REal union 1-2 Racing

Una victoria de entonces

Herper, Satrústegui e Íñigo celebran la victoria. / RRC
El Racing ganó en Irún tras recibir un gol a quince minutos del final y fallar después un penalti l Tras el 1-0, bajo la lluvia y un campo inundado, el equipo dio un paso adelante l Harper consumó la remontada a los 15 segundos de entrar

Fue un partido de otro tiempo. De los buenos tiempos, de cuando éramos los mejores y los bares no se cerraban. Se presentó la lluvia, lo empapó todo y por el Stadium Gal se asomó el Bidasoa. Y aunque no hubo barro (¡qué pena!), sí quedó el césped pesado, encharcado en algunas zonas y sólo apto para especialistas. Se hizo fuerte el músculo pero también crecieron otros valores colectivos y solidarios. Hubo que ser más equipo que nunca porque sólo pudo fiarse uno del compañero. Rara vez del balón, que no respondió ayer como hace habitualmente.

O se quedaba plantado o bien era escupido por esa mezcla de pasto y agua que tan buenos espectáculos ha dado históricamente. Y el Racing salió vencedor. Como tantas veces en contextos semejantes. Quizá los viejos pudieron irse a la cama diciendo aquello de nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos.

Todos los elementos parecían estar en contra, pero lo cierto es que fue un buen partido de fútbol. No se aburrió nadie, hubo alternativas y remontada de última hora. Unos terminaron felices y otros lamentándose por haberlo tenido en la mano y no haberlo agarrado. El Racing volteó el marcador en tres minutos con dos goles que disfrutaron de sendas asistencias de Cedric y que acabaron llevando la firma de Álvaro Bustos, que se quitó un peso de encima al haber fallado poco antes un penalti, y de Jack Harper.

El hispanoescocés pasó en nada de villano a héroe. Cometió el miércoles un penalti ridículo pero se resarció en Irún culminando la remontada cuando sólo llevaba quince segundos en el campo. Fue un partido, por lo tanto, con pequeñas historias en su interior que le dotaron de una mayor riqueza. Fue una victoria de las que valen más de tres puntos por lo que aportan al colectivo y al entorno. Lo perfecto para dejar definitivamente atrás la bochornosa eliminación copera del pasado miércoles. Ésta se hizo más presente que nunca cuando Quique Rivero, inexplicablemente solo en la frontal del área pequeña, cabeceó a gol cuando quedaba un cuarto de hora para el noventa. Sonaron las alarmas y todo se puso de color rojo peligro. Fue entonces cuando el entrenador reaccionó. Su equipo llevaba tiempo demandando cambios pero no los hizo hasta que no se adelantó el Real Unión. Fue entonces cuando se fue decididamente a por el partido.

La pregunta que sale hacerse es por qué no lo hizo antes. Cuando quiso, demostró que podía. La entrada de Sergio Marcos y Pablo Torre ya estaba preparada cuando marcó Quique Rivero pero con el gol sumó la de Marco Camus, un nombre que el partido estaba demandando a gritos. Estaba para él pero entró para ser ya el encargado de la corneta y de tocar a rebato. Con el campo tan pesado y el tremendo desgaste físico que estaba exigiendo el encuentro, el Racing se estaba cayendo mientras el Real Unión, que movió antes el banquillo, crecía, pero quiso apurar el entrenador a dar el paso hacia delante. Y cuando lo hizo, ya tocaba remontar. Los de entonces habrían dicho que el partido de ayer no estaba para jugones, pero Pablo Torre desmintió semejante aforismo cuando se sacó de la manga una jugada con la que dejó a tres atrás. Erik García sólo le pudo parar con un penalti indiscutible y, para aumentar el dramatismo de la tarde, lo falló Álvaro Bustos.

Fue la primera pena máxima que le pitan al Racing, ya fuera a favor en contra, y la erró. Si ya había sido un duro golpe haber recibido un gol cuando ni mucho menos merecía ir perdiendo, esa acción fue toda una invitación a parar, sacar la bandera blanca y lamerse las heridas, pero el conjunto cántabro no quiso ese papel. Se puso el cuchillo entre los dientes y se fue a por todas. Cedric no había tenido la mejor de sus tardes porque intentó dos controles en el interior del área que, de haber acertado, le habrían puesto el gol en bandeja, pero acabó siendo decisivo. Fue en el 82 cuando arrancó desde la zona de tres cuartos.

Le intentaron derribar pero no pudieron con él. Entró al área y dudó un instante entre hacer caso al carácter del goleador y terminar él mismo o asistir a Bustos. Fue generoso. El asturiano tuvo el gol ante sí pero falló a la primera golpeando su remate en el pecho del central Iván Pérez, que esperaba el balón bajo palos. Lo bueno fue que el rechace lo volvió a coger el siete verdiblanco y ahí sí que no perdonó. Un par de minutos después, ya resarcido por el penalti, dejó su sitio a Harper y éste escribiría su propia historia de superación. El partido había sido el perfecto para presumir de motor, de potencia y de caballos en las piernas.

Quizá podría haber disfrutado un tipo como Soko, pero le tocó ver el partido desde la enfermería. Por eso una de las grandes incógnitas con las que se inició la contienda estuvo en conocer quién haría del camerunés.

Y le tocó a un futbolista bien diferente a él, que no tiene ni la mitad de su velocidad pero sí otras virtudes. Fue Manu Justo, el hombre para todo para Fernández Romo, quien arrancó por el extremo derecho. Venía de jugar en las cuatro posiciones de ataque el pasado miércoles y ayer se asentó en un costado diestro donde, sobre todo en el primer tiempo, contó con las incorporaciones de un Mantilla crecido ante las duras condiciones que presentó la contienda. Es de los que les gusta mancharse, de los que a buen seguro añoró el barro. Quien ejerció de Pablo Torre fue Borja Domínguez con la intención de acumular gente por dentro capaz de anular el juego de creación del equipo irundarra, mermado ayer por las condiciones del césped.

El gallego se colocó por delante de Íñigo y de Fausto Tienza, que sí creció ante ese contexto de encuentro. Estaba hecho para él y fue una pieza importante para empujar poco a poco a los suyos hacia arriba y conseguir que, prácticamente, se jugara a partir del primer cuarto de hora en el campo del Real Unión. De hecho, suya fue la mejor ocasión del primer tiempo al golpear con dureza un balón al palo y recoger él mismo el rechace, el cual se fue alto cuando ya lo tenía todo a favor para marcar. Sufrió Borja Domínguez sobre un tapete cada vez más castigado. Era el encargado de enlazar líneas pero se mostró fallón porque el balón no respondía como debía. No estaba el partido para elaborar demasiado ni madurar las jugadas y, sin esa posibilidad, el Real Unión no se encontró a sí mismo. Lo hizo en el inicio de la contienda pero conforme se fue complicando el verde y se hizo imposible enlazar pases y juego, fue el Racing quien creció.

Los diferentes estilos estaban claros y el beneficiado fue quien apuesta por una mayor verticalidad y por llevar la pelota de lado a lado en tres pases mejor que en seis. Con todo, la primera oportunidad para haber roto la igualada inicial fue del Racing. Fue Satrústegui, que completó otro notable partido, quien se incorporó al ataque hasta ponerse a la altura del área. Su centro raso llegó hasta los dominios de Cedric que, de espaldas, vio venir a Álvaro Bustos y le envolvió el balón en papel de regalo. Se lo puso bien pegado al césped y a su pierna buena, La afición verdiblanca se dejó notar en el Stadium Gal. / rrc pero el golpeo del extremo asturiano se fue excesivamente alto.

El conjunto cántabro consiguió que se jugara casi exclusivamente en campo local. Sin grandes alardes pero sí anulando cualquier intento de un Real Unión por ser él mismo, lo visto fue un auténtico sometimiento que, en condiciones normales, debía haber recompensado al conjunto cántabro. Lo único que concedió el equipo verdiblanco fue un remate de Kijera en el primer palo a centro de Capelete que se fue alto. Su equipo necesitaba que este último entrara más en acción pero no lo logró hasta el segundo tiempo. Fue cuando comenzó a penetrar por su banda derecha cuando el equipo irundarra empezó a lanzar señales de humo. Se mascaba el peligro. Al igual que había sucedido con el primer tiempo, el segundo lo comenzó mejor el Real Unión, pero lo único que logró producir fueron dos disparos lejanos a los que respondió bien Parera.

Un paréntesis hay que abrir a una jugada aislada que se dio a los cuatro minutos de la reanudación. Capelete centró por su banda derecha y remató Sergio Llamas completamente solo en el interior del área. Su cabezazo se fue fuera y habría quedado como una anécdota si no llega a ser porque a los 74 minutos se repitió la misma jugada aunque con diferente rematador. Fue Quique Rivero quien de nuevo cabeceó completamente en soledad en la frontal del área pequeña y él, al contrario que su compañero, no perdonó. Ha de subrayar en rojo Fernández Romo esa jugada porque cuando algo se repite de manera tan patente, hay algo que hay que revisar.

Fue tras ese gol del centrocampista de Cabezón de la Sal cuando Fernández Romo cambió a su centro del campo y situó otro cuchillo por banda derecha. Demostró el equipo a partir de ese momento un carácter y una capacidad de reacción de las que permiten confiar en el futuro. Demostraron los jugadores verdiblancos saber levantarse de un golpe que les podría haber hundido en un dilema moral para llevarse el partido y colocarse en lo más alto de la tabla con otros tres equipos con los que está empatado a veinte puntos. La liga promete.