19.04.2024 |
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ENTREVISTA

Mushi Halioua: «En el barrio no había árabes antes»

Mushi Halioua tiene 70 años y no para de trabajar. Este hombre es el único judío que sigue viviendo en la "mellah" (judería) de Marrakech, donde regenta una tienda de telas y recibe a turistas israelíes que pasan a saludarle. 
Mushi Halioua regenta una tienda, pero también saluda a los turistas que pasan por allí. /EFE
Mushi Halioua: «En el barrio no había árabes antes»

Mushi Halioua no para. Es capaz de dar una entrevista, cobrar deudas y dar órdenes al mismo tiempo. Este dinámico hombre de 70 años es el único judío que sigue viviendo en la «mellah» (judería) de Marrakech, donde regenta una tienda de telas y recibe a los turistas israelíes que pasan a saludarle. Su pequeño comercio está en una plaza en los márgenes del barrio judío de la ciudad turística marroquí, entre tiendas de especias y puestos ambulantes. Es de su familia desde 1962, cuando llegaron a Marrakech provenientes de Zagora, 350 kilómetros al sureste.

Ellos decidieron moverse dentro del país, pero prácticamente toda la comunidad hebraica en Marruecos (llegó a haber 400.000 judíos en el siglo XX) se fue con la creación del Estado de Israel en 1948 y en los años posteriores, hasta conformar hoy en día una comunidad de un millón de judíos de origen marroquí en el Estado hebreo. En Marruecos quedan solo unos 3.000.  En una entrevista, entre transacción y transacción, Halioua explica cómo fue el éxodo en Marrakech, una ciudad que pasó de tener 35 sinagogas y una comunidad de decenas de miles de personas, a albergar ahora dos templos y a apenas 200 judíos -70 de ellos extranjeros de países como Francia, Reino Unido o EE.UU.-.

Pero la comunidad puede sufrir una transformación con los renovados lazos entre Marruecos e Israel -retomaron sus relaciones en diciembre de 2020-, que ya han provocado un aumento de los visitantes israelíes (entre 200 y 300 por semana) gracias a los vuelos directos entre ambos países.

Muchos de esos turistas no se van de Marrakech sin saludar a Mushi Halioua. Los guías los llevan hasta su tienda, donde intercambian unas palabras con él en hebreo. Ha recibido incluso al jefe del Estado Mayor israelí, que incluyó su tienda en su visita oficial a Marruecos a finales de julio. «Soy el único, no hay nadie más», dice con resignación.

Halioua recuerda a muchos judíos en su infancia en Zagora, pero «se fueron en los años 60». También, dice, había una amplia comunidad en Marrakech cuando llegó a la ciudad, de unos 35.000.

«Todas estas tiendas que veis por aquí eran de judíos. En el barrio no había árabes antes», afirma sentado en la mesa desde la que atiende, rodeado de telas de colores que se venden por metros en un país donde mucha gente todavía confecciona la ropa en modistas y sastres.

Y recuerda cómo la «mellah», una encrucijada de calles en la intrincada ciudad antigua, se cerraba cada viernes con llave y se volvía a abrir el sábado noche para pasar el «shabbat» en comunidad. «Había un muro y los musulmanes no entraban».  En los 80, explica, quedaban aún unos mil judíos en Marrakech, pero «se fueron todos poco a poco». ¿Y cuál era la sensación de verlos partir?. «Así es la vida», se resigna una vez más, pero no se plantea ir a Israel, donde ya estuvo en los años 70 para trabajar.

«No salió bien y volví, aquí trabajo muy bien». Porque el último judío de la «mellah» no necesita mucho para vivir, dice, y su relación con los vecinos es muy buena. «Yo no trabajo con los judíos, sino con los árabes», aclara. Este septuagenario, que vive con su mujer en la planta de arriba de la tienda y tiene a sus cuatro hijos y cinco hermanos en Francia, recuerda cómo en Marrakech «había muchas sinagogas y solo quedan dos». Una de ellas, Alazmah, está en la «mellah», a pocas calles de la tienda de Halioua, fue construida por los judíos expulsados de España en 1492, por lo que adquirió su sobrenombre «la sinagoga de los deportados». Alberga un patio luminoso, una sala de rezo y un pequeño museo. Con la remontada del turismo israelí, el templo acoge ahora un goteo de visitantes extranjeros, judíos que recorren los pocos lugares de la ciudad que conservan las huellas de su comunidad.

Jackie Kadouch, presidente de la comunidad judía en Marrakech, explica que en ese templo y en el otro, ubicado en el centro, se celebran diariamente rezos sostenidos sobre todo gracias a los turistas israelíes. «Ha habido una evolución muy positiva», resume Kadouch, y destaca tres hitos: la restauración del cementerio hebreo, la vuelta de las calles de la «mellah» a sus nombres originales judíos y el proyecto de construcción de una tercera gran sinagoga. Pero también otros pasos, como tres nuevos restaurantes kosher en la ciudad y la apertura en los próximos meses de tres más y de una gran tienda de productos aptos para judíos.

El último judío de la «mellah» no cree que los judíos marroquíes de Israel vuelvan porque son los hijos de los emigrantes y «las nuevas generaciones ya no conocen Marruecos», pero celebra que se hayan retomado las relaciones. «Está muy bien, hay mucho turismo y cada grupo que viene pasa por aquí. Vienen a verme, solo para decirme hola», dice presto a atender al siguiente cliente.

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