20.04.2024 |
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RACING DE SANTANDER

Mboula, de náufrago a renacido

Mboula estuvo desaparecido en la primera vuelta pero en el Racing siempre le esperaron | Con Romo fue titular pero ha aparecido su mejor versión con José Alberto, que le da mayores apoyos

Mboula celebra su gran gol del pasado sábado perseguido por Matheus y Pombo. / RRC
Mboula celebra su gran gol del pasado sábado perseguido por Matheus y Pombo. / RRC
Mboula, de náufrago a renacido

Mboula llegó al Racing, como él mismo aseguró en su presentación oficial, en un estado de forma «bestial», pero en seguida desapareció. Nunca se apreció esa bestialidad. Su nombre estaba en las alineaciones pero costaba verle en el campo. Se perdió, quedó desorientado en alguna parte, quizá en alguna isla perdida en medio del océano buscando la manera de sobrevivir y escapar de allí para volver al escenario con mejor pinta. Es lo que, aunque en otro contexto, le sucede a Leonardo DiCaprio en ‘El Renacido’, la película de González Iñárritu. Lo lógico, como pensó todo el mundo después de salir mal parado de una feroz batalla contra un oso y de quedar abandonado a su suerte en montañas lejanas, fue darle por muerto, pero en las últimas semanas, el extremo catalán ha confirmado estar vivo. Ha vuelto como volvió el personaje de DiCaprio. Lo bueno es que todavía le estaban esperando, que el cuerpo técnico, tanto el anterior como el actual, aún confiaban en que volvería. Y lo ha hecho. Ahora parece un jugador imparable, una bestia, un tipo capaz de arrancar y, como el pasado sábado, dejar a cinco rivales tirados en la cuneta antes de marcar un gol.

A quien no esperaron nunca fue a Chuck Noland, el personaje al que dio vida Tom Hanks en ‘Náufrago’, la película de Robert Zemeckis. Tras el accidente que sufre el avión de la empresa de mensajería para la que trabaja, termina abandonado a su suerte en una isla remota y perdida, donde no hay nadie y que es posible que nunca haya pisado nadie. Está muy lejos de la civilización, de donde se supone que tenía que estar, pero para, precisamente, no volverse un salvaje, se aferra a dos elementos que para él son una forma de mantenerse en contacto con el mundo que dejó atrás: un balón de voleibol y un paquete cerrado. Como ese hombre obligado a vivir en soledad, Mboula también ha necesitado algo a lo que aferrarse durante todo este tiempo en el que se ha mantenido ausente, provocando que el aficionado se preguntara qué veía Fernández Romo en él para ponerle siempre como titular. El objetivo fue siempre que mantuviera un punto de contacto, que no se desenganchara o que, en definitiva, no se embruteciera.

En la vida de Noland aparece Wilson, un balón que obtiene un rostro gracias a la sangre que ha salido de las manos del náufrago tras intentar hacer fuego. Gracias a él, sacia la necesidad humana de comunicarse, de compartir sus miedos, sus esperanzas o sus necesidades y, a la vez, huye de la sensación de parecer que está hablando solo, lo que tradicionalmente se ha asociado con la locura. Su relación con él le permite seguir siendo humano mientras que uno de los paquetes que cayeron con él del avión accidentado y que decide mantener cerrado a la espera de poder entregárselo a su destinatario le mantiene unido a la civilización. Considera que hay un trabajo a medio hacer que aún ha de completar y, a pesar de sus necesidades y del paso de los años, nunca cae en la tentación de abrirlo. Eso sería poco ético y hay que mantener una ética para no abandonarse. Tanto el balón como ese paquete le mantienen conectado con el mundo que hay más allá del océano que le rodea, con el mundo que siempre fue el suyo.

Mboula ha seguido entrenando y jugando sin desesperarse por no estar rindiendo a un buen nivel. Quizá porque, al contrario que el náufrago de la película de Zemeckis, él tenía la certeza de que le estaban esperando. Porque cuando finalmente Chuck Noland vuelve a casa, su mujer se ha casado y ambos entienden que retomar su relación ya es imposible. «Hasta te hicimos un entierro», le asegura ella, la misma que estaba totalmente enamorada de él antes de aquel viaje fatal. De pronto, el protagonista se encuentra perdido en su propio mundo, más incluso de lo que lo llegó a estar en la isla.

Al extremo derecho del Racing, en cambio, sí le han esperado. Los que le rodean siempre han confiado en su retorno y eso le ha mantenido unido a su profesión, a la vida de jugador desequilibrante que había sido antes de llegar al Racing. La fe que tuvo Fernández Romo en él fue su Wilson, la que le mantuvo enganchado. A la vez, también fue la barrera que le impidió retornar del todo. No le dejaba ir pero tampoco le ayudaba a volver.

Hay muchas ficciones que cuentan la historia de mujeres que se quedan en su casa esperando a que sus maridos vuelvan de la guerra. Mathilde, la protagonista de ‘Largo domingo de noviazgo’, la película de Jean - Pierre Jeunet, el director de ‘Amelie’, no acepta ese destino, sino que se va en busca de su hombre, de quien intuye que probablemente esté muerto. Da igual. Emprende una búsqueda en la que descubre la corrupción de los altos mandos y el absurdo de la guerra. Cuando parecía que sólo iba a encontrar una lápida o una colección de huesos en alguna cuneta, encuentra a su amado. Éste sufre amnesia, pero ya le tiene a su lado. Encontró lo que había salido a buscar.

Fernández Romo esperó a Mboula como esas novias que se quedaban en su casa, en su pueblo, esperando a que su amado volviera. Le ponía cada domingo en el terreno de juego pero, como le gustaba decir a él, no se mostraba proactivo, no le ayudaba a volver. José Alberto, en cambio, se ha comportado más como Mathilde, dándole puntos de apoyo para ayudar a recuperar la mejor versión del extremo catalán. Ha ido a buscarle. Desde su llegada, el lateral que hay detrás le ayuda en ataque obligando a los rivales a manejarse con más ojos, juega más adelantado, cuando encara tiene más alternativas porque hay más compañeros en las inmediaciones del área rival y, habitualmente, también está más fresco. Y poco a poco ha aparecido la mejor versión del jugador a quien se creyó perdido, la que todo el mundo estaba esperando. Ha vuelto de la isla desierta en la que se pasó la primera vuelta y ahora se muestra desequilibrante y en ocasiones hasta imparable.

El gol que anotó ante el Sporting corrobora el retorno de Mboula. Es el segundo que ha marcado en tres partidos ligueros a las órdenes del nuevo entrenador, que ha conseguido que un equipo que promediaba un gol cada dos partidos promedie ahora dos goles por partido. La reacción es un hecho porque el Racing ha pasado de encadenar cinco derrotas consecutivas a sumar siete puntos de nueve posibles ante tres rivales de altura. Aún así, no le sobra nada y se mantiene empatado con el equipo que marca el descenso. Y es que, el mismo José Alberto ya se encarga de recordar cada vez que toma la palabra de que hay que estar preparados para sufrir hasta el final, por lo que no hay tiempo que perder. Cada partido cuenta, cada gol cuenta y, por supuesto, cada retorno de todo buen jugador también. Como solía decir Chuck Noland: «No nos podemos permitir perder la noción del tiempo».

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