28.04.2024 |
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Paisaje antes de una investidura dura, dura

Paisaje antes de una investidura dura, dura

Llevo cincuenta años mirando de cerca, a veces desde la primera fila del patio de butacas, el espectáculo de la política española. Puede que ni un solo día nos haya faltado un titular verdaderamente noticioso, lo que, como dicen los suizos, que opinan que la democracia debe resultar aburrida, no tiene por qué ser necesariamente bueno. Más bien al contrario.

Para explicar todos los ángulos y recovecos de lo que está pasando sería necesario un trabajo mucho más extenso, mucho más omnicomprensivo, que una mera crónica, comentario o artículo: las aristas son demasiadas, las sorpresas son cotidianas, las faltas de respeto a lo establecido son constantes. En España han pasado muchas cosas en este medio siglo, muchos acontecimientos insólitos, sorprendentes, terribles: pero yo jamás había vivido nada parecido a esto que estamos viendo y que aún no hemos llegado a calibrar ni a definir en toda su extensión, en todas sus posibles consecuencias.

Las formaciones políticas salen del aprieto de tener que explicar y analizar a fondo lo que nos está ocurriendo mediante la argucia de simplificar demasiado los mensajes: estamos ante un golpe, la democracia se nos muere, la dictadura llama a nuestras puertas, etc. Y esos mensajes tan extremados, casi siempre inveraces por exagerados --aunque no carentes de fundamento--, no contribuyen a hacer que los ciudadanos tomen conciencia de la importancia y la gravedad de lo que está ocurriendo. Los postulados básicos de una democracia son mucho más sutiles, los equilibrios mucho más delicados, los mensajes habrían de ser mucho más claros de lo que en la actualidad lo son. Y, si usted duda de lo que le digo, trate de leer los fundamentos del proyecto de ley de amnistía que conocimos este lunes: se demuestra algo que bien practican algunos asesores del caos, y es que hay que embarullar las cosas para disfrazar la evidencia del disparate.

Así llegamos al gran debate sobre el estado de la nación en que consistirá, en realidad, el acto parlamentario que dará el 'sí' a la investidura de ese animal político, para lo bueno y, claro, para lo malo, que es Pedro Sánchez. Sospecho y temo que él convertirá su discurso en un ataque a la oposición, frontal y muy básico: no respetan la Constitución, dirá, boicotean los resultados electorales -olvidando, claro, que fue el PP quien ganó las elecciones--, hacen del insulto y del tumulto callejero su método de actuación y todo eso que ya tenemos tan oído. Independientemente de la inveracidad mayor o menor de estas aseveraciones, tengo la impresión de que desde el PP -lo de Vox es harina de muy otro costal_se responderá también con más de lo mismo: el PSOE y Sumar se han saltado todas las líneas rojas, legales, de hecho y de derecho, incluso las del sentido común, para llegar a este momento de la investidura; se han aliado con los enemigos del Estado y, en suma, nos van a meter en un lío morrocotudo.

Entramos esta semana en la era de las querellas y los recursos. Ante los tribunales españoles, que están como están, y ante las instancias europeas. La confrontación, que es casi consustancial a la política española, está servida casi como nunca desde hace décadas, y mira que hemos practicado con liberalidad en este país nuestro el duelo a garrotazos. No creo que en el debate parlamentario obtengamos muchas pistas fiables acerca de cuál va a ser el comportamiento del próximo Ejecutivo presidido por Sánchez y vice presidido -esto ahora es importante- por Yolanda Díaz. En ese Ejecutivo no estará presumiblemente Podemos, ni algunos de los pilares que hasta ahora sustentaban el Consejo de Ministros, como la moderada Nadia Calviño.

Veremos cómo da satisfacción Sánchez a todos los partidos que van a soportar su Gobierno: habilidad para ello no le faltará, desde luego, aunque eso suponga nuevos regates a esas líneas rojas que ya hace tiempo que no se respetan. El pasmo ciudadano, que casi puede tocarse con la mano, ya no es un freno para la actuación de nuestros representantes. Hay quien, la utopía no tiene límites, pide a Núñez Feijoo que su grupo se abstenga en la votación de investidura a Sánchez para que el nuevo/no tan nuevo Gobierno no tenga que depender de los independentistas. Pero la verdad es que la suerte está echada y aquí quien manda es un personaje que no va a estar en la sesión parlamentaria, sino siguiéndola, con regocijo, desde Waterloo, quizá haciendo las maletas del retorno.

Bueno, esa será una anomalía más de las muchas que jalonan todo este proceso político, muy difícil de resumir, ya digo, en apenas un par de folios, o en 500 caracteres. Pienso que si Le Carré hubiese presentado a su editorial un manuscrito de novela conteniendo un argumento con el diez por ciento de las cosas que han ocurrido aquí en los últimos meses, se la hubiesen rechazado por inverosímil. Y, sin embargo, aquí estamos, reservando asiento para el circo de este miércoles y jueves en la Cámara Baja. Esto va a ser duro, muy duro.

Paisaje antes de una investidura dura, dura
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