20.04.2024 |
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CUEVA DE ALTAMIRA

Las cuevas de Altamira, el delicado arte de hace más de 12.000 años

La cueva de Altamira es una cavidad natural en la roca en la que se conserva uno de los ciclos pictóricos y artísticos más importantes de la prehistoria.
Varias personas visitan la Neocueva en el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, que ha reabierto sus puertas limitando el aforo, sin actividades culturales y sin visitas guiadas, este martes, en la localidad cántabra de Santillana del Mar, tras un parón de casi tres meses. EFE/Pedro Puente Hoyos
Varias personas visitan la Neocueva en el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, que ha reabierto sus puertas limitando el aforo, sin actividades culturales y sin visitas guiadas, este martes, en la localidad cántabra de Santillana del Mar, tras un parón de casi tres meses. EFE/Pedro Puente Hoyos
Las cuevas de Altamira, el delicado arte de hace más de 12.000 años

La cueva de Altamira mantendrá el actual régimen de visitas limitadas a las pinturas rupestres, que se encuentran en un estado "delicado" pero "estable" gracias al plan de conservación que se aplica para retrasar el deterioro de estos polícromos de más de 12.000 años.

Este acceso controlado y limitado consiste en una visita a la semana para cinco personas de 37 minutos de duración, de ellos ocho frente a los polícromos, visita que se realiza bajo un "estricto protocolo" de indumentaria e iluminación, y con un recorrido y tiempos de permanencia definidos para cada zona de la cueva.

La cavidad se encuentra en el interior del recinto del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, sito en la localidad de Santillana del Mar.



El monitoreo permanente que se lleva a cabo sobre las condiciones del interior de la cueva ha permitido constatar que no se hayan producido variaciones significativas en las mismas que perjudiquen a las pinturas, ya que los distintos parámetros se mantienen por debajo de los niveles de peligrosidad.

El director general de Patrimonio Histórico del Ministerio de Cultura, Isaac Sastre, ha hecho este anuncio tras presidir la reunión del Patronato de Altamira, primera que se celebra desde hace cinco años y en la que se ha analizado la situación actual de las pinturas y los proyectos de conservación de cara al futuro.

La directora del Museo de Altamira, Pilar Fatás, ha asegurado que la cueva "es un enfermo crónico que tiene los mejores cuidados", lo que permite conjugar la protección de este patrimonio prehistórico con su difusión a través de un programa cultural que incluye las visitas restringidas.

Para ello, se utiliza el listado de personas que lo solicitaron a partir de 1999, de donde se van llamando a los interesados para cubrir las plazas disponibles, un sistema que, según Sastre, se mantendrá hasta que el Patronato no decida otra cosa, como forma de dar salida a los más de 3.000 aún inscritos en ese listado.

Para Sastre, este sistema "se ha demostrado exitoso" para asegurar la conservación de la cueva y sus pinturas, ya que además permite mantener el monitoreo de las distintas variables climáticas en el interior de la cavidad y los distintos estudios científicos asociados.

Respecto a las visitas al Museo y la Neocueva, el director general ha destacado que Altamira ha recuperado los niveles de visitantes de 2017, ya que el pasado año recibió a cerca de 300.000 personas en sus instalaciones, lo que confirma "su poder de atracción" y lo convierte en el segundo museo estatal más visitado de España.

Por otra parte, Fatás ha avanzado que el Patronato ha desechado la idea de abrir al público la cueva de las estalactitas muy próxima a la cavidad rupestre, que no tiene arte rupestre ni yacimiento arqueológico, y que fue utilizada como cámara sepulcral en la Edad del Bronce.

Según ha indicado, está decisión en consecuencia del consejo de los técnicos tras realizar un estudio geológico de la cueva, que desaconsejó su apertura la público, aunque se mantendrá como "lugar de prueba y ensayo" de las decisiones que luego se aplicarán en la cueva de Altamira, lo que permite una mejor conservación de la misma.

Historia del descubrimiento 

Hacia el año 1868, Modesto Cubillas, aficionado a la caza, penetró en una cueva donde había entrado su perro. Cubillas era aparcero de Marcelino Sanz de Sautuola, a quien comunicó su hallazgo. Además de propietario de tierras y licenciado en Derecho, Sautuola (nacido en 1831) era persona de múltiples inquietudes: a su inclinación por las ciencias naturales sumaba una gran afición por la arqueología, disciplina que daba sus primeros pasos. No sólo había reunido una colección de fósiles y objetos de sílex tallados, sino que seguía lo que se publicaba en Europa relativo a este campo, y este interés le llevó a visitar la cueva de Altamira en 1876, donde excavó en busca de materiales paleolíticos.

Marcelino Sanz de Sautuola

El descubrimiento de esa fascinante creación hubiera podido suponer la gloria para el estudioso cántabro, pero sólo fue el inicio de un purgatorio que se prolongó hasta su muerte. Sautuola no tuvo ninguna duda acerca de la autoría de las pinturas: eran obra de gentes del Paleolítico, las mismas cuyos restos materiales había encontrado en el suelo de la cueva, y en 1880 publicó Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander, donde daba cuenta del descubrimiento. Uno de los primeros académicos en confirmar las ideas de Sautuola fue el geólogo y médico Juan Vilanova y Piera, catedrático de Paleontología de la Universidad de Madrid y por entonces la máxima autoridad española en materia de Prehistoria. Vilanova visitó la cueva en aquel año y desde entonces fue uno de los más firmes defensores de la autoría prehistórica de tan excepcionales representaciones.

 

BUEYES PINTADOS

La estancia en París indujo a Sautuola a explorar varias cuevas cercanas a las localidades donde residía: Santander y Puente San Miguel. Esta última, donde contaba con propiedades, se hallaba próxima a Santillana del Mar, en cuyo término se encontraba la cueva de Altamira, a la que volvió entre el verano y el otoño de 1879. Esta vez le acompañaba su hija María, de ocho años y medio. Mientras él exploraba el suelo en busca de huellas de antiguas ocupaciones humanas, la pequeña, que sostenía una lámpara, iluminó jugando la bóveda de la cavidad donde se encontraba. Cuando dirigió la vista al techo, exclamó: "¡Mira, papá, bueyes pintados!". Habían transcurrido miles de años desde que unos ojos humanos se habían posado por última vez sobre los bisontes de la sala de los Policromos. Sautuola explicó por qué no había advertido antes la presencia de aquellas pinturas: "Para reconocerlas hay que buscar los puntos de vista, sobre todo si hay poca luz, habiendo ocurrido que personas que sabían que existían, no las han distinguido por colocarse a plomo de ellas".

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