19.04.2024 |
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José Sacristán en el Festival de Invierno

 

Pepe Sacristán vive, a lo largo de hora y media, dentro del personaje. Lo asume e incorpora de tal forma que llega a eso tan difícil de lograr que es la participación (activa, se podría decir) del espectador. No hay tregua para una brizna de humor en toda la representación. Y lo excepcional del espectáculo que se nos ofrece, porque de eso se trata, por más íntimo que resulte, es que todo lo que transcurre en el escenario entra dentro de lo lógico, de lo normal; todo es verosímil, porque todo está dentro de una realidad.

El actor José Sacristán.
El actor José Sacristán.
José Sacristán en el Festival de Invierno

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OR verdadera casualidad, acompañada de gran dosis de suerte, logré conseguir una localidad para asistir a la representación de ‘Señora de rojo sobre fondo gris’ el pasado sábado día 6 en el Teatro Concha Espina de Torrelavega. Tal ha sido (aforo reducido, incluido) el interés despertado por la obra. El mismo que viene repitiéndose en todos los lugares por donde va pasando desde su estreno. Cabe preguntarse, por consiguiente, a qué es debido tal éxito y cuáles son los factores que lo producen. 

La respuesta, sin embargo, no puede ser más lógica: el texto original de Miguel Delibes, una producción impecable en todos sentidos, la escenografía que, pese a su desoladora desnudez, se halla repleta de elementos que forman parte del monólogo que le da sentido, la utilización de una iluminación que acentúa, con un paralelismo deliberado, la hondura de una acción tan aparentemente leve como sobrecogedora y, en fin, toda una tramoya bien estudiada que coadyuva eficazmente a llevar a efecto un espectáculo como pocas veces puede ser logrado. Pero, nada de ello hubiese tenido apenas significado sin la presencia, el sentimiento y la capacidad interpretativa del actor, el único actor físico en escena que, paradójicamente, va llenando el escenario con las sombras de tantos personajes. Personajes que poco a poco van adquiriendo corporeidad, gracias a su capacidad para -a través del texto- insuflarlos presencia y vida. Ese actor es José, Pepe Sacristán.  

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La eterna dicotomía entre novela y teatro no es nueva en el caso de Miguel Delibes. Como tampoco lo es en cuanto a los guiones cinematográficos de unas cuantas de sus obras. El mismo novelista participó en vida de varias adaptaciones teatrales de novelas como ‘La hoja roja’, ‘Las guerras de nuestros antepasados’ o ‘Cinco horas con Mario’, esta de evidentísimas analogías con la función que nos ocupa. En todo caso se trata de géneros diferentes que, solo con un ajustado equilibrio entre el respeto escrupuloso por el original y la capacidad para su inevitable traslado a otro medio expresivo, pueden llegar a fructificar. En ocasiones, como es el caso de ‘Señora de rojo sobre fondo gris’, hasta el punto de lograr transformarse en un extraordinario ejercicio escénico. La novela, publicada por Delibes en 1991 transcurridos tres lustros largos tras el fallecimiento de su esposa Ángeles, constituyó una auténtica catarsis literaria en la obra del autor. El impacto de aquella muerte prematura y dolorosísima, precisó de un poso de diecisiete años para poder ser transformado en un relato tan angustioso, en su necesaria serenidad, para poder ver la luz. Y no es que la novela fuera el trasunto exacto en su exposición de unos hechos matemáticamente autobiográficos. Pero, tampoco la recreación de un argumento en modo alguno ajeno a una vivencia propia, supone un alejamiento y, mucho menos, una ficción. Justamente en la equidistancia establecida por el autor reside el virtuosismo para hacer de ‘Señora de rojo sobre fondo gris’ la novela más intimista y personal del escritor vallisoletano. 

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Cambian los nombres, el oficio, ciertos ambientes y algunos otros (pocos) datos. Eso sí. Pero da igual. Lo esencial, lo medular, se encuentra vivo, lacerante y dolorosamente presente, de tal manera que, autor y protagonista llegan a ensamblarse de manera evidente. Ahí precisamente es donde los adaptadores del texto narrativo se han apoyado para modelarlo en forma de una suerte de monólogo a dos entre Nicolás y Ana, el pintor de éxito y su esposa. Entre el hombre vencido por la vida y rendido por un pasado siempre presente, en una paradoja continua que, a modo de catártica conversación, va a ir desgranando todo un tiempo que, aunque haya transcurrido en un ayer cada vez más alejado, no deja de significar para él un constante hoy del que ni puede ni quiere desprenderse. He aquí, a mi entender, el meollo cierto de la acción teatral; la base argumental nacida directamente de la novela que se ha trasmutado en un texto dramático. 

El proceso de una enfermedad que termina con un antes sin después en la vida de Nicolás, el pintor a quien ya no visitan ‘los ángeles’ de la inspiración, en acertada y significativa reiteración textual, se desmenuza pormenorizadamente ante el espectador con una precisión tan exacta como desasosegante. Refugiado en el desvencijado y polvoriento estudio otrora creativo y hoy elocuente testigo de su decadencia solamente enmascarada con el alcohol, el protagonista nos participa del pretérito no superado, en un crescendo inexorable que aboca a un final desolador. A través de un lenguaje que combina sutilmente asertos y reflexiones, dudas, reconvenciones, ideas fijas y un sinfín de íntimas contradicciones a las que no puede hacer frente sino mediante el dolor y la pesadumbre que supone el recuerdo inalterable.  

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Pepe Sacristán vive, a lo largo de hora y media, dentro del personaje. Lo asume e incorpora de tal forma que llega a eso tan difícil de lograr que es la participación (activa, se podría decir) del espectador. No hay tregua para una brizna de humor en toda la representación. Y lo excepcional del espectáculo que se nos ofrece, porque de eso se trata, por más íntimo que resulte, es que todo lo que transcurre en el escenario entra dentro de lo lógico, de lo normal; todo es verosímil, porque todo está dentro de una realidad. El veterano actor, bregado en miles de papeles, trabajos y experiencias profesionales desde hace tantas décadas, llega a tal especialísima comunión con el protagonista, que desde los primeros momentos de la función nos olvidamos de él para sumergirnos en el patetismo doliente y al mismo tiempo admirable de ese Nicolás que va desnudando su dolor ante un público mudo, ganado por su talento, donde ni la respiración es audible. 

Si ‘Cinco horas con Mario’ supuso un paradigma dentro del teatro monologado (equiparable, salvando las distancias, al ‘La voz humana’ de Jean Cocteau), por el adentramiento del autor en la psicología de una mujer víctima de su propia educación, en las profundidades de los convencionalismos de la pequeña ciudad provinciana española de los años sesenta, ‘Señora de rojo sobre fondo gris’ puede parecer una especie de reciprocidad en cuanto al duelo de la viuda ante el féretro de su marido. Pero, no lo es.  

Ahora no asistimos a un continuo reproche como el de Carmen Sotillos hacia Mario. Lo que allí era una exposición palmaria respecto a un tipo de mujer en un determinado momento y espacio de nuestra historia reciente, se transforma ahora en un examen descarnado a modo de análisis de conciencia en el que Ana, la esposa de Nicolás, es el personaje central pero, donde el monologuista, el propio Nicolás es, de principio a fin, el verdadero protagonista, quien desea descargar y descargarse de unos recuerdos atenazadores en los que se entrecruza un raudal desordenado de sentimientos, que le impiden seguir viviendo. Algo tan sencillo como conmovedoramente angustioso. 

A los ochenta y tres años, Sacristán ha vuelto a demostrar con su capacidad y enorme sensibilidad, la categoría de un artista de la interpretación, fiel reflejo de la inconmensurable estirpe de los grandes actores españoles de siempre, capaz de provocar el escalofrío y de impregnarnos de sentimiento y emoción. 

José Sacristán en el Festival de Invierno
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