20.04.2024 |
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El sepulcro de Antonio del Corro en San Vicente

Si una visita a la villa de San Vicente de la Barquera siempre es recomendable desde cualquier punto de vista (paisajístico, artístico, pintoresco, gastronómico…), detenerse en la magnífica iglesia de Santa María de los Ángeles resulta obligado en todo caso.

Túmulo funerario de Antonio del Corro.
Túmulo funerario de Antonio del Corro.
El sepulcro de Antonio del Corro en San Vicente

El templo, de solemne impronta, parece proteger desde el altozano donde se yergue a la vieja puebla sanvicentina, ofreciendo en derredor un panorama extraordinario que supone, seguramente, una de las estampas más hermosas de la costa cantábrica, con las cumbres desafiantes de los Picos de Europa hacia el interior a modo de escenario natural de belleza espectacular.

La iglesia forma con el castillo roquero vecino un conjunto de gran armonía en el que los dos poderes tradicionales de otrora, el religioso y el militar, constituyen un testimonio histórico al que se debe añadir el acervo artístico que la primera atesora. La fábrica primitiva, dentro de lo que hoy podemos contemplar, responde al característico gótico cantábrico, siendo erigida en el siglo XIII. Forma parte, por derecho propio, de los grandes templos góticos de la línea costera del norte de España, junto, entre otros, a Santa María de la Asunción de Castro Urdiales y la soberbia basílica de Nuestra Señora de Lequeitio en la vecina Vizcaya, con los que compone el trío más representativo y, posiblemente, de mayor envergadura arquitectónica.

Una construcción que se muestra recia y maciza contemplada desde el exterior, coronada por una sólida torre campanario con dos airosas espadañas, y que, pese a las modificaciones efectuadas a lo largo de los siglos e inevitables añadidos, mantiene la gracia y esbeltez góticas en sus tres naves sostenidas por magníficos pilares que se espacian por las bóvedas dando una sensación de elegante amplitud que sólo el estilo ojival es capaz de aportar.

Pero no vamos hoy a detenernos en esos y otros muchos pormenores arquitectónicos y artísticos que se pueden admirar en esta iglesia, máxime cuando ni este observatorio podría abarcarlos debidamente ni, con seguridad, quien lo firma sería capaz de transmitir adecuadamente. Quisiera, no obstante, que nos centrásemos en la capilla funeraria dedicada a la familia barquereña Del Corro que fue durante mucho tiempo el linaje más ilustre de la villa y cuya construcción sufragara desde finales del siglo XV con la intención, como era habitual en la época, de servir de panteón familiar. En ella se encuentra el que muy posiblemente sea uno de los más notables ejemplos de escultura funeraria del Renacimiento español. Estamos hablando del magnífico sepulcro de Antonio del Corro (1471-1556), un personaje de bastante relevancia en el siglo XVI pues, además de ser canónigo de la catedral de Sevilla, llegó a ostentar el cargo de Inquisidor Apostólico en aquella ciudad (la más poblada entonces de España). Él mismo dejó expresamente dispuesto en sus últimas voluntades el deseo de ser enterrado en Santa María de los Ángeles.

El sepulcro obedece a una clarísima influencia italiana que recuerda, por un lado, los trabajos escultóricos que Domenico Fancelli realizó en Castilla (especialmente el del príncipe don Juan de Santo Tomé de Ávila o los correspondientes a varios miembros de la poderosa familia de los Fonseca que se pueden admirar en Santa María la Mayor de Coca), donde enseguida se advierte la huella clara, inspirada en la obra, técnica y estilo de Miguel Ángel.

Según se sabe, el conjunto funerario es obra del escultor salmantino Juan Bautista Vázquez “el Viejo” (para distinguirlo de su hijo “el Mozo”, también escultor, ya cercano al Barroco), que se había formado en la escuela de Berruguete y que llevó a Sevilla, ciudad en la que trabajó, la influencia de las nuevas tendencias que se practicaban en Roma, es decir, del Manierismo escultórico.

Bajo un arcosolio se dispone el sepulcro, enteramente tallado en mármol, compuesto por un sarcófago en cuyas esquinas se hallan dos niños a modo angelotes cubiertos parcialmente por una banda en la que se puede leer claramente: “El que aquí está sepultado no murió, que fue partida su muerte para la vida”, expresión curiosa, pero no rara, en los monumentos sepulcrales del Renacimiento, época a la que pertenece la obra, fechada en 1564 cuando por providencia testamentaria fueron trasladados los restos de Antonio del Corro a la capilla-panteón familiar de su villa natal.

Como prueba inequívoca de su distinción y alcurnia, en el centro del citado sarcófago aparece un ángel dentro de un medallón que sostiene el escudo de la familia. Pero lo que singulariza esta obra excepcional es, sin duda, la disposición del personaje, recostado sobre un par de almohadones, en actitud serena y leyendo un libro que sostiene con su mano izquierda mientras que en la derecha apoya la cabeza de la forma más natural, a pesar de no estar exenta de evidente simbología. Representado en una edad mediana, aunque imprecisa, el personaje se viste con el alba y la casulla sacerdotales, portando también el manípulo y cubriéndose la cabeza con un bonete.

Todo ello está trabajado admirablemente tanto en tratamiento de los paños como en el anatómico, logrando desprender, sin perder un ápice de realismo, una sensación de beatitud y serena placidez. A los pies del difunto se encuentra enroscado un perro, símbolo de fidelidad, y recurso frecuente en este tipo de representaciones escultóricas.

Tanto la disposición de la escultura como la especial actitud que se ha querido imprimir en ella, recuerdan al famoso Doncel de la catedral de Sigüenza que probablemente conocía Juan Bautista Vázquez y que bien pudo servirle como modelo en cuanto a la postura y semblante, a pesar de haber sido realizado aquel casi un siglo antes. Junto a don Antonio, en otra tumba igualmente acomodada bajo arcosolio, se halla el féretro con las figuras de alabastro correspondientes a sus padres, Juan González del Corro y María de Herrera, de traza y ejecución muy diferentes y, obviamente, anterior en varias décadas. Ambas efigies yacentes de cuerpo entero, descansan sobre un catafalco de piedra. Todo ello de hechura y labra manifiestamente más tosca.

Si, como arriba quedó dicho, la visita a la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles justifica en sí misma un desplazamiento ex profeso hasta San Vicente de la Barquera, la contemplación del sepulcro de Antonio del Corro, por su excepcionalidad dentro del arte funerario en nuestro país, debe ser una obligación para todos los amantes del arte.

El sepulcro de Antonio del Corro en San Vicente
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