 1871 las salinas pasan a manos privadas, al liberalizar el estado la explotación de la sal. Surgen así hasta seis nuevos pozos y una «explosión de actividad minera», distribuyéndose el producto no solamente por el territorio nacional, sino que la sal llegaba a América y África, por medio de media docena de sociedades mercantiles. La sal se extraía entonces en piedra, con pozos de más de 100 metros de profundidad. El primitivo de Las Tueras apenas tenía 20 metros.

Fue en la década de los años veinte, cuando por diversos motivos, se deja de trabajar en los pozos, quedando solamente el de Tresano, que con un complejo sistema de traslado de la salmuera en tuberías llegaba hasta la fábrica situada en la zona de La Estación. Definitivamente, en 1979, cesó la actividad, por diversos motivos de rentabilidad económica y protestas vecinales ante los hundimientos que se produjeron en ciertos lugares de la villa.

En julio de 1989, se derribó la fábrica situada junto a la estación del ferrocarril, así como los estanques.

Pese a que la sal de Cabezón de la Sal era de muy alta calidad para el consumo humano, no pudo competir con otras. Concretamente, en 1900 se vendía en Santander la sal proveniente de San Fernando a 19 pesetas la tonelada, mientras que la de Cabezón costaba casi el doble.

El costo de la producción inevitablemente caro por el precio del carbón, ponía a la sal en desventaja con la de San Fernando o cualquiera que fuera producida por evaporación natural.

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