19.04.2024 |
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Están vivos

El Racing ganó 0-2 en Irún, por lo que mantiene sus esperanzas de terminar entre los tres primeros al igualar, además, el ‘golaverage’ con el Real Unión  | El partido lo dominó el equipo local pero la pegada cántabra resultó decisiva

Óscar Gil, cubriendo en corto a Galán. / RRC
Óscar Gil, cubriendo en corto a Galán. / RRC
Están vivos

Un partido dura noventa minutos y la primera fase de la temporada 1.800, pero es probable que los tres que fueron ayer del 48 al 51 hayan sido los decisivos. Lo que sucedió en ese estrecho espacio de tiempo ha podido marcar la diferencia entre la luz y la oscuridad, entre la esperanza y la desesperación y, en definitiva, entre la vida y la agonía. El Racing no sólo encarriló la victoria en ese tramo inicial del segundo tiempo, sino que también aprovechó para igualar el golaverage particular entre ambos contendientes. Marcó uno pero sabía que no le bastaba con ese, sino que había que ir a por el segundo. Y lo encontró sólo tres minutos más tarde. Y hay que darle valor porque, teniendo en cuenta cómo están las cosas y cómo está el calendario, es fácil intuir que pueda ser decisivo.

El equipo verdiblanco sigue sin depender de sí mismo, pero el panorama se ha abierto. Todavía necesita ganar los seis puntos que quedan en juego pero ahora le bastará un pinchazo del Real Unión en La Florida el próximo fin de semana o en casa contra el Bilbao Athletic en la última jornada para meter la cabeza en la lucha por el ascenso. El pesimismo que inundó al racinguismo hace siete días ahora se ha transformado en optimismo, pero no hay que engañarse, la empresa todavía se antoja complicada porque si para algo sirvió el encuentro de ayer fue para confirmar que el irundarra es un gran equipo capaz de hacer pleno en lo que tiene por delante.

He ahí el principal mérito de lo conseguido ayer por el conjunto cántabro, que se marchó del Stadium Gal sin pasar grandes apuros y marcando dos goles en tres lanzamientos entre palos. No fue un partido de enormes oportunidades pero sí fue un buen partido, con estilos bien diferenciados, caminos alternativos que, en definitiva, pretendían llegar al mismo sitio, que era la victoria. El Racing, asumiendo una vez más su inferioridad con el balón, decidió entregarse a la presión y a la verticalidad. Y le salió bien gracias a los latigazos con los que castigó a su rival nada más salir de descansar.

Tras un primer tiempo más preocupante que ilusionante, el equipo verdiblanco dio la impresión de reanudar el juego con otra mentalidad. Como si en el vestuario les hubieran dado algún tipo de vitamina o hubieran caído en la cuenta de que debían cambiar de mentalidad porque, de lo contrario, iban directos a, como máximo, conseguir un empate que no servía para nada. Comenzó el equipo con una marcha más y cogió con el pie cambiado a un Real Unión que se había sentido superior en los primeros 45 minutos y que daba la impresión de tener claro que en cualquier momento llegaría su oportunidad. Sin embargo, se vio sorprendido por un directo de derecha nada más aparecer de nuevo en el ring para el segundo y último asalto y eso le dejó cerca de poner rodilla en tierra. Se desorientó durante cinco minutos y, para cuando volvió al combate, ya iba perdiendo 0-2.

El Racing aceleró, sus laterales se maquillaron con las pinturas de guerra, el balón se quedó constantemente en campo irundarra y, de pronto, al recién entrado Traver le dobló Isma López como un cohete. Encontró la puerta abierta, entró y ganó línea de fondo para poner un centro que remató Soko en el segundo plano con un saber estar propio de quien vive y duerme en el área.

Los jugadores del conjunto cántabro olieron sangre. Vieron a su rival tan tocado como sorprendido. El partido que habían dibujado en la cabeza se les había venido abajo. Era el momento. Y si algo tenían interiorizado los jugadores verdiblancos era que con ganar por la mínima no valía, que había que hacerlo por dos para, por lo menos, igualar el golaverage y jugársela a diferencia de goles en caso de empate. Había que seguir. Era el momento. El Racing cogió el machete, se lo puso entre los dientes y siguió presionando y tirando hacia arriba como si al final del camino estuviera la tierra prometida. Sonaron las trompetas en Sión, el día del juicio había llegado. Resultó prometedor ver esa ambición que se aprovechó de un Real Unión tocado para anotar el segundo. Traver centró a Cedric, que esperaba, de espaldas a la portería, en el interior del área. El extremo le había ofrecido una pared pero el punta prefirió esperar a Riki, que llegaba a la cita a bordo de una diligencia con ocho caballos al galope. Lo habitual es que ese tipo de remates acaben en el cuarto anfiteatro, pero el asturiano golpeó duro, seco y con un enorme control de la situación para dirigir el balón directamente a la base del palo. Fue un gran gol de un gran jugador.

Cedric tendría una más poco después, en el ocaso de esos instantes de gloria que han podido marcar toda una temporada. En la mano del Racing estará que así sea en las dos próximas jornadas. A partir de ahí, el partido volvió a la normalidad que había mantenido en los primeros 45 minutos. Fue como si la bestia hubiera salido de la cueva lo justo para devorar a quien le asediaba para resguardarse después en la oscuridad para hacer la digestión. De nuevo se hizo el Real Unión con el balón y, al mismo tiempo que Zulaika fue metiendo hombres de ataque y de refresco, Solabarrieta hacía lo contrario. Pasó a jugar 5-4-1 con Nana situado por delante de los tres centrales, en medio de los cuales estaba Lars Gerson. La intención de guardar el tesoro estaba clara y se antojaba un riesgo por el peligro que siempre supone echarse demasiado atrás, pero los locales no consiguieron convertir el partido en un acoso y derribo. Nunca pudieron tocar la corneta e ir con todo porque Soko, de nuevo en estado de gracia tras partido y medio sin ser protagonista, era un peligro constante.

El Real Unión tuvo dos para haber acortado distancias o incluso para empatar si hubiera hecho pleno. La primera nació de un error de bulto de Mantilla, que le puso en bandeja a Zourdine, que entró en el segundo tiempo para convertirse en la principal amenaza irundarra, un mano a mano con Lucas. Tanto el rematador como el portero lo hicieron bien, pero cuando pasa esto es el segundo quien sale victorioso. Fue un paradón con el pie a un remate raso y potente que dio media vida a su equipo. Poco después, fue el veterano Viguera quien, tras una media vuelta de nota dentro del área, firmó un duro remate que se fue fuera.

De partida, Solabarrieta había cambiado el dibujo para jugar la final de Irún. Sacrificó el 4-2-3-1 que le había dado vida cuando estaba a punto de caer a la fosa para recuperar el 4-4-2 que ya había probado en los malos momentos. El objetivo no era otro que avanzar metros y, por encima de todo, invertir en la presión a costa de sacrificar la posesión. Porque quien se tuvo que quedar en el banquillo sentado para que Jon Ander y Cedric pudieran coincidir arriba fue Pablo Torre. No estuvieron ni él ni Cejudo sobre el terreno de juego en todo el partido. Nunca antes había pasado eso esta temporada. Y ese vacío se suele notar. Aparece el eco cuando toca mirar con cierto sentido al área contraria.

La apuesta táctica de Solabarrieta se hizo patente en seguida. Sobre todo, durante un primer tiempo que, en el fondo, fue una consecuencia directa de lo que buscaba el entrenador. El Racing consiguió condicionar el juego del Real Unión. No le regaló metros a su rival como había hecho una semana antes ante la Real Sociedad B, sino que se aventuró a igualar incluso hombre por hombre en campo contrario cuando el equipo irundarra sacaba de meta. Eso hizo que los hombres de Zulaika tuvieran que enviar en largo más de lo que les gustaría, que cayeran en algunas pérdidas (pocas) o en imprecisiones que se perdían por la banda o en las botas de un rival.

Al equipo local le costó construir y se sentía incómodo. No le fluían las ideas y por eso apenas llegó a la portería defendida por Lucas Díaz. Al área llegó con cuenta gotas. El portero del Racing sólo tuvo que intervenir una vez antes del descanso para atajar sin mayores problemas un cabezazo de Beobide. Más allá de eso, la única acción irundarra que pudo inquietar a los cántabros hasta aquella de Zourdine fue un centro chut de Sergio Llamas que acabó con el balón en el larguero. Nada más. En ese sentido, las cosas estaban yendo bien. El problema era que había que ganar. Y si el portero del equipo santanderino apenas había tenido trabajo, menos aún lo tuvo el del Real Unión a excepción de lo que sucedió en ese puñado de minutos convertidos en una manzana podrida en el cesto del equipo local.

El Racing presionaba bien, pero no le duraba nada el balón. No fue capaz de hilvanar juego y cuando intentaba circular en la zona ancha carecía de profundidad. Riki se ofrecía siempre pero el equipo cántabro no era capaz de elaborar de tal manera que llevara la posesión de un lado para otro. Ni siquiera conectó con sus extremos. Álvaro Bustos sí se hizo muy presente pero más por dentro que por fuera. Lo malo es que se tuvo que ir con un problema muscular en la parte posterior del muslo mientras que, por el otro extremo, a Soko le costaba entrar en juego. No lo hizo hasta que faltaban apenas cinco minutos para irse a descansar. Lo bueno es que, una vez enchufado, ya no se volvió a desenchufar.

La apuesta del Racing fue por no marear demasiado el balón y ser, ante todo, muy vertical. No quería hacer en cinco pases lo que podía hacer en dos, sino que quiso aprovechar que tenía dos delanteros rápidos para buscarles constantemente a la espalda de la defensa. Ellos marcaban el desmarque en ruptura pero lo cierto es que no fueron capaces de conectar ni uno. Su trabajo en la presión era encomiable pero les costó meter el miedo en el cuerpo de la defensa rival. Ellos mismos personalizaban lo que le estaba sucediendo al equipo.

El único intento de marcar antes de irse a descansar, más allá de un lanzamiento lejano de Bustos a puerta vacía, fue obra de Cedric con una volea a centro de Soko que acabó con el balón más cerca de Pasajes que de Irún. Aquello quizá fue un anuncio de lo que sucedería tras volver de vestuarios. Significaba la aparición del extremo camerunés en el partido y una tendencia a meter al Real Unión atrás que duró hasta el minuto 51. Con eso bastó para marcharse con los objetivos cumplidos. Fueron seis minutos en los que se rompió el guión original.

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