20.04.2024 |
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LA CONTRACRÓNICA

El señor Villaamil y Pablo Torre

«No todos los pases tienen que ser pases de gol», le gritó Solabarrieta al de Soto de la Marina poco antes de que éste diera una brillante asistencia a Cedric que supuso el 2-0 | El canterano está jugando mucho más a gusto en la segunda fase

El señor Villaamil y Pablo Torre

El señor Villaamil, ese exfuncionario de Hacienda que, a pesar de su miseria, es el principal sustento de su familia (hay que ver lo poco que hemos cambiado), es el protagonista de ‘Miau’, una de las numerosas novelas escritas por don Benito Pérez Galdós. Él confía en que le van a recolocar o que algún día recibirá una notificación con una nueva colocación, pero esa carta, esa llamada, nunca llega. El coronel no tiene quien le escriba. Él piensa que para que las cosas salgan bien, es mejor pensar que van a salir mal, por lo que se convierte en un pesimista mentiroso. No es que esté mal informado, sino que pretende engañarse a sí mismo como mejor estrategia para que las cosas salgan bien. Ayer Artiz Solabarrieta pudo hacer algo semejante. Le pidió una cosa a Pablo Torre para que sucediera la contraria. Y así sucedió. Y, para colmo, eso que sucedió se convirtió en el segundo gol del partido, el que acabó con todo porque, a partir de ahí, hubo una bajada de brazos por parte de Osasuna B.

A Pablo Torre se le está viendo disfrutar en la segunda fase. Ya no tiene delante a los asfixiantes equipos vascos que, sean buenos o malos, lo que nunca hacen es dejar a uno respirar. No cortan en seco sus avances con continuas faltas como sucedía, sobre todo, a principios de curso, sino que le dejan jugar. Y a él se le ve pasárselo bien. Se le ve sonreír. Y si él está a gusto, su equipo lo agradece. Es cierto que también puede caer incluso en más fallos, pero éstos vienen generados, sobre todo, por participar mucho más y porque se atreve a más cosas. Él no esconde su optimismo. Cuando se siente bien, se da cuenta todo el mundo. También su entrenador.

El Racing ayer pudo jugar como quiso. Estaba el partido perfecto para Pablo Torre, con espacios para jugar en campo rival y sin futbolistas delante que mordieran. Por eso el de Soto de la Marina se creció y buscó en su equipaje todo ese repertorio de pases y filigranas que lleva siempre consigo. Él es un futbolista que juega siempre  con su maleta a cuestas, un pintor con una paleta de colores interminable que logra que cuando coge su pincel pasen cosas. La inspiración siempre le llega pintando. Y Solabarrieta le tuvo que dar un aviso en el primer tramo de partido, después de cazar un balón en su hábitat natural, en la zona de tres cuartos y por detrás del doble pivote del equipo rival porque entendía que quería pintar algo para lo que no está aún capacitado. La joven perla quiso sacarse un enorme pase hacia banda izquierda sabiendo que Bustos siempre está allí. Y lo estaba, pero la filigrana que quiso hacer el jugador cántabro no llegó a buen puerto y se perdió. No fue buena.

Fue entonces cuando Aritz Solabarrieta llamó su atención y le gritó, pudiéndole oír todo el mundo porque ayer había muy poca gente en el campo, un mensaje con el que quizá, en el fondo, le quería decir todo lo contrario. «¡No todos los pases tienen que ser pases de gol!», le dijo. Quizá, al igual que el señor Villaamil, voceó aquello públicamente y con todos los presentes ejerciendo de testigos para que sucediera lo contrario. Sobre todo, porque fue lo que sucedió, ya que apenas tres minutos más tarde, el canterano de Soto de la Marina se sacó de esa maleta con la que viaja quizá su mejor pase de gol como jugador del primer equipo.

Llegó en una de las mejores jugadas de todo el primer tiempo, en una acción con paciencia, enviando el balón a banda para devolverlo después al centro y conseguir que la zaga rojilla se descompusiera. Lo cierto es que los jugadores del Racing jugaban como querían porque los meritorios de Osasuna ni mordían. Había tiempo para tocar y pensar y es lo que hizo el Racing. Hasta que en un momento dado Pablo Torre se hizo con la pelota en su puesto de media punta y lo que hizo en seguida es girar y completar un cambio de ritmo con el que atacó directamente el área tras ver que tenía una puerta abierta. Por delante estaba Cedric, que arrancó marcando un desmarque a la espalda que Pablo Torre leyó bien. Ambos hablaron el mismo idioma y funcionaron con la misma precisión que un reloj suizo.

El pase fue perfecto, la carrera del delantero también y la definición a la altura del goleador, que ha llegado al final de la temporada pletórico. Fue un gran gol por todo. Y quizá todo empezó en ese momento en el que Aritz Solabarrieta le recordó a Pablo Torre que no todo podían ser pases de gol. ¿Cómo que no?, debió preguntarse el canterano. Ahí tienes.

El canterano estuvo 55 minutos en el campo. Rara vez pasa de la hora pero poco antes de irse volvió a aparecer. No para demostrar  que todo pueden ser ocasiones de gol, pero sí casi. Fue un pase suyo en esos lugares donde él consigue que pasen muchas cosas buenas el que vio cómo Íñigo había abierto una puerta por la que incorporarse al ataque con el mismo poderío que los milicianos republicanos españoles liberando París de los nazis. Recibió un tesoro que hizo aún mejor su aventura y el de Ampuero todavía lo mejoró con otro pase a Cedric, que, como siempre, se había ofrecido para aprovecharse de la espalda de la retaguardia. La asistencia fue perfecta y la definición aún mejor. Aquello era el tercer gol pero el asistente levantó la bandera al mismo tiempo que el balón entraba dentro tras superar al guardameta. Aquello merecía otro final.

Sólo unos segundos después, Pablo Torre recibió un regalo por parte de un jugador rival, que sacó una falta en su propio campo y debió ver al cántabro vestido de rojo, ya que le dio la pelota con sólo un defensor entre él y el portero. Ahí no había pase de gol que buscar, sino que era un huevo que tenía que coger él, freírlo él y comérselo él. Avanzó con valentía, el defensor le encimó, al atacante quizá le faltó velocidad pero lo cierto es que llegó hasta la frontal del área pequeña antes de que el balón se le escapara mínimamente, lo suficiente para que su perseguidor le quitara la cartera. Quizá en ese momento a su entrenador le salió gritarle ‘¡no siempre hay que marcar gol!’ para que, a la siguiente que tuviera, marcara. Pero no lo hizo porque lo siguiente que hizo fue marcharse para que entrara Cejudo. Su gran oportunidad para sumar un nuevo gol a su cuenta había sido en el primer tiempo, cuando cabeceó en plancha un centro de Isma López, pero el balón se fue desviado. Villaamil habría repetido cuatro veces antes de rematar que no iba a marcar pensando que así marcaría, pero no hay que engañarse, no suele funcionar. Nunca recuperó su puesto en Hacienda.

El señor Villaamil y Pablo Torre
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