16.04.2024 |
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LA CONTRACRÓNICA

La obra de arte de Riki

El asturiano robó un balón en el centro del campo, avanzó solo aprovechando un aclarado y, antes de llegar al área, elevó el balón sobre la defensa y el portero para que bajara en el momento justo y de manera milimétrica

Riki, Cedric y Pablo Torre, autores de los goles de ayer en Lasesarre. / real racing club
Riki, Cedric y Pablo Torre, autores de los goles de ayer en Lasesarre. / real racing club
La obra de arte de Riki

Hay quien defiende que el fútbol es un deporte de bárbaros. Once millonarios en pantalón corto corriendo detrás de un balón. Hasta hace apenas dos o tres décadas, era incluso minusvalorado por la gente de la cultura, un espectáculo para plebeyos ignorantes del que no querían tener nada que ver. Apestaba a los esnobs, que preferían quedarse en la superficie sin rascar para adivinar qué hay más allá. Decir que era opio para el pueblo les permitía diferenciarse, poner una barrera con la que, de esta manera, se mantenían en su atalaya. Habrá incluso quien piense así hoy en día, pero lo que es indudable es que se trata de un deporte con potencial para crear auténticas obras de arte. Una de ellas se levantó ayer en Lasesarre, en un asentamiento históricamente obrero. Desierto Barakaldo lo llamaban. Y en medio de ese desierto cogió Riki el pincel para hacer que ‘El grito’ de Munch fuera  un tipo cantando un gol del Racing.

Corría el minuto 17 y el Racing no estaba cómodo. Nada que ver con cómo estaba a esa misma altura del partido contra el Laredo. El balón no le duraba nada, no encontraba las bandas ni la capacidad de llegar y creerse un equipo peligroso. Tenía claro que llegaría su momento pero no terminaba de alterarse la peligrosa dinámica con la que había comenzado el encuentro. No le estaban acosando mucho, pero tampoco terminaba de tener controlado el partido. Empezaba a ser consciente de que podía estar iniciando una tarde larga.

Si algo diferenciaba el partido de ayer con el del fin de semana anterior era que Riki no estaba del todo a gusto y no le estaba llegando el balón demasiado limpio. La presión era alta y él tenía que retrasar mucho su posición para poder controlarlo y empezar a jugar. Es lo que tuvo que hacer cuando nacía ese minuto 17. Lucas Díaz se hizo con una pelota que le llegó por alto y rápidamente se la cedió a Mantilla para que empezara jugar. En ese momento, Óscar Gil se echó hacia el costado izquierdo para, como ya es habitual, Riki se colocara entre los dos centrales. Sin embargo, el canterano se la cedió a su compañero de Peralta, que encontró una puerta abierta porque la presión estaba pendiente del asturiano y avanzó metros.

La intención de Racing era manejar en corto el balón y combinar en el medio campo para madurar a su rival, pero no siempre se puede conseguir. En esta ocasión, Gil apostó por un balón en largo que lo quiso llevar rápidamente hacia la posición de Cedric, que fue el jugador que estaba en punta de ataque. Sin embargo, el esférico quedó descontrolado hasta que apareció de nuevo en escena Riki, que ni mucho menos se había borrado de la jugada una vez que se había quedado atrás. La acompañó y fue entonces cuando inició su obra de arte. En su caso, la inspiración le cogió pintando.

Se adelantó el medio centro asturiano a un adormilado jugador rival que no pensaba que se fuera a encontrar a Riki por allí. Fue éste quien alteró el normal desarrollo de los acontecimientos con una acción defensiva y un robo que parecían no ir con él. Y gracias a eso, se encontró con una gran parcela de terreno de juego para él solo, para su uso y disfrute. Podía hacer allí lo que quisiera: una piscina, una urbanización de lujo o una rotonda. Él quiso jugar a fútbol, echar mano de la chistera y levantar una obra de arte que, desde el día de ayer, dejará su marca para siempre en Lasesarre.

El asturiano avanzó bien pendiente del balón pero sin peder de vista la posición del portero. Nadie le encimaba ni le echaba el aliento en el cogote. A una cierta distancia, se mantenía toda la línea defensiva del Barakaldo, que se mantuvo en su posición como si su prioridad fuera mantener levantado el muro y no evitar que jugara el medio centro verdiblanco. Pensaban que iba a buscar un pase a banda para continuar la jugada por allí porque no fueron capaces de ver la luz que le iluminó el rostro. Fue la inspiración. Le están yendo tan bien las cosas en el Racing que se atrevió a lo imposible.

Riki no miró a los lados, sólo hacia delante. Él ya sabía lo que quería hacer y lo más tremendo es que se veía capaz de hacerlo. Ni siquiera dio la sensación en ningún momento de levantar la cabeza para vislumbrar dónde estaba el guardameta. O lo tenía muy estudiado, o intuía dónde iba a estar porque es donde suelen estar cuando el balón está donde estaba en ese momento o bien lleva encima unas antenas con radar. El caso es que antes de llegar al semicírculo del área y a falta de unos metros para chocarse contra esa línea defensiva que se mantenía bien formada como si su prioridad fuera tener un lugar de privilegio para ver el espectáculo, ejecutó la jugada.

De pronto,  Riki picó el balón buscando una vaselina. Parecía una locura porque el portero no estaba lejos de su portería. A todo el mundo le pareció un intento utópico, pero sin buscar la utopía es difícil cambiar nada. El esférico superó esa barrera defensiva que vio pasar el preciado objeto de deseo por encima de sus cabezas. Podrá ir a portería, pero no puede ser gol, debieron pensar los zagueros gualdinegros. El balón siguió avanzando respondiendo a una trayectoria tan bien diseñada que parecía estar dirigida por todos esos técnicos de la NASA que llevaron al Perseverance hasta Marte. El balón se fue acercando peligrosamente a la portería. Aquello debía ser para Rabanillo sin problemas y así lo debió pensar él, pero cuando levantó los brazos para cazar el tesoro, también le pasó por encima.

Los espacios eran tan escasos, había tan poco aire entre la espalda del portero y la portería, que daba la sensación de que la pelota sólo tenía un camino por el que llegar. Y al lanzamiento de Riki ni le faltó ni le sobró centímetro alguno. Su lanzamiento fue como el disparo de Luke Skywalker con el que acertó por el único agujero por el que se podía hacer daño a la Estrella de la muerte. Parecía imposible y, tras pasar a Rabanillo por alto, dio la impresión de que el esférico se iba a ir por encima de la portería, pero no fue así. Como por arte de magia, bajó de manera repentina hasta colarse en la portería. Tan increíble parecía que tardó en iniciarse la celebración colectiva. Uno no se puede fiar de su vista. Aquello se tenía que haber ido fuera, pero no, entró. Cedric, que estaba junto al portero y vio entrar limpio el esférico, se echó las manos a la cabeza y rápidamente corrió a la banda a celebrarlo. Haber sido testigo directo de una obra de arte así merecía tirar la casa por la ventana.

La obra de arte de Riki
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