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El Diario de Cantabria

GUERRA CONTRA UCRANIA

Éxodo. Crisis humanitaria en Europa

En el tren nocturno procedente del este de Ucrania, del Donbás, viajan mujeres con hijos que temen por sus vidas

personas esperan en fila al llegar a la frontera entre Ucrania y Eslovaquia, en el paso fronterizo de Vysne Nemecke, Eslovaquia, el 25 de febrero de 2022. Eslovaquia dijo que dejará entrar en el país a los ucranianos que huyan tras la operación militar de Rusia en Ucrania. La policía eslovaca anunció en las redes sociales que las personas que no tengan un documento de viaje válido también podrán entrar de forma individual. (Rusia, Eslovaquia, Ucrania) EFE/EPA/MARTIN DIVISEK
Personas esperan en fila al llegar a la frontera entre Ucrania y Eslovaquia, en el paso fronterizo de Vysne Nemecke, Eslovaquia, el 25 de febrero de 2022. EFE/EPA/MARTIN DIVISEK
Éxodo. Crisis humanitaria en Europa

Decenas de miles de ucranianos huyen del avance de la máquina de guerra rusa. Familias enteras, personas mayores y estudiantes extranjeros, entre ellos latinoamericanos, se arremolinan ante las taquillas de las estaciones de tren para abandonar el país.

«No sabemos qué hacer. Billetes de tren no hay y tampoco encontramos coches, camionetas o taxis. Y las bombas se escuchan muy cerquita», comentó a Efe el panameño Garik, que trabaja en Kiev como profesor de inglés.

La estación central de Kiev era hoy un hormiguero. Los pasajeros miraban desesperados al tablón electrónico, ya que los tanques rusos avanzan sin remisión hasta la capital. Todos temen la repentina cancelación de su viaje en tren.

ÉXODO LATINOAMERICANO. Grupos de estudiantes latinoamericanos esperaban inquietos en el andén la llegada del tren con destino a Lviv, la ciudad más importante del oeste ucraniano, situada a más de 500 kilómetros de la capital. De ahí a la frontera polaca, un paso. «La situación está muy tensa. No he vivido nada peligroso, pero se ve que la situación está complicada», comentó Andrés, un colombiano con unos meses en Ucrania que estudia para piloto de aviación civil. También es el caso de Gabriel, un ecuatoriano que estaba estudiando ucraniano y que quiere especializarse en producción de vídeo y dirección de series de televisión.

«Lviv es más seguro que la capital. Aquí las alarmas suenan todo el rato», señala. Las autoridades colombianas y ecuatorianas les han recomendado que se alejen «lo más posible» de la capital.

«¡Váyanse de ahí!», les han dicho también sus familias, que sonaban muy preocupadas al otro lado del teléfono.

UN VIAJE A NINGUNA PARTE. La invasión rusa también cogió desprevenidos a profesores de idiomas y viajeros errantes. Es el caso de Garik, cuya madre, «pobrecita, casi se muere del dolor».

Le acompaña Lucas, un argentino que viajaba con sus bártulos por Europa. «Estoy muy sorprendido. Pensé que esto era sólo algo político y que iba a morir ahí, pero siguió. Y ahora está empezando todo», comentó. Ahora, el objetivo es salir del país: «Cualquier país, Polonia o Hungría. El que esté más cerca». Les acompañan otros dos profesores de inglés de Inglaterra y Sudáfrica, también decididos a dejar Ucrania antes de la llegada del invasor. «Estoy asustado. Tengo que llegar como sea a la frontera polaca. Mi familia está muy preocupada. Tengo que tranquilizarlos de alguna forma», señaló el sudafricano Johan. Un inglés, estudiante de medicina en Kiev desde hace cuatro años, intenta racionalizar la situación. «Como extranjero, estoy consumiendo recursos vitales para la defensa del país. Estoy tranquilo, pero debo irme», señaló Mortazar. También hay muchos estudiantes africanos, algunos con niños pequeños, desde libios a nigerianos, congoleños, cameruneses, además de pakistaníes. «¿Has oído? Otro bombazo. Hay que marcharse aquí pero ya», interrumpe Garik.

DEL DONBÁS A POLONIA. En el tren nocturno procedente del este de Ucrania, del Donbás, viajan varias mujeres con hijos que temen por sus vidas. Sus maridos se han quedado atrás. «Me tuve que ir en tren, ya que en coche era imposible. Las carreteras estaban colapsadas. Quiero irme a Polonia. Tengo que pensar en mi hija. Tengo familia en el norte de Rusia, pero no piensa irme allí», comentó Zhenia. Asegura que en el este prorruso mucha gente está cansada del presidente ruso, Vladímir Putin.

«En el Donbás también hay muchos que no lo queremos. Rusia es una dictadura. Sólo hay que mirar a los ministros y asesores de Putin. Están todos amedrentados. ¿Y la propaganda? Dice que los rusos han venido a eliminar a los neonazis ucranianos ¡Increíble!», insiste.

No todos se van. Algunos deciden embarcarse como voluntarios para derrotar al enemigo ruso.

«Soy médico. Viajo de regreso a Odesa (mar Negro), donde está mi casa, mi familia y mis seres queridos. Quiero ayudar. Putin ha perdido completamente la cabeza», señaló Serguéi. Su compañero, Vlad, un kievita, se dispone a combatir contra las tropas rusas «si es necesario». Antes de despedirse, comparten embutido, bollos, fruta y dulces sobre un pañuelo en el frío suelo de la estación, donde cada pasajero espera estar muy pronto lejos de Kiev, el preciado objetivo de la ofensiva del Kremlin.

Ultima parada, la paz: miles de ucranianos llegan a Hungría. Siete kilómetros y una parada de tren es el último tramo de un viaje que lleva de un país en guerra, Ucrania, a la seguridad de Hungría, dentro de la Unión Europea (UE).

Zahony es la última localidad húngara antes de la frontera, al otro lado se encuentra Chop, un pequeño pueblo de Ucrania, un país en guerra desde que Rusia lanzara en la madrugada del jueves una oleada de ataques. Ambas localidades están conectadas por un cercanías.

Pese a la escasa distancia, el tren de las 15.30 llega con 80 minutos de retraso. Mujeres y niños son la inmensa mayoría en el convoy. Atrás dejaban a maridos, hijos y familiares debido a la movilización militar de todos los hombres de edad adulta.

Una de las que acaba de llegar es Krisztina, una chica de 25 años con cara de cansancio que sostiene en brazos a un pequeño perro que tirita y al que trata de tranquilizar y dar calor.

«He llegado de Kiev esta madrugada con mi familia», cuenta. A su lado se encuentran sus dos hermanas y su madre. Su plan es permanecer cerca de la frontera y volver a Kiev lo más pronto que puedan. «No pensamos quedarnos mucho tiempo. Esperamos que en uno o dos días la situación se tranquilice», dice de manera optimista. «En Kiev -a más de 800 kilómetros- la situación es muy mala, muchos se fueron de la ciudad a las zonas occidentales del país, donde han vaciado los albergues estudiantiles para hacer sitio a los refugiados», explica. Muchos de los que se han quedado en la ciudad buscan refugio en el metro «hasta que pase lo peor» de los bombardeos.

Krisztina es una de las 150.000 personas que forman la minoría magiar en Ucrania y muchas de ellas tienen familiares en Hungría donde se pueden alojar.

ASILO TEMPORAL. En la estación de tren voluntarios de la Iglesia Reformada de Hungría reparten agua, algo de comida y productos básicos de higiene a los recién llegados.

Según Márton Juhász, que supervisa la entrega de ayudas allí, miles de ucranianos han llegado en las últimas 24 a Hungría aunque su número es muy difícil de concretar ya que la mayoría se aloja en casa de familiares y muy pocos llegan a los centros habilitados. «No sabemos exactamente cuánta gente llegó por este cruce, pero según informaciones de mis colegas seguramente son varios miles los que han llegado al país en tren o en coche desde anoche», explica.

Según Juhász, muchos hombres ucranianos abandonaron sus hogares anoche, antes de que se prohibiera la salida del país a los varones de entre 18 y 60 años.

«Hoy ya llegan principalmente mujeres con sus hijos», la mayoría en tren, pero también hay familias que cruzan la frontera a pie.

El Gobierno húngaro -conocido por su rechazo a los inmigrantes- anunció que todos los que llegasen desde Ucrania recibirían asilo de forma temporal. La guerra en la vecina Ucrania ha despertado en Hungría solidaridad y recuerdos del aplastamiento en 1956 de una revolución antisovietica en Budapest que obligó a huir del país a unas 200.000 personas.

UN PUNTO DE ENCUENTRO. A poca distancia, en el cruce por carretera hacia Ucrania, una fila de coches espera la llegada de familiares desde Ucrania. Es un punto de encuentro. En los coches hay mujeres y niños que esperan a familiares o amigos que viven en Hungría para que los lleven a un lugar seguro. Alexa, una mujer de unos 30 años, dice que conducirán hasta Eslovaquia y se quedarán allí durante una temporada. A su lado, su madre intenta decir algo sobre el motivo de su huida de Ucrania pero apenas logra gesticular antes de llorar.

En el cruce no hay muchas personas, pero sí un flujo constante. Entre quienes esperan hay una pareja de italianos de cerca de 60 años, se mueven nerviosos en el frío y buscan con cara de angustia un punto de acceso a internet. Antonio, con los ojos rojos de cansancio, relata en italiano que han venido en coche desde Roma, sin dormir y casi sin hacer paradas, para recoger allí a su hija y a su nieta, que viven en Kiev. El marido de su hija, ucraniano, no puede salir del país por la movilización para el Ejército. «Quedan todavía horas para que lleguen, pero ya están de camino», dice con alivio después de haber conseguido intercambiar unos mensajes con su hija. «Volveremos a Roma, a un lugar seguro», añade.

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