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El Diario de Cantabria

RACING

El empleado del año

El Racing se estrena en casa al ganar al Alavés B con goles de Ceballos, Jon Ánder y Villapalos

Jon Ander le dedicó el gol, con el pulgar en la boca, a su bebé. / HARDY
Jon Ander le dedicó el gol, con el pulgar en la boca, a su bebé. / HARDY
El empleado del año

Pasar página y poner el sello; pasar página y poner el sello. Beber agua, mirar la hora. Pasar página y poner el sello; pasar página y poner el sello. Trabajo mecanizado, burocrático, de oficina. Mirar la hora, ya queda menos. Otro sello más y suena la sirena. Tres a cero y para casa. Trabajo completado. Sin alardes, sin gustarse, sin dar la sensación de hacerlo con más clase que el que está en la mesa de al lado pero poniendo más sellos que él. El empleado del año. Su foto en la corchera, el orgullo de la familia. Esa parece que va a ser la rutina de este Racing, a quien parece que hay que dejar de pedirle florituras porque no quiere adornos. Escuadra y cartabón, líneas rectas y lápiz del dos. Tiene claro lo que quiere dibujar, a dónde quiere llegar y para qué le han contratado. Sabe bien que la diversión está en ganar y la música parece sonar bien mientras se gane. La duda está en saber qué pasará cuando no lo haga. El empleado del año se quedará si nada a lo que aferrarse. Finiquito y veinte días por año trabajado. Maldito neoliberalismo. No deja espacio para la lírica.

Da la sensación de que va a haber que recuperar los apuntes del curso 2013-14 para recordar cómo era el Racing de Paco Fernández porque el de Javi Rozada va camino de ser muy similar. Lo de Lezama no fue ningún espejismo. Apenas hubo evolución ayer porque la idea siguió siendo la misma: mostrarse como un equipo sólido atrás y aprovechar las pocas que tenga. Y ayer lo volvió a hacer. Es cierto que el Alavés B contó con dos buenas opciones de haber marcado, pero la sensación general que transmitió el conjunto cántabro fue la de tener el partido controlado. Sin balón, pero controlado.

De nuevo mostró carencias el Racing con la posesión y de nuevo se pasó mucho más tiempo corriendo tras el balón que con él en los pies. Hacía daño a los ojos, pero habrá que comprarse gafas porque huele a que va a haber que acostumbrarse. Ayer no tenía la excusa de tener delante a uno de los mejores equipos del grupo o a un Bilbao Athletic cargado de talento. Lo había, pero menos. Fue algo premeditado. Y no tiene por qué ser malo. Es sólo una apuesta. Lo que tampoco hay que hacer es engañarse, vender primero un discurso y poner en práctica luego otro porque eso sólo puede provocar frustración cuando las cosas no vayan bien.

Repitió Rozada con tres centrales. Es normal cuando no tiene la posibilidad de alinear a dos extremos, ya que todavía es pronto para sacar a la arena del circo a Soko y Bustos estaba lesionado. Ayer, de hecho, el africano se quedó sin jugar. Calentó pero no entró dentro de los cinco cambios que realizó el entrenador asturiano. Esa línea de atrás fue idéntica a la utilizada en Lezama a excepción del carrilero zurdo, donde jugó Marco Camus. No es su puesto, venía de un mes de lesión y se sintió sobrecargado, por lo que no pareció la mejor manera de volver a escena. Y lo cierto es que sufrió. No pudo ser él mismo porque sólo encaró una vez y, como cabía esperar, estuvo más pendiente de la puerta de atrás que de la que tenía delante. Y el resultado fue que no estuvo ni en un sitio ni en otro. No pudo enseñar su carácter ofensivo y quedó al descubierto su limitada aptitud defensiva. Corrió para atrás, no se asoció y no se reconoció en el espejo. Para colmo, en un par de ocasiones le ganaron la espalda y en una de ellas tuvo que borrar el tachón Óscar Gil, lo que le costó una cartulina amarilla.

El santanderino fue el vigésimo jugador en utilizar Rozada y ayer fue uno de los cinco cántabros con los que salió el técnico ovetense. Porque la apuesta del presente curso por dar salida a los jugadores de casa es de verdad. No es de fogueo. No responde a la palabrería del que quiere vender coches usados a un ciego. Ayer, de partida, se cargó a un tipo que llegó al equipo para ser importante como Alberto Villapalos y apostó por Iñigo Sainz Maza. Y la apuesta salió perfecta porque el canterano fue de lo mejor de su equipo mientras que el madrileño, que entró al terreno de juego a falta de apenas cinco minutos para el final, marcó el tercero. Y fue un golazo. Fue Jon Ander a la presión, robó la pelota cerca del área rival y, en vez de entrar al corazón de la misma, que es lo que todo el mundo esperaba al vestir el nueve a la espalda, vio al corpulento medio centro en la frontal, completamente solo y sin nadie que le diera sombra. Lo mejor fue la definición. Estaba a casi veinte metros de la portería, pero le dio de primeras y con el interior de la bota enviando el cuero directamente al segundo palo.

Jon Ander había entrado a la hora de juego. Como Balboa en Lezama, contó con media hora para venderse y lo hizo. Viva la competencia. Marcó uno, dio otro y estuvo cerca de anotar otros dos. Qué ganas había de volver a disfrutar de la mejor versión del jugador alavés. Lo cierto es que entró con el partido bien encaminado y con los ingredientes en la mesa para cocinar su plato favorito y no pudo comer más y mejor. Se puso las botas.

Su gol fue el que asestó la puñalada definitiva a un Alavés B que había estado a punto de empatar en los primeros compases de la reanudación, cuando el recién entrado Sergi se encontró con un balón en el segundo palo al saque de un córner que remató de primeras y sólo el oportunismo de Iván Crespo, bien colocado y con sotana, impidió que la historia se hubiera reanudado de la peor manera. Aquello hizo que se crecieran los chavales de Iñaki Alonso. Se lo creyeron y era normal. El balón era suyo y se veían metiendo al Racing en su campo en Los Campos de Sport. Eso ya no se lo quitará nadie. Lo podrán contar siempre. Lo que sucede es que tendrán que omitir el resultado final para no estropear la historia.

Entró Jon Ander por un Balboa que aún no tiene gasolina para más. Lo cierto es que daba la sensación de que el sacrificado iba a ser Cedric porque éste no estuvo a gusto en todo el partido. Estuvo Rozada en todo momento encima de él y eso da muestras de que aún no se sabe bien el libreto. No encontró su sitio, apenas corrió al espacio y menos aún a la espalda de la retaguardia. No se la quedó, no fue el Cedric de verdad. Todavía no está pero, aún así, a medio gas sigue siendo un jugador capaz de poner su impronta al encuentro, como lo hizo en el gol que puso el viento a favor.

Ese tanto llegó pronto, a los nueve minutos. Sólo dos antes, el Racing ya había sido capaz de encadenar una buena acción y de llegar al área rival para provocar un córner. Fueron chispazos en medio de una puesta en escena a la que costaba ver brillo. Porque el equipo siguió mostrándose ayer tosco con el balón en su poder, como si no supiera qué hacer muy bien con él. Lo mueven los centrales de aquí para allá pero en ese contexto se encuentran cómodos los rivales. La predisposición táctica que plantea Rozada junta mucho y bien a sus hombres cuando hay que defender pero genera lagunas cuando hay que atacar. De hecho, resultaron patentes las distancias entre quienes iniciaban la jugada y quienes debían continuarla, que estaban a veinte metros. No apareció por allí albañil alguno dispuesto a levantar un puente que uniera esos dos mundos. Así, a menudo se vio tanto a Matic como a Óscar Gil iniciar aventuras individuales más allá de la línea de medios al encontrarse sin opción de pase. Era frustrante.

Ni Nana ni Pablo Torre bajaban a pedirla. El primero sigue sin encontrar su sitio aunque empezó a participar más del juego en el segundo tiempo, cuando se abrieron espacios y pudo su equipo jugar más cómodo. El segundo es el que consigue que sucedan cosas y quien borra la atonía que domina el rostro del Racing cuando tiene la pelota. De hecho, el primer gol llegó a partir de un cambio de ritmo suyo con el que dejó atrás a sus defensores. Llegado el momento, lanzó de lejos y el portero no pudo atrapar la pelota, sino que la dejó muerta para que la cazara Cedric. Éste se puso de espaldas y no se volvió loco como se habrían vuelto muchos buscando la manera de acabar la jugada, sino que protegió el cuero, levantó la cabeza y vio venir en moto a Ceballos, que definió con su pierna mala con tanto talento como lo habría hecho el propio Cedric.

El gol dio inicio a un monólogo alavesista con balón. No hacía daño porque no le va a resultar sencillo a nadie echar abajo el entramado defensivo del Racing, pero logró que se jugara casi constantemente en campo local. A los jugadores verdiblancos les tocó correr pero terminaron más enteros. El resultado ayuda. Porque también es frustrante ver que monopolizas la posesión y no te sirve de nada. Así, conforme avanzó el segundo tiempo fueron incrementándose los acercamientos verdiblancos tanto a balón parado como robando el balón en campo contrario. Un robo del propio Iñigo casi acaba en gol de él mismo en el 65 mientras que sólo dos minutos después fue Maynau quien, con su buena presión en área contraria, provocó que el defensor rival le regalara un balón a Jon Ander que éste convirtió en gol presumiendo de definición.

A partir de ese momento, pudo llegar el desfile goleador del Racing, que dispuso de contras suficientes para haberse gustado mucho más, pero dio por buenos esos tres goles. La entrada de Martín Solar, un jugador que el equipo parece pedir a gritos para ver si pone fin a esa incapacidad de dar continuidad a su juego con balón, le sentó bien al equipo y también la presencia de un Cejudo que parece aceptar de buen grado el rol que, por ahora, le ha concedido Rozada. También el filial alavesista pudo marcar en una acción que terminó con Óscar Gil sacando el balón de la misma línea de gol in extremis, pero sólo habría servido para estropearle la portería a cero al equipo cántabro. Y es la segunda consecutiva. Buena noticia.

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